Arena de Mar

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Los días siguientes fueron de lo más extraño en su vida por decir lo menos. Es ridículamente incómodo el silencio que se instaura el tiempo que están a solas, tanto que prefiere estar al ojo público donde Orm se muestra afable.

Evidentemente no se repite lo de la primera noche, y cada uno duerme en cada extremo de la cama como si en medio hubiese una barrera de fuego. Es tan asfixiante la situación que si no fuera por los asuntos del reino manteniendo su cabeza ocupada ya hubiera aventado todo por la borda.

Su madre es un gran apoyo, uno que no durará porque esa noche regresa con su padre, quedándose con Vulko y Mera como dos brazos derechos, les debe mucho a ese par. 

Orm tiene ciertos momentos, cuando están a la luz del día y no cuando cierran la puerta de su alcoba. Le ha enseñado las diferentes tradiciones y costumbres al igual que siempre lo acompaña en los recorridos que ha hecho por todo el reino. La forma en que su hermano habla de Atlantis, llena de orgullo y pasión, le hacen aumentar su deleite y devoción por el mundo acuático.

La comida es la única cosa que no logra acostumbrarse, lleva un mes y su estómago y paladar extrañan como nunca la comida de la superficie. Ahora sólo pica un poco esa cosa pegajosa de su platillo pensado cómo les va a decir que no se ha reportado con la Liga. Tiene que ir a verlos, antes de que tengan a un Kryptoniano rondando por aquí, o los juguetes Batman asomándose en las puertas de algunos de los reinos, se arrepiente de no haber aceptado el comunicador que el millonario le ofrecía.

—¿No tiene hambre, su alteza? —es Vulko sentado a lado de la pelirroja. Mera también lo mira con aire de preocupación, ellos ya han terminado su comida y el ni siquiera lo ha probado.

—Puedo pedirte otra cosa —le dice la mujer alzado la mano para llamar a uno de los mayordomos.

—No, está bien gracias —da un bocado y sonríe a sus acompañantes con los labios apretados. Mira de reojo a Orm sentado a su derecha, ajeno a la conversación mientras corta con toda serenidad un pedazo de esa cosa chiclosa.

—Tengo que ir a la superficie —les suelta ahora que tiene a los tres juntos.

—Vaya...

—Ahora entiendo tu cara larga.

Ignora lo comentarios concentrándose en lo que realmente le preocupa; Orm para de comer dejando lentamente los utensilios sobre su plato.    

—Son unos asuntos que tengo pendientes, no me llevará más que un par de días —intenta explicarse más para su hermano que para los demás presentes. Orm está molesto, lo sabe porque sus ojos se vuelven fríos como una solitaria noche de invierno y lo confirma cuando alza la voz por primera vez en lo que va de la hora.

—¿Más importantes que Atlantis?

—No más importantes pero...

—¿Entonces? ¿No has escuchada nada de lo que te he dicho? —le demanda en un siseo que le rechinan los dientes. Está a punto responder pero piensa que no tiene que rendirle cuentas a su hermano ¿o si?, además, ¿en que fregados le afecta?

—No tengo porque darte explicaciones  —suelta más duro de lo que le hubiera gustado y Orm desvía la mirada como si recordara cuál es su lugar.

—Realmente tengo que ir —finaliza con voz suave en un intento de disculpa, pero el rubio sigue con ojos gachos llenos de una furia contenida.

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