Después del sexo

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La situación fue extraña, la primera vez que lo recuerdo en medio del sexo. Ya acostados, me dice: cuéntame una historia, y yo, no jodas duerme, mañana te vas temprano; y ella responde; ya pues, sino te voy a fastidiar toda la noche, me da un beso con sus labios secos y feos. La ventana abierta, las cortinas cerradas las cuales el frío de la madrugada sopla como un péndulo, la luz neón de los locales nocturnos de enfrente, ladridos de perro, gente aún caminando afuera, el tiempo transcurre sobre el pequeño espacio de mi cuarto.

Tuve un amigo, comencé, no te diré el nombre porque quizá lo reconozcas, sonreí para mis adentros. Este amigo estuvo saliendo con una chica, blanconcita, bien bonita. Pero según él, tenía muchos problemas, la cabeza la tenía revuelta, está loca compare, me decía, pero no quiero dejarla. El punto es que él quería que fuera una relación seria, llevarla con su familia y esas cosas, pero había algo que lo jodía. Lo siento aquí compare, me decía señalando su vientre, hay algo aquí que me detiene.

Sucede que un día este amigo, solo en su cuarto, cogió un cuchillo y se abrió el estómago, te lo juro hermano, ni pizca de sangre, me dijo, metí mi mano dentro toqué una piedra angulosa, no te estoy jodiendo hermano, te lo juro, lo agarré y putamare que dolor, recién cuando volví en sí me di cuenta lo que había sacado. Era una piedra roja, brillaba hermano, rojo, te lo juro, tenía una luz propia, tenue, pero brillaba, me dijo.

Ya luego se sintió aliviado del dolor, ni temor, ni miedo, ni inseguridad compare, me sentía Dios, dijo; buscó a su enamorada. Lo esperaba en la Plaza San Martín, en una de esas bancas curvas, pucha que impaciencia hermano, me dijo, tenía unas ganas malditas de besarla y hacerle el amor compare, tanto que hasta sin uñas me quedé. La vio acercase, los nervios lo carcomían, vestido rojo, zapatillas de tela blanca, su pelo que aún estaba húmedo por la ducha, sus labios rojos, su piel blanca, ¡que linda carajo! Se paró, la cogió de los hombros y la besó, putamare hermano, me dijo llorando, como si fuera un maniquí, sentí que besaba una piedra, la miré pensando que no era ella, pero sí, la besé de nuevo y nada hermano, como si no la conociera, como si no supiera nada de ella, cumpleaños, dirección, número de celular, ni su nombre. Me sentí mal, asustado hui.

Y en eso su rostro, asustado, levanta el cobertor y mira mi vientre, me mira los ojos: eres un imbécil, me dice; me da la espalda, calla por un momento. Vuelve a mirarme, ahora yo te voy a contar una historia, dice; sé de una chica que le gustaba ir a fiestas y acostarse con extraños... Oigo el tenue sonido del viento que sopla las cortinas despintadas por el sol de todos los días, mi respiración se hace cada vez más profunda y los parpados me pesan. Afuera los locales nocturnos siguen expectorando personas, y la voz de la mujer a mi costado sigue sonando. Solo espero que mañana se vaya temprano.

Después del sexoWhere stories live. Discover now