Quién sino el mar, aquel lugar tan puro, tan espiritual, aquel lugar que marcó el inicio y en algún momento marcó el final.
Semejante calor infernal había ascendido de entre las aguas, su fulgor iluminaba los rostros de aquellos seres que espectantes recibían el brillo de aquel lucero; tan hermoso como el alba, tan escultural como el ocaso.
Su figura tan impoluta irradiaba luz, más que el sol, más que la luna misma, como una perla era adorada, como un rubí valorada.
Su consistencia animal y humana la observaban, el conocimiento y el libre albedrío la contemplaban.
Su corazón puro, no escuchaba, no miraba, no entendía, no palpaba, como un animal libre era, su desnudo cuerpo no importaba. Una fina capa de rosas cegaban sus sentidos, el bien le imploraba no mirar más allá de lo escrito.No obstante, las rosas se habían marchitado, como las hojas caen de los arboles en primavera.
Entre finas capas de conocimiento había sido abrazada, su cuerpo desnudo era cubierto, pues ahora si importaba.
La vergüenza y el horror cubrían sus ojos, pues impura era llamada, sin embargo, ella era ahora, más majestuosa que el alba y los escritos semejantes a la mar, tan clara.Como candil, iluminaba los rincones más oscuros, guiaba a aquellos que su mirada aún cegada estaba, les brindaba libertad y como pájaros volaban, pues ahora su pureza era sólo visible para aquellos que desearan ver.
Quién sino el mar, aquel lugar tan puro, tan espiritual, aquel lugar que marcó el inicio y en algún momento marcó el final.
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𝓥𝓮𝓷𝓾𝓼.
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