Las hélices, otrora devoradoras imparciales, se ocultan tímidas en la maleza; el óxido obstruye la succión incansable de las bombas, emergen sedimentos pestilentes; los chirriantes brazos mecánicos dejan de funcionar: unos colapsan sobre sí mientras otros se aferran a cables indecisos; el llanto industrial es tenue pero continuo: bips y tictacs de medidores que han perdido su propósito quedan atrapados en lapsos tardíos y los vaivenes de perpetuos satélites, que buscan adonde enviar sus datos ridículos, incomodan al cielo, casi silente.
El desmantelamiento ha comenzado, la Tierra suspira otra vez.