Iba el diablo, pedaleando por la calle principal.
Sí había algo que le gustara era manejar su bici.
Una sonrisa. Un demonio. Una bici. Gotas de sudor cayendo de su frente... la combinación perfecta.
Pero sin duda lo más singular de estos paseos era el contraste que causaba el diablo con su bici.
El diablo; con tatuajes en cada centímetro de piel visible, chaqueta de cuero, pantalones rotos y un par de cuernos de carnero que sobresalían de su sien.
La bici: Toda rosa, con lacitos en el manillar, una cesta delantera decorada con stickers de flores y un timbre con brillos.
El diablo consideraba esa bici el mejor de los tesoros que había encontrado alguna vez.
¿Te has preguntado alguna vez a donde llegan a parar los recuerdos olvidados?
Cada recuerdo, cada sueño, cada objeto perdido, reposa en el infierno.
El diablo nunca ha sido feliz, nadie lo quería. Por eso cuando se sentía solo siempre iba con una gran bolsa de cuero negro, y se ponía a buscar los tesoros que los mortales durante siglos han desechado de sus recuerdos.
Fue en uno de esos episodios cuando se encontró con una bici rosa. En el manillar una etiqueta: Pertenecía a la niñez de Estrella Dorada Luna. El diablo sintió amor, algo impensable para un demonio, por esa bici rosadita.
Y desde entonces salía, en cualquier tiempo libre que tenía, con su bici rosa y su chaqueta de cuero, por la calle principal, con una sonrisa en el rostro y sudor cayendo por su frente.
Y volviendo al inicio iba el diablo por la calle principal pedaleando, cuando se encontró con un grupo de jóvenes, tres chicos, todos de aspecto sucio y desarreglado y dos chicas de igual o peor aspecto.
- ¡oye tú! – grito una de las muchachas – ¿no es muy tarde para que una niñita ande sola por la calle?
Todo el grupo río como si nunca hubieran oído algo más gracioso. Borrachos, seguro.
- ¿Qué dijiste? – pregunto el diablo con voz calmada, si un meteorólogo hubiera estado ahí estoy seguro de que diría que en cualquier momento una tormenta se desataría.
- Que linda tu bici, maldito mariquita – dijo imitando la voz que hacen los adultos cuando hablan con un bebe, como si de esa forma sí los pudieran entender. Otra avalancha de risas mezcladas con olor a alcohol salía de sus bocas.
El diablo se acercó lentamente, relajado, pero con paso firme a la chica. La chica intento dar un paso atrás, pero cuando lo intento comprobó que era imposible, alguna clase de magia la había petrificado.
Dio un pequeño grito que se convirtió en un aullido mientras intentaba, con todo su ser, moverse de donde estaba. Los otros no entendían el comportamiento extraño de su compañera; intentaron socorrerla, pero tampoco podían moverse.
Un estruendo de gritos se escuchó por la calle principal, el diablo estaba a escasos centímetros de la causante de su ira, rozo su cara y pronto su boca toco su oído.
-Lo lamentaras, te juro por lo poco de decencia que me queda, que lo lamentaras. Y lamento lo que te haré, pero es necesario. – susurro el diablo en el oído de la asustada chica.
Ignorando la suplicas de piedad de ella y su banda, abrió su boca exhalando una ráfaga de fuego azul. Una extraña sensación de soledad y frio recorrió el cuerpo del grupo de muchachos; cuando el fuego alcanzo la piel de la muchacha, esta salió disparada por los aires gritando asustada, el fuego le comía la piel, murió en poco tiempo.
-tranquila - dijo el diablo -nos encontraremos en mi casa, y podremos jugar más-
Lentamente se dirigió a sus compañeros, en unos cuantos segundos ellos sufrieron el mismo destino que su amiga.
Al diablo le entristecía matar, pero ese era el trabajo que le encomendaron, y tenía que cumplirlo.
El diablo se montó en su bici, pedaleando por la vía principal. Con una sonrisa en la cara. Sudor en la frente. Y una bicicleta rosada.
YOU ARE READING
El Diablo Monta Una Bici Rosa
ParanormalPequeño cuento. Un giro al esteriotipo de demonio y masculinidad.