Musas

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"Musas", la fiel compañera del artista; una sensación caprichosa que te invade de repente y te obliga a exprimirla: a coger un lienzo, una guitarra, una libreta (o una servilleta incluso) y dejarte llevar por ella. Ella te marca el sendero y tú debes seguirlo. Tienes que cerrar los ojos y permitir que sea ella quien guíe tus pasos.

Eso me pasa a mí ahora mismo. Llevaba meses sin escribir una sola línea de mi novela y entonces, de repente, me ha llegado la inspiración. Estoy en mi tercera clase del día, agotada por tener que explicarles a unos adolescentes con las hormonas disparadas que no me hacen ningún caso cómo se caracteriza la poesía modernista.

Hoy me he puesto un vestido blanco con encaje que me llega hasta la rodilla y luego un jersey encima. He recogido mi desaliñada cabellera en una coleta, me he puesto unos zapatos de tacón bajo y me he pintado los labios de rosa pálido. Ni siquiera me he mirado al espejo porque no hay mucho que mirar; no es mi mejor día, ni mi mejor semana, ni mi mejor año; pero es lo que hay.

Me he montado en mi viejo coche que, por cierto, hace un ruido rarísimo cada cinco minutos, pero yo no le doy importancia, más bien no quiero dársela porque sé muy bien lo que significa: ruido raro igual a algo roto, algo roto igual a taller y taller igual a dinero, algo que por supuesto yo no tengo.

Hace poco que terminé la universidad. Me gradué en filología hispánica porque era mi pasión, mi sueño, llegar a convertirme en la Cervantes del siglo XXI. Amaba leer y escribir desde muy pequeña y, en contra de los consejos de mi madre, me matriculé en esa carrera. Mi madre decía que era una pérdida de tiempo. "Eres guapa y lista, búscate un marido rico y tendrás la vida resuelta" eran sus palabras. A mí me horrorizaba esa frase, no era eso a lo que aspiraba y me avergonzaba esa forma de pensar tan retrógrada.

Creo que me estoy dispersando. Regresemos al presente.

Pues bien, como iba diciendo, hoy las musas han regresado a mí y he decidido no dejarlas escapar. He encargado a mis alumnos redactar un ensayo sobre la influencia del Neoclasicismo en la poesía modernista para que no me distraigan mientras escribo.

Las palabras fluyen y mis dedos no paran de aporrear las teclas del ordenador a un ritmo frenético. Una página, dos, tres... ¡Dios, no hay quien me pare!

Así transcurren los últimos 20 minutos de mi sesión de clase: yo tecleando como una posesa mientras las charlas y risas de mis alumnos crean un murmullo de fondo que, extrañamente, me ayuda a concentrarme.

Estoy tan absorta en la pantalla de mi portátil que no escucho el sonido del timbre que marca el final de la clase y el comienzo del recreo. Continúo escribiendo hasta que siento que alguien me balancea el brazo reclamando mi atención. Levanto la vista de la pantalla y me encuentro a 30 pares de ojos mirándome (es la primera vez que consigo tener la atención de todos mis alumnos en mí, es un momento épico). Sonrío y dirijo mi mirada a Carla, que está al lado mío balanceándome el brazo todavía.

-Dime- le contesto.

-¿Podemos irnos ya?- pregunta con cara de gallito degollado.

Yo miro de nuevo a mis alumnos. Algunos ya tienen el bocadillo en la mano. Otros me miran inquisitivamente, unos con cara de fastidio y el resto con gesto de  incredulidad.

-Sí chicos, podéis iros- se oye un suspiro colectivo-. Pero recordad que mañana tenéis que entregarme el ensayo, nada de copia y pega de internet, todo escrito a mano y con buena letra.

Para cuando digo las últimas palabras ya se están yendo los primeros. Los que sí lo han oído sueltan un bufido. Les fastidia mucho tener que hacer todos mis trabajos a mano; soy la única profesora que se lo exige. No lo hago por fastidiarles (aunque no lo entiendan), lo hago para que, a pesar de haber nacido en pleno auge de la tecnología, aprendan a escribir con buena letra. A veces siento que estoy perdiendo el tiempo con estos chicos.

Mientras veo cómo el aula se vacía yo recojo mis cosas y las guardo en mi bolso. Luego me levanto y me dirijo a la sala de profesores.

Me fastidia haber tenido que parar ahora que me sentía tan inspirada, pero los profesores también tenemos obligaciones. Entro y me fijo un momento en el resto de docentes. Están charlando entre ellos, riendo, se ve que se lo pasan bien. Este es mi primer año en este instituto y he de admitir que todavía no me siento del todo integrada en la comunidad docente. Creo que es porque soy bastante tímida, me cuesta coger confianza con la gente y soltarme. Siempre he sido así, pensaba que al crecer se me iría la timidez, pero con 25 años ya no creo que ocurra nunca.

Atravieso la sala general y entro en el "departamento de Letras" , mi oasis particular, mi "espacio seguro" como dicen algunos. Nuestro departamento es una sala amplia, todas las paredes están repletas de libros; mires a donde mires verás estanterías llenas de libros. El único espacio libre es el de la puerta que da acceso al despacho del coordinador, el señor Vázquez, un tipo huraño y malhumorado que se empeña en llamarme "chiquita" siempre que habla conmigo.

Me siento y coloco mis cosas sobre uno de los escritorios. Me dispongo a continuar escribiendo. Abro el portátil y... y nada. Me quedo mirándolo durante un rato porque no se me ocurre nada que escribir. Se han ido, las musas han vuelto a abandonarme. Lanzo una maldición y ladeo la cabeza, buscando recuperar de nuevo la inspiración. Al cabo de otro rato decido rendirme, está claro que hoy ya no voy a escribir.

El resto de mi día es igual de aburrido. Me toca dar clase a los alumnos de último curso. Si los pequeños ya son difíciles estos son imposibles. Se creen muy maduros porque el año que viene irán a la universidad, pero no dejan de ser unos críos. Se lanzan notitas, charlan entre ellos, se ríen a carcajadas, alguno finge mirar la pizarra aunque sé muy bien que su mente está en cualquier lugar, menos en este. Y los pocos que me escuchan son son los dos o tres con los que nadie quiere sentarse durante el recreo.

¡Esto es el instituto! La pregunta es ¿qué hago yo aquí? Pues pagar mis facturas hasta que escriba un best seller y pueda vivir de la literatura (en mi cabeza suena sencillo). Mientras llega ese día doy clases aquí, aunque está claro que no tengo vocación docente.

Al concluir la jornada voy a casa directamente, me tumbo en el sofá y me paso el resto del día viendo telenovelas mexicanas.

NO HAY TORMENTAS EN VASOS DE ARENAWhere stories live. Discover now