II. Para hacerte sentir mi amor

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Levi no despertó, sino al cabo de varios días, en medio de una intensa fiebre. No parecía reconocer nada, lo que era natural porque no estaba en condiciones de saber en dónde estaba, ni de tener la menor noción del tiempo o espacio.

Para entonces, habíamos avanzado muy poco entre el bosque, pero descubrimos con agradecimiento que una cabaña vacía se alzaba en una colina que parecía completamente oculta entre los árboles, en la que, por detrás, pasaba una especie de riachuelo que desembocaba en el río principal por el que habíamos escapado.

Me sentía adolorida, quemada por el sol y sentía los huesos a punto de salirme por las uñas. Solo podía pensar en tirarme en algún sitio con techo y no volver a despertar jamás.

Pero a cuestas, cargado, inerte, llevaba a Levi. Y no iba a abandonarlo.

Un sentimiento de alivio me invadió cuando descubrí la cabaña aparentemente deshabitada. Tenía muebles y un sistema de suministro de agua.

Era una cabaña que debía pertenecer a alguien de alguna ciudad.

Habiendo dejado a Levi cómodo y aún sin responder bien a estímulos, en un sillón en la entrada, comencé a inspeccionar.
Honestamente, al abrir la habitación principal, me alivié bastante más, porque los habitantes de aquel sitio habían estado todos allí.

Los cadáveres de tres personas, dos adultos y un niño, yacían inertes y resecos uno sobre otro, por lo que asumí que les habían asesinado.

Eso significaba que nadie iría a buscarnos allí; probablemente nadie sabía que existía más ese sitio.

Había todo lo necesario; una gran cama, el armario estaba lleno de ropa de cama y de hombre y mujer. Alguien había asesinado a una familia y ya no me sentí tan aliviada después de todo, pero nos ayudaba tener un sitio donde quedarnos.

Una biblioteca pequeña con un gran sillón y un librero repleto hacía las veces de cuarto de juegos según parecía y frente a este, otra habitación con una pequeña cama, juguetes, un escritorio y  un armario con ropa de niño y algunos cajones. La cama estaba hecha.

El sitio estaba bien iluminado y parecía cómodo, pero estaba lleno de polvo y suciedad acumulada, así que busqué una escoba y un cubo de agua y me puse a trabajar primero en la habitación principal, limpiando como pude. Levi no estaba bien y necesitaba un sitio cómodo para descansar. Me alegraba de que no estuviera totalmente consciente o me habría criticado profundamente por no usar otra cosa para desinfectar, además de pasar dolores insoportables. Ya buscaría vinagre más tarde en las alacenas de la herrumbrosa cocina.

Podían ser sus últimos días y pensaba que quizá lo mejor sería que, si moría, deseaba lo hiciera sobre una cama mullida, con alguien acompañándolo y allí había ambas cosas.

Transporté otro cubo de agua y corté con los dientes y las manos parte de la ropa de cama para hacer vendas; algunas veces en la legión parte de nuestro servicio era justamente apoyar a la enfermería. Así pues, cuando hube preparado lo que consideré necesario, corté un gran trozo de sábana y lo sumergí en el cubo de agua, exprimiéndolo.

Al limpiar el rostro de Levi con sumo cuidado y asegurarme de dejar sus párpados totalmente libres de lodo, piedras y hojas, fue que pude apreciar el daño real que había en sus ojos. Además de la herida que cruzaba su ojo derecho y que llegaba hasta su frente, descubrí que la pupila de éste no respondía en absoluto a estímulos de luz (usé una cerilla para probar sus ojos, misma que en el izquierdo provocó que la pupila se dilatase). Por un momento me sentí muy mal, pensando en que no sabía hasta qué punto Levi podría llegar a aceptar tal cosa. Su otro ojo, pese a lo muy herido que parecía, funcionalmente estaba completamente sano. Luego revisé su mano. Mi corazón dio un vuelco cuando vi detenidamente cómo dos de los dedos habían sido cercenados con brutalidad por la explosión. Probablemente habían quedado cercanos a las espadas de su equipo de maniobras.

Le removí la mayor parte de la ropa y hasta donde podía apreciar, Levi no mostró signos de alguna otra herida, lo que me hizo sentir un inmenso nivel de alivio. Al menos sobreviviría y sería capaz de continuar vivo sin preocuparse de quedar lisiado o loco. Ya no se quejaba, lo que me tranquilizaba, y la quemadura en el rostro que parecía competir con la herida del ojo, sanaría si la trataba adecuadamente, así que probablemente debía salir al bosque y buscar algunas hierbas. Sin embargo, era un hecho que estaba en extremo lastimado, pues grandes áreas de su cuerpo aparecían amoratadas con tintes de un nada saludable color negro y otras verdosas y moradas. Nunca, desde que conocí a Levi, le vi tan herido ni ser incapaz de comunicarse.

La cocina parecía no haber sido usada en algún poco tiempo y la familia allí había sido muy previsora.

En la parte trasera de la casa había un ahumador y tenderetes para carne seca de los que aún colgaban algunas tiras.

Me hice de las tiras restantes y descubrí con emoción que en la alacena había paquetes almacenados de carne seca, especias incluso etiquetadas lo que era rarísimo, platos de bonita cerámica, cubiertos de plata reluciente, harina, levadura, y utensilios varios, así como muchas ollas de varios tipos. Podríamos comer.

Mi boca se hizo agua en tanto pensé en comer y mi estómago comenzó a castigar a mi mente, porque los gruñidos me resultaron insoportables. Así fue como logre encontrar el baño, que en realidad era un pequeño cuartito al lado de la habitación principal. Una vez allí, me alegré de ver una ducha después de mucho tiempo de no poder acceder a una, y sin poder reprimirme, me quité toda la ropa y no importándome nada, entre en la ducha que agradablemente conservaba agua tibia que al parecer se había calentado un poco con el sol de aquel día que había estado sobre el sitio construido para almacenar el agua y que yacía por debajo de la cabaña.

Mientras el agua me relajaba los músculos tensos y el cabello larguísimo se escurría a mi espalda a causa del agua, me tallé con fuerza, sin jabón, pero con la necesidad de sacarme toda tensión, todo miedo y toda ansiedad y cuando me sentí totalmente calmada y limpia, cerré la llave. Fue entonces que pensé que debía buscar una toalla, lo que me llevó a salir desnuda y sentir el aire del ambiente algo frío, pero una vez llegue de nueva cuenta al cuarto principal sin hacer ningún ruido, tomé una enorme sabana gruesa del armario y me envolví en ella mientras buscaba ropa de mujer que, incluso como una especie de suerte de mi destino, me venía perfecta. No era más que un camisón de franela, tejido común en las montañas y los bosques puesto que son fríos durante la noche. Cuando me sequé el cabello, lo até a mi espalda en una larga trenza y me desentendí de él yendo a la entrada; cargué el cuerpo inerte de Levi a la cama. Quizá quisiera un baño también, pero en ese momento era incapaz de decidirlo.

Cuando sintió la cama mullida a su espalda, un suspiro de profunda tranquilidad abandonó sus labios y sin despertar de nueva cuenta, se acurrucó.

Pobrecillo... Había sufrido tanto.

Las lágrimas no alcanzarían a expresar el dolor que me causaba observarle sufrir, de forma que en ese mismo instante tomé una decisión para la que no había marcha atrás.

Levi no estaba solo. Y tantas veces había protegido a tantas personas... Que merecía ser cuidado y protegido como el más precioso de los tesoros.

Si, había mucho más que vengarme de los Jaegeristas. Había muchísimo más que salvar al escuadrón o proteger lo que quedaba de la Legión de Reconocimiento.

Levi y yo éramos una excepción a la regla en todo sentido.

Levi había sufrido tanto y había perdido tanto que era inútil hacerle curarse para pelear una vez más. ¿Para qué?

Aquel sitio pareció perfecto para tener un hogar, un lugar donde permanecer y hacer una vida sin temor a ser asesinados. Y ya se lo plantearía a Levi, pero en ese instante no era importante.

Lo importante era su vida.

Y yo haría cualquier cosa por conservarla.

Cualquiera.

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