Única parte.

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Una cagada.

En definitiva, eso es lo que había sido su último laburo: una reverenda cagada.

Desde el vamos, el esquema de todo el atraco había padecido sus varias fallas. Los lugares que debían visitar estaban lejos y por el momento (hasta que hubo uno, e igual fue fallido) carecían de transporte.

La ejecución por supuesto fue igual de sucia. Aquella pobre farmacia de la avenida Figueroa Alcorta fue completamente despojada de toda su mercadería, y no necesariamente de la fortuna en papel.
No dieron con las cajas ni con las cajas fuertes, se les fue imposible, y el mayor ya estaba desistiendo. No había pasado mucho tiempo después en lo que le comunicaron que no hacía falta irse "así como así", que en su haber tenían lo "suficiente".
Lo primero que pensó es que no era una forma de pensar tan estúpida, como mucho si su amigo había logrado chorearse medicamentos o cosas así en definitiva podían revenderlos en algún momento.

Desistió apenas lo vio salir con una pequeña caja a la cual le sobresalían extrañamente unos cartones con esquinas coloreadas.

-¿Qué carajo tenés ahí? -le preguntó sin más mientras corrían del lugar, enfadado por todo lo que acababa de pasar-.

-Boludeces, unas telas y creo que un chupete -respondió ligero, como quitándole importancia a la situación-.

Se quedó en jaque mientras veía como el otro seguía su camino hasta su vehículo.

Pero Ramón ya se había acostumbrado al accionar de su compañero, así que lo único que le restaba por hacer era comunicarle todo a su padre, omitir ciertos (varios) detalles y morderse la lengua tratando de encontrar una solución a su propia molestia. Para no terminar de moler a golpes a Carlos él mismo.

Aquello era especial, de todas formas. No recordaba un fracaso tal donde terminaran robándose algo así y...

La verdad es que esa noche se sentía particularmente molesto y no hubo ni una manera de esconderlo.

Tácitamente habían sellado el pacto de siempre pero Peralta estuvo silencioso, también a la vuelta. Sobre todo cuando por fin llegaron a su pensión y se despojaron de sus molestas cosas para instalarse en la roña que era todo ese lugar.

Su compañero jamás le quitó la mirada de encima y él lo supo, mas no hizo nada al respecto.

No quería, y no debía.

Porque se conocía y sabía que mientras se acomodaban, el pendejo haría lo mismo y tendría que ver como tiraba por ahí las pelotudeces que se había traído, o incluso jugaría con ellas.
No soportaría ver eso sin que todo desemboque en una pelea por algo tan pequeño y bizarro.

Lo dejó ahí.

Había agarrado una botella de vino, aquellas que tenían guardadas para "momentos especiales", y le chupó un huevo si al otro le molestaba que se apropiara de algo que se suponía era de ambos; era algo que el rubio hacía todo el tiempo, también.

Soltó su camisa, se quitó los mocasines y las medias, y luego de encender la tele se tiró pesadamente sobre la cama. No se molestó en fijarse en qué canal había quedado prendida y tampoco le importaba mucho volver a levantarse sólo para ver cambiar lo que sea que haya.

Para su suerte, no había algo tan malo puesto. Era Batman y aunque no fuese su programa favorito en miles, así quedó.

Y quedó...y quedó. Escuchando las onomatopeyas de un Bruno Díaz bastante lisérgico.

A veces sentía unos suspiros algo ruidosos, no propios, disiparse en el aire. Sabía que eran unos quejidos de aburrimiento, de capricho o de perdón. No podía saberlo, y no quería. No se había fijado en la presencia ajena desde que llegó, apenas notó en un segundo que lo miró de reojo que a diferencia suya sólo se había quitado la camisa, y nada más. No reconoció a su lado lo que se había traído, esperaba que las hubiera tirado al piso.

Jugar un poco.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora