capítulo uno.

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Era un buen clima. Le agradaba.

Por el cielo de Inglaterra, las nubes grises no dejaban de rondar, una brisa fresca era lo que te obligaba a llevar algo más que solo una camiseta y, tal vez, un paraguas...

¿A quién quería engañar? En definitiva no era un buen clima.

Tal vez, un típico clima. Tal vez esa era la palabra correcta.

Típico.

Un clima al cual te veías obligado a adaptarte, como supuso él sobre la rutina que estában obligados a adaptar las personas que rondaban por esas calles. Tal vez, esa sea la razón suficiente para detestar este clima.

Él iba por las calles del pueblo que escogió al azar alguna vieja madrugada, con más malas ideas escritas sobre hojas de papel hechas un bollo alrededor de aquel piso de las que realmente le gustaría.

Y, quizás, más vasos de whisky de los que le gustaría.

O quizás, a esto último, no tanto.

Pero en fin, ahí estaba, Dylan. Un "artísta" que había abandonado a su familia, o lo que quedó de ella, para perseguir algo. No se fue por un sueño, hasta podría llegar a considerar ese pensamiento algo inútil. Se fue porque...

Realmente, ni él lo sabía. Pero... no se arrepentía.

Haber dejado ese "hogar" cayéndose a pedazos a los diescisiete años, probablemente había sido de las mejores decisiones que alguna vez tomó.

No sabía de que huía, si de su alrededor, o... de él mismo. No lo sabía. Lo único que si sabía y lograba entender claramente era su desesperación por escapar.

La picazón en la punta de sus dedos y la idea fija en su cabeza generando puntadas insoportables en ella.

La verdad es que Dylan desconocía el significado de pertenecer, de quedarse, de adaptarse.

No entendía si era lo que tenía que hacer, pero era todo y lo único que necesitaba.

Otra de sus tantas características es que él no era la clase de persona con la que cualquiera querría entablar una conversación, o viceversa. Sin embargo, y por obviedad, en toda esta vida desastrosa pero increíblemente soportable, habló con bastantes personas de las que creía posibles.

Dylan no era un ogro amargado, de hecho era muy simpático y bromista, hasta cariñoso, pero con las personas que él elegía. Depositar su confianza en alguien le resultaba de las cosas más difíciles por hacer, consecuencia de las decepciones que había sufrido anteriormente.

Y esto hizo que estuviese caminando por esas calles.

Quizás, la idea de visitar Lacock situado en las afueras de Londres, no había sido tan al azar. Pero creyó que era buena idea.

En uno de los varios lugares que visitó, para ser concretos, en un bar, conoció a un hombre muy gentil y simpático que andaba por allí de vacaciones con su esposa. Después de varias risas y unas tantas cervezas había llegado la hora de despedirse pero el hombre, Ben, le comentó sobre un hotel del que era dueño en este pueblo por el que ahora Dylan deambulaba y le sugirió que si algún día andaba por allí que lo visite y hasta podría hospedarlo.

Y así llegamos hasta aquí.

Soltó un suspiro cuando se dió cuenta que los nombres de las calles coincidían con los nombres que tenía anotado en una servilleta bastante arrugada de aquél bar que le había dado el viejo antes de irse hace unos meses. Una vez en la puerta, dejando atrás a toda esa gente que caminaba junto a él, entró.

El lugar era bastante agradable, los muebles eran de madera y predominaba en casi todos los detalles el color rojo y amarillo.

Se acercó a la señorita que se encontraba detrás de un mostrador y habló.

─  Buenos días ─ Le sonrió.

─ Buenos días ─  Respondió la acción. ─ ¿Una habitación?

─ De hecho... no. Estoy buscando al dueño del hotel.

─ ¿Por qué asunto?

No supo exactamente que decir.

─  Un viejo amigo.

Aunque no estaba muy convencido de su respuesta, intentó sonar seguro. Supuso que funcionó, ya que la recepcionista asintió e ingresó a una habitación que había detrás del escritorio y, al ojear, vió que se trataba de una oficina.

Suspiró, dejando su mochila y su guitarra que estaba dentro de su respectiva funda a un lado. Llevar ambas cosas sobre sus hombros, era demasiado agotador.

Esbosó una muy amplia sonrisa cuando vió salir a Ben por donde la señorita que lo atendió primero había entrado. La misma amplia sonrisa que llevaba el viejo en su rostro.

Se acercaron y se dieron un abrazo.

Después de las preguntas básicas como el cómo has
estado, que tal el trabajo y demás, el viejo sugirió ir a una cafetería que estaba a un par de cuadras.

Él aceptó.

Mientras compartían una rica merienda, hablaron sobre los lugares que Dylan había recorrido desde que se separaron, el viejo intentó saber el por qué era un maldito nómada, viajando de un lado al otro sin detenerse, pero Dylan se aferró a la primera excusa coherente que pudo formular.

Conocer.

No sabía si exactamente había sido una excusa, ya que él tampoco estaba seguro de la verdadera razón.

Hablaron también de Amelie, la esposa de Ben, ahora se encontraba en las afueras del pueblo visitando a una hermana que había enfermado. Cuando salió el tema del hotel, el dueño le sugirió que se quedase ahí el tiempo que decida estar en el pueblo, pero él se negó, agradeciendo de todas maneras.

Rieron bastante, hasta que el viejo pidió la cuenta.

Antes de que el mozo que los atendió anteriormente se acercara, Dylan volvió a hablar.

─ ¿Sabes? Me dí cuenta que la cuadra donde está el hotel es muy transcitada, y quería preguntarte si me dejas estar en la vereda para tocar algunas canciones con mi guitarra y ganar algo de dinero antes de partir otra vez ─ Soltó una pequeña sonrisa con algo de...¿nostalgia? ante lo último.

─ ¡Claro! ─ Contestó Ben con entusiasmo. ─ Solo si dejas que te pida una canción ─ Bromeó.

─ Creo que estaría bien ─ Asintió luego de que una carcajada saliera de sus labios. En realidad, el viejo le caía muy bien.

Antes de que Ben pudiera decir algo más, el mozo se acercó. Luego de discutirlo por un rato, él aceptó que el hombre pagase por la consumición.

Se levantaron y salieron de aquél lugar.

flares ─ dylmas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora