La ira de Donato

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Puedo probar que la realidad supera la ficción. Este es un relato de cómo un verdadero drama puede ser una historia desopilante. Aunque podría no ser real.

Cuando se muere Cachorro, después de una vida larga y dada a los placeres, tanto que no pudo ser responsable de casi nada salvo de su amor por sí mismo y su dedicación a su imagen -muy acicalada y prolija-, nadie lo sintió demasiado. Mucho menos que nadie sus hijos. Hombres grandes -con hijos grandes que el abuelo se había encargado de desheredar- que albergaban en su interior un absoluto resentimiento hacia ese hombre que era su padre.

Tiempo antes de ese día, y como si no tuviera ya una larga carrera de desaciertos, a sus 80 años decidió casarse. Y nada de juntarse o convivir a medias, no señor. ¡Se casó! Por civil y con fiesta como corresponde. Los hijos asistieron, también como corresponde, con sus mujeres y sus hijos. En cualquier fiesta de casamiento reina la alegría, la música, la comida... un poco el descontrol. Aquí lo que reinaba era el rencor y las murmuraciones por lo bajo. La "cónyuge" era nada menos que una señora oriunda del pueblo, muy conocida por todos dado que era nada menos que la madama del lugar. Menor ella que cualquiera de las dos nueras de Cachorro, cosa que ninguna le perdonó. Mecha (no Mecha por Mercedes, Mecha por Marisa) era liviana de cascos y joven. Mecha y Cachorro (si te llaman cachorro, ¿no te inspiraría ternura?) cumplieron con todos los rituales de rigor, mientras Donato, el menor, los miraba acodado en la barra de tragos murmurando toda clase de malos deseos. Nada de que sean felices para siempre. No. Infelices es lo que Donato quería que fueran. Las nueras, que en esta ocasión estaban sentadas juntas, en la misma mesa, cosa que nunca pasaba porque no se soportaban, miraban a Mecha de arriba abajo criticando el terrible mal gusto para elegir vestido, zapatos, bijouterie, peinado, ramito, make up... y se engullían todo lo que les servían en el plato.

Resulta que Cachorro, que era de todo menos mal inversor, tenía mucho dinero. Era dueño de un campo, de un restaurant, de un petit-hotel y de unas cabañas en la costa, lugar en el que residía aunque no le gustaba el mar. Y era extrañamente importante en la zona, tanto que las autoridades decidieron, una vez muerto, que le pondrían su nombre a una avenida en el pueblo. Y eso, aunque suene rarísimo, lo iban a hacer de cuerpo presente. O de cenizas presentes. Por eso es que, una vez cremado, esas mismas autoridades, cedieron en custodia la urna al hijo menor, Donato. Hasta el mismo momento de la muerte, ni Donato ni Milton, el otro hijo, le habían perdonado la traición de casarse tan poco tiempo antes de morirse. Ya había desheredado a los nietos y ahora se estaban enterando de que su herencia tampoco iba a ser para ellos. Le había cedido a su flamante esposa, esa que se paseaba en el auto nuevo por el pueblo y que posiblemente fuera la causante de su infarto, a esa le dejó todo lo que pudo y lo que no pudo se lo jugó en el casino. Ni Donato ni Milton pudieron reclamar nada de nada porque todo fue absolutamente legal.

Cachorro no quería saber nada con el mar y menos con esa zona que se veía desde la costa a unos doscientos metros, lugar en el que se vislumbraba la fosa, profunda, limpia, oscura. Y había dejado expresas instrucciones de que no fueran a arrojar sus cenizas al mar. Él quería descansar en nicho. Bien tapado y sequito. Con lo que no contaban era con Donato.

Las autoridades no tenían por qué saber lo que se cocía a fuego lento en el cerebro furioso de Donato, hay que decirlo, el más descontrolado de los dos hermanos. El que trabajaba en relación de dependencia con el padre. El que se hizo la casa en el terreno que el padre le cedió -presionado eso sí-. Casi todos los días Donato tenía alguna agarrada con Cachorro. Y Cachorro casi todos los días se encargaba de restregarle esos hechos a Donato. Donato estaba lleno de ideas para mejorar los negocios y Cachorro las echaba por tierra sin ninguna seriedad y disfrutando. No había día en que Donato no se fuera mascullando diez mil imprecaciones contra Cachorro. Se defenestraban y se necesitaban para seguir defenestrándose. Mientras tanto Mecha seguía paseándose por el pueblo y pasando frente a la casa de Donato y su mujer más de once veces cada día.

Por eso no hace falta describir el nivel de desacierto de las autoridades, que le entregaron la urna de las cenizas nada menos que a Donato.

Milton, desesperado, llamaba a casa de su hermano pidiendo cordura - vivía con su mujer a más de 900 km del pueblo- mientras se disponía a emprender una vez más el viaje. Claro que para cuando llegara lo que estaba por pasar ya habría pasado.

Donato tenía guardada en la cochera, entre veinte mil cosas que nunca usaba pero que alguna vez serían de utilidad, una lancha con motor fuera de borda naftero de 5 Hp, que usaba para salir a pescar mar adentro. Y claro, llegaba a los 200m indefectiblemente cada vez que salía. Y esta vez se llevó a Cachorro en forma de urna. Y no dudó. Lo tiró con tapón y todo a la fosa, el lugar más profundo y oscuro de la costa. Le dedicó unas cuantas palabritas y se volvió satisfecho otra vez a la playa.

Uno diría que no cumplir con la última voluntad de un muerto, encima tu padre, haría que te retuerzas de temor o remordimientos. No fue el caso de Donato. Llegó, se sirvió un whisky y se puso a mirar por el ventanal de la casa, que justamente daba a la playa. Y después se tomó otro whisky, acodado en la barra de madera, mirando la misma ventana. Se podría decir que disfrutaba. Pero no contaba con los designios de la naturaleza marítima...

Se fue a dormir, como todas las noches, después de haber cenado con su hermano, que había viajado a 150 km por hora y había llegado mucho antes que en ningún otro viaje, pero tarde. No fue una cena apacible. Y no había nada que hacer. La urna con las cenizas ya no aparecía y Donato no sabía nada de lo que podía haber pasado, -no fuera a ser que salieran a buscarla y tuviera la mala suerte de que la encontraran-. No, no salieron a buscarla. Pero sí que la encontraron. Los tejedores de redes -porque en el pueblo había un muelle pesquero con lanchitas- se encontraron con la urna a la mañana siguiente. Y sin perder ni un minuto se fueron a llevarla a la comisaría. En la comisaría estaba el "Sincuello", hermano de la mujer de Donato y con el que se odiaban a muerte desde que se les quedó con un tinglado y no les dio nunca la parte. Se miraban desde las ventanas de la cocina de ambas casas, que quedaban enfrentadas, pero nunca se saludaban. Y no se hablaban, por supuesto. El Sincuello era rapaz y sabía muy bien a quién nunca había que llevar esa urna. A Mecha. Y a Mecha se la llevó. Y Mecha, desconsolada, fue a denunciar a Donato, aunque a último momento el comisario le aconsejó que lo dejara para otra oportunidad. Es que venían las autoridades a ponerle el nombre de Cachorro a la avenida y él prefería no hacer que el pueblo desentonara.

Donato, cuando se enteró, largó un grito y salió a la carrera hasta la casa de Mecha, que en realidad era la casa que Cachorro había heredado de su padre, en la que Donato y Milton habían crecido junto a la madre muerta de ambos hasta que Cachorro se la regaló a Mecha, junto con el auto cero km., buena parte del campito y el petit-hotel. Las cabañas y el restaurante, por reglas y vericuetos legales -cuestiones de sucesión- se las quedaron ellos. Los vecinos salieron de sus casas cuando escucharon a Donato vociferar en contra de la viuda de su padre, que abrazaba la urna y lo miraba desde la galería del primer piso mientras le gritaba "¡mal hijo!".

A la mañana del sábado, es decir al día siguiente, estaba programado el acto de nombramiento de la avenida con el nombre de Cachorro, para que el pueblo que tanto le debía lo honrara de por vida. En el palco improvisado pero con asientos de pana roja, se encontraba sentada en primera fila la viuda -mal vestida para la ocasión- y de pie detrás muy arreglado con gabardina y fular, Milton y su mujer y los hijos -que están de acuerdo en que el infierno tiene nuevo dueño desde que el abuelo se murió-, y Donato y su mujer.

Al frente de todos ellos, sobre una columnata dórica, la urna con las cenizas.

La "Divina Providencia" protege a Cachorro de las profundidades de la fosa. Y gracias a ella tenemos la prueba de que la realidad supera la ficción. Aunque esto no termina aquí.

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⏰ Last updated: Mar 08, 2019 ⏰

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