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—Jorge —dijo Jackson, sacándome de mi concentración—, ¿estás bien? Te has quedado abstraído.

 

—¿Qué? —Parpadeé varias veces—. Sí, estoy bien. Sólo un poco cansado.

 

—¿Tú? ¿Cansado? —No parecía convencido—. No. Eso es imposible.

 

De repente yo ya no quería más ruido. Necesitaba tranquilidad. Un poco de silencio para poder pensar.

 

—En realidad, me parece que me voy a acostar. Buena suerte en el partido de mañana.

 

Se me quedó mirando extrañado, pero se levantó y cogió el abrigo.

 

—Está bien, si tú lo dices...

 

Lo acompañé a la puerta, saqué a Apolo por última vez y subí a mi habitación. El potro seguía allí. Lo mejor sería que lo dejara donde estaba. Lo más probable era que fuera a necesitarlo la noche del viernes.

 

«Maldita sea, Silvia.»

 

Quizá, sólo quizá, ella acabara durmiendo ocho horas. Era muy improbable, pero no quería perder la esperanza.

 

Me senté en la cama y pensé en el tiempo que pasé con Paul, el Dominante que me hizo de mentor. La única persona a la que me había sometido en mi vida. Él me dio varias instrucciones sobre el castigo y la primera era que nunca debía castigar a nadie estando enfadado. Hasta la fecha, no lo había hecho, y estaba seguro de que cuando llegara la noche del viernes estaría más calmado.

 

En las instrucciones que le había entregado a Silvia detallé las consecuencias que tenía la desobediencia. Junto al concepto «falta de sueño», había indicado que recibiría azotes, veinte por cada hora de sueño perdida.

 

En el momento en que redacté la lista me pareció bien, pero al pensarlo ahora me pareció un poco excesivo. Era demasiado. ¿Debería cambiarlo? ¿Se daría cuenta?

 

No, no podía cambiarlo y conservar el respeto que necesitaba que ella me mostrara como Dominante. Tendrían que ser veinte azotes.

 

También recordé otra de las cosas que me dijo Paul: «Si consigues que el primer castigo sea memorable, no tendrás que repetirlo muy a menudo».

 

Sí, haría que fuera memorable, y con ello quizá también consiguiera enderezar el resto de su comportamiento: no más cejas arqueadas ni vacilaciones.

 

La voz que resonaba en el fondo de mi cabeza me advirtió que no podía castigarla por esas cosas. Ya formaban parte del pasado. Si las había

 


 

 

dejado pasar entonces era culpa mía. No estaría bien que las sacara a relucir en ese momento.

 

Pero si lograba que el castigo fuera lo bastante contundente, tendría también un efecto disuasorio para otras cosas.

D2Where stories live. Discover now