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Era una hermosa mar adentro y las brisas que movían suavemente al Thousand Sunny eran tibias, el cielo estaba completamente despejado dejando ver a cada una de sus estrellas en él y toda la tripulación de mugiwara dormía plácidamente, hasta que de pronto Nami se despertó de golpe al recordar que había dejado su tinta sin tapar, por lo que cualquier movimiento brusco que hiciese el barco la derramaría sobre su nuevo mapa. 

— "¡Mierda! ¡La tinta!" — gritó internamente para levantarse y salir corriendo sigilosamente hasta su cuarto de navegación. Al llegar a dicho lugar abrió de golpe la puerta pero sus ojos se llevaron una gran sorpresa. En el pequeño sofá que tenía la navegante en su habitación estaba su querido capitán durmiendo plácidamente como si estuviese en su propia cama.

— ¿¡L-Luffy!? — exclamó sin querer la pelinaranja cubriendo apresuradamente su boca, no quería despertarlo. 

—"Pero qué podrá haber estado haciendo aquí... No hay comida y tampoco nada que sea de su interés" — pensó caminando hacia él y sentándose despacio en el angosto lugar que quedaba junto al moreno. Se quedó unos cuantos minutos observando sus pestañas, la cicatriz bajo su ojo, su nariz, sus labios y aquellos rebeldes mechones que tenía siempre desparramado en su frente. 

Para Nami era el ser más perfecto que podría haber sobre la faz de la tierra, y es que el encanto que tenía Luffy no era precisamente su rostro o su físico... Bueno quizás un poco su físico, pero más que nada era su forma de ser, su determinación, su inocencia, y si bien su forma infantil de ver las cosas a veces resultaba un poco odiosa, en el fondo eso era también algo que a muchos les gustaba.

Para la pelinaranja no había lugar en su corazón más que para su amado capitán. Es que simplemente se había enamorado perdidamente de él sin poder saber en qué momento ocurrió. Le gustaba todo de él pero a la vez no sabía que era lo que la encantó de tal forma, y verlo así de tranquilo lo hacía lucir irremediablemente tierno. 

— Luffy... No desaparezcas nunca de mi vida, por favor —le susurró al oído para luego levantarse de su lado, cubrió su tinta, tomó la manta que tenía para taparse cuando hacía mucho frío y abrigó con ella al moreno, besando suavemente su mejilla antes de marcharse a su cuarto, sin embargo, antes de salir por la puerta del cuarto, Luffy susurró entre sueños. 

— Hammock... No lo hagas — y escucharlo pronunciar a otra chica mientras dormía era realmente como una puñalada a su corazón, mucho más si se trataba de la "mujer más bella del mundo", la emperatriz pirata Boa Hancock. 

— Sí... Probablemente nunca tenga el valor de decirle mis sentimientos — y con aquel peso en su pecho cerró suavemente la puerta, marchándose a dormir con la esperanza de que todo se le pasara al día siguiente.

Luffy, luego de que pronunciara aquellas palabras y de que su navegante saliera del cuarto, se despertó de golpe con la frente totalmente sudada y el corazón a mil. 

— ¡Fiuu! Solo era un sueño...— notando que estaba tapado con una manta de tono rosado pálido.

— ¿Hmm? Esta manta huele a Nami... De seguro fue ella la que me abrigó – se dijo feliz con una sonrisa de oreja a oreja, enrrollándose en la prenda hasta las mismas narices solo para volver a recostarse en el pequeño sofá. 

— Que bien, dormiré con su aroma toda la noche — y dando una gran inhalada a la manta se durmió profundamente otra vez.

Al día siguiente, cuando todos estaban en la cocina esperando el delicioso desayuno que Sanji les preparaba, Luffy llegó aún envuelto en la manta color rosa y le habló a su navegante. 

Luffy el incomprendido (LuNa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora