Capítulo 8

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Era la primera vez que presenciaba un espectáculo así. Durante esa corta hora de teatro japonés, ocurrieron cosas indescriptibles que me dejaron asombrado.

El escenario era una explosión de cultura, color, sonido e historia. Y aunque admitía sin pena no entender ni una sola palabra de las canciones o las frases, también era capaz de reconocer que todo en aquella obra me fascinó.

Tras unos delgados barrotes rojos hasta el fondo, un grupo de no más de veinte tocaron instrumentos tradicionales. Portaban vestimentas parecidas, kimonos ligeros y claros, peinados muy altos para las mujeres, otros igual de extravagantes para los hombres. Todos sentados sobre sus talones en acolchados cojines, con la postura muy recta, los rostros carentes de toda expresión.

Centrado al escenario, un gran trono dorado y carmesí cargaba consigo a un gran y robusto hombre. Su cabello —o, mejor dicho, peluca—, era largo, blanco, lacio. Vestía un kimono negro, con bordados dorados. Tenía la cara pintada de blanco, con trazos exagerados en las cejas, el borde de los ojos y la boca para resaltar un rostro constantemente irritado o molesto.

Me resultó cómico en un principio, más porque este hombre realizaba movimientos lentos o abría los párpados lo más que podía. Un estornudo y podrían salírsele los ojos. Sonreí a medias cuando lo imaginé.

El actor poseía una voz bastante gruesa y potente, intimidante. Resonaba en cada rincón del establecimiento.

En volumen bajo, los músicos continuaron interpretando canciones desconocidas con flautines y guitarras similares a la que Moon guardaba con sumo cuidado dentro de su apartamento y que tocaba algunas noches.

Otros hombres salieron a escena al par de minutos, vestidos iguales. Su maquillaje era también exagerado, pero la expresión que manifestaban era distinta. Lucían serios, valientes, recios. Todos ellos se inclinaron frente al viejo antes de que les dijera otras cosas inentendibles. Por la breve descripción de la hoja que nos fue otorgada, imaginé oraciones aleatorias en mi mente que pudieran simbolizar la crueldad del gobernante.

Todos permanecieron en silencio mientras la obra se llevó a cabo. No vi en ningún momento algún brillo lejano de la pantalla de algún celular o similar. Los presentes, erguidos en sus lugares, mostraban interés auténtico. Incluso mis acompañantes no se movieron ni un ápice para sentirse más cómodos. Deduje que esta no era la primera vez que Jonah y su familia presenciaban algo como esto.

—¿Qué estarán diciendo? —pregunté a Jonah en un tono apenas perceptible.

Él se inclinó hacia mí para decirme de cerca que tampoco tenía idea, pero que le gustaba lo que veía. No dijimos nada más, pues temimos que su padre nos regañara igual que a un par de niños maleducados y ruidosos. Me avergonzaría que ocurriese a esta edad.

Sin que lo previéramos, la música se intensificó. Las luces que daban hacia el escenario comenzaron a atenuarse. Los actores en escena no se movieron ni un poco, se congelaron como si pasasen a formar parte de la escenografía.

La melodía que podíamos escuchar no sonaba tan alegre o enérgica como las otras, sino más lenta y misteriosa. Y entonces, apareció otro personaje igual o más llamativo que el que se sentaba sobre su trono a gritar.

Era una mujer. Vestía el kimono más ostentoso que yo hubiera visto jamás. Negro, de bordes rojos, con un inmenso moño en la parte delantera de color dorado. Sobre este, bordado en hilo blanco, había un gran pez alargado, nadando entre flores. Contrario al gobernante, no exageraba sus expresiones con maquillaje, sino que las afinaba lo más posible y las mantenía con la misma inexpresividad que los músicos del fondo.

Su entrada fue todo un espectáculo. La dichosa mujer caminó con un paso desesperadamente lento, pues bajo los pies, usaba unos zapatos negros de plataforma gigante. Lucían pesadísimos para aquellos tobillos tan delgados. No pude evitar pensar en lo agotador que sería usar un par de esos en la cotidianidad, sumando también el inmenso vestuario.

El balcón vecino [BL-GRATIS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora