Un dos tres, un dos tres, giro. Un dos tres, un dos tres, vuelta y salto. Y un dos tres, un dos tres, giro, se inclina y saludo. Sonrisa.
Él la mira, le muestra una sonrisa de oreja a oreja y deja descansar sus manos morenas sobre sus muslos. Las teclas del piano descansan ante la hermosa mirada que le suelta ella al verle. Lo has hecho muy bien, quiere decirle, te veías muy hermosa, quiere soltar.
Otra sonrisa, ella quiere decirle que le quiere. ¿Por qué has estado tan frío?, Piensa, ¿Por qué no contestas mis mensajes?, ¿Hice algo mal? ¿Hice algo que te molestara?, Las preguntas no quieren salir de su boca y ella no dice nada y él tampoco. No hablan sobre la vez que la dejó plantada, o sobre la vez que él no respondió sus mensajes, como si lo ocurrido no hubiese pasado o si pasó no hablarán de eso ya nunca más. Como si fuese un secreto. Como si quedase en el olvido.
"¿Qué era lo que querías darme?", Se acerca hasta él y ríe, aparta un mechón de cabello detrás de la oreja y se sienta junto a él. No tan cerca, temiendo a que sus cuerpos se toquen, como si su tacto quemara.
Él frunce el ceño, confundido, luego recuerda, levanta las cejas y se lleva la mano izquierda al bolsillo de su pantalón. Saca una cinta. Su cinta. Se la extiende, le gusta cómo se ve en su mano pero no dice nada. Aún cuando quiere hablar se mantiene callado.
¿Dónde la encontraste?, Creí que la había perdido. Gracias, gracias, en verdad gracias. Sonrisa, otra risita, y un de nada, la encontré por ahí.
No le dirá que no había querido devolvérsela, no le dirá que estuvo a punto de no hacerlo. No le dirá que la encontró Martha, su esposa.
Se escucha otro, en verdad, muchas gracias, es mi cinta favorita y él solo piensa que es solo una cinta, una cinta cualquiera. Una cinta con la que él había querido quedarse porque le recuerda a ella. Porque le recuerda mucho a ella y es feliz. Tampoco le dirá eso.
Nunca.