Yo te pertenezco

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El fétido olor que desprendía de las paredes. Apoyado contra la puerta llena de carca. Y la tenue luz que alumbraba el lugar, acompañada de las moscas. El televisor transmitía las noticias. Hablaba de lo ocurrido, anunciando su descenso. "Su cuerpo no soporto; falleciendo camino al hospital." El torbellino de emociones arrasó mi mente. Acostándome en la rechinadora cama; observé la hora del celular, eran las 9:45 p.m. << Se acabó. >> Pensé, cerrando los ojos.

Las pupilas impregnadas en la pared agrietada, del cual escapaba un manto de telaraña. Volví a ver la hora, siendo las 3:12 a.m. Pronto una sombra se alzó en la pared. Un grito estalló en mi cabeza, pequeñas cargas de electricidad recorrieron por la piel; irguiendo todo los vellos, la respiración acelerada a cada segundo. Volteando a ver. Los ojos caminaron por el piso manchado, alzándose y atisbando tal cosa.

Sentada en una silla, junta a la pared. El cabello largo cubría la mitad de su rostro, acompañada de un vestido blanco opaco, la luz proveniente de la tele abrazaba media parte del cuerpo. El miedo acechaba tras mis espaldas.

—Tranquilo.-Susurró— No te haré nada.

Un torrente de desesperación ahogo mi cuerpo. Levantó la cabeza; siendo tapada por el oscuro de su cabello.

— ¿Dime cómo te sientes?

Las palabras habían muerto en plena garganta. La voz sonaba familiar, tan suave y dulce.

— ¿Te pasa algo?— El tono cálido apaciguaba el alma. Esta vez tomé fuerzas y dije:

— No.

-Entonces dime. ¿Cómo te sientes?

—... Con miedo —El silencio dominó el cuarto. Sus manos enloquecidas rebotaban en el aire. La cabeza en desesperación saltaba de izquierda a derecha como si buscara algo.

—Curioso... Esa fue la última sensación que pude sentir...—El rechinar de la silla petrificaba el oído congelandolo. Mil terremotos sacudieron mi ser. Ella, ahora, estaba en el centro de la habitación— Justo ante de que me asesinaras...


Aún veía aquél rostro, abrazado por las furiosas llamas. Los gritos retumbaban al silencio. Tan solo con subir los pequeños escalones del bus, el corazón latía sin desenfreno. Ignorando las miradas de las pocas personas, solo enfoque mi vista a ella. No notaba mi presencia. Acechando  su espalda. Enloquecidos mis ojos con rabia. En una mano la botella de querosene y en la otra el encendedor. Del aire brotó la capa de fuego envolviendola.


No era posible. No lo era.

— ¿Por qué lo hiciste? —Dijo. Ella me miraba, nunca había sentido esa sensación, como si la muerte misma me observa. Su boca reproducía mil veces la pregunta.

— Tú estás muerta... No eres real...

— ¡¿Dime por qué?! ¡¿Por qué lo hiciste?!

La desesperación recorrió mis venas. Mi cordura se iba por el retrete. Confuso las palabras salieron.

— ¡Tú te lo merecías! —Vociferé— Se supone que serias mía.—Incorporandome frente a ella—Hice todo por ti. Te di todo de mí y fuiste una ingrata.

— ¡No tenías derecho! ¡No tenías derecho! ¡No tenías derecho!

— ¡Cállate demonio! — El miedo se esfumó. Aquella cosa perdía el control.

— ¡¿Quién te crees?! ¡Eres una basura!

— ¡Cállate tú me pertenecías! ¡Debías ser mía!

— No, no, no. — La voz se consumía en lamento.

Creía haber ganado. Siendo devorada por las palabras que lanzaba. Callada y arrodilla.

—Sí. Es verdad. Ahora lo entiendo. —Recuperaba las fuerzas, levantándose. Pequeñas olas de risas, sin darme cuenta alzó sus brazos. Sujetando con sus manos mi cabeza. El viento colérico daba saltos. Un bosque de hilos negros, los cuales se brotaban de la cabeza, tapando el rostro. Latigazos de viento volaron dirigiéndose al bosque opaco. Pude ver el rostro, párpados agrietados, bajo ellas, ojeras desgarradas. Labios desmembrados dejando a la vista los negros dientes. Los cachetes desprendían parte de carne. Y sonriendo dijo:

— Yo te pertenezco... Ahora estaremos juntos.

Saqué las manos de mi vista. Corriendo a la puerta, la perilla atascada. Ella reía, la desesperación incrementándose a cada segundo. La tormenta arrojó la silla y el televisor.

— ¿Camilo, a dónde vas? —La carne que cubría sus brazos se descomponía. Pronto sentí como algo agarró mi brazo. Una mano, descompuesta y ensangrentada, me sujetaba con todas las fuerzas.

— Camilo.—Hablando con un tono coqueto. Sacándome y saltando a los cajones. Buscando la pistola, de cajón en cajón. El valle de manos me rodeaba, en el centro ella caminaba, mientras los huesos se retorcía. Introduciendo el cañón en mi boca. Cerrando los ojos, solo para escuchar así el último susurro.

—Yo te pertenezco...

El frío de la oscuridad se rompió con un inesperado estruendo.

— ¡Alto ahí! ¡Alto ahí! –Gritaron las voces, abrí los ojos, cegado por las potentes luces.

— ¿Y a este que le pasa? —Dijo el otro oficial. Señalándome.

— No tengo ni la menor idea.—Respondió su compañero.

Yo te pertenezcoWhere stories live. Discover now