Las reglas de la locura

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Estaba loco por hacer algo que decidió salir presuroso para donde primero los pies le llevaran. La cabeza sólo la tenía para que la estética del cuerpo fuera en cierto sentido normal. En cierto sentido porque de todos modos su figura no era en absoluto estética pero tampoco tenía la cabeza para usarla, pero como andar sin cabeza puede ser un susto para muchos, tenía la cabeza sobre el cuello. Así que decidió salir para donde los pies le llevaran.

Era cierto que a pesar de las ronchas que le daba a mucha gente, él era uno de esos locos que parecían andar con alguna iluminación especial porque tenía la intuición incluso más brillante y desarrollada que una mujer y una astucia extremadamente perspicaz, tanto que era difícil saber si era hombre, mujer o gato.

Tom soñaba recorrer todo el mundo, conocer ciudades, maravillarse de la variedad de la naturaleza, oír lenguas extranjeras y hasta quizá aprender alguna frase difícil en esas lenguas que no eran la materna. Eran sueños difíciles de vivir: era pobre para viajar mucho, la naturaleza cada vez era menos variada y si por ventura oía alguna lengua extranjera, se quedaba como ante una caja de abejas obreras que zumbaban frente a él.

Con todo, salió guiado por su huesudo cuerpo, fiel a vivir sus deseos, al menos, unos metros a la redonda.

Estando en camino se encontró con muchas cosas. Un día en que descansaba frente a una enorme casa, en el banquillo de la otra vereda, pudo ver que un hombre discutía con una mujer, ambos rabiados hasta el punto de agarrarse a mordidas como los perros. Esto lo asustó sobremanera y se fue triste de allí; además, no era fácil observar desde la otra vereda pues cada quién veía las cosas a su modo y desde una perspectiva atómica y difícil de empatizar. Sobre todo, se hacía evidente que ambas personas vivían juntas y que estaban muy enojadas por algún motivo que los llevaba a discutir de ese modo.

Más allá, al pasar frente a una casa, vio a unos niños que corrían detrás de una pelota, acompañados de un perro que jugaba con ellos como si fuera un niño más; mientras tanto una pareja -por casualidad los padres- reían abrazados mientras observaban aquel juego de los niños y el perro. "Qué raro es el mundo"- se dijo a sí mismo Tom, "mientras unos pelean, otros están lamiendo la felicidad con algo tan simple". Sintió para sus adentros que él sería más feliz con aquellos que reían que con aquellos que peleaban y con esto estuvo contento mientras seguía caminando.

En esto pasó frente a una tienda, era pequeña y ya estaba cerrando asique tuvo que seguir andando. No caminó tanto hasta llegar a una esquina que estaba muy llena de gente. En aquella esquina se erguía imponente una enorme construcción y muchos entraban y salían de ella. Todos salían con alguna bolsa en la mano y concluyó que también aquello era una tienda. Y así, súbitamente, su enorme inteligencia brilló y se iluminó de cuestionamientos: por qué una cerraba y otra no; por qué una era pequeña y otra enorme, por qué una dejaba que las personas vayan a sus casas y otras las sacaba de ella y, con todo esto, se atormentó. "Qué raro es el mundo"- volvió a decir y esta vez un poco asustado.

Ciertamente, su brillante locura, parodia de una voraz inteligencia, cuando quemaba con ese chispazo ardiente, se inundaba de preguntas y no de respuestas. Ante tal situación, él sólo reía altanero pues, ¿acaso no son más importantes las preguntas que las respuestas? Y así fue caminando, a paso lento como Rocinante, flaco, huesudo y feo pero iluminado a mucha honra.

Cansado se detuvo un momento frente a una pequeña vertiente que brotaba justo entre unos árboles y unos camalotes raros que estaban en aquel parque. Ni supo cuánto tiempo se quedó mirando aquel pequeño, infinito y constante brote de agua pura, sólo sabía que nadie querría hacer ese absurdo de mirar una pequeña vertiente por un largo rato aunque en realidad es en las cosas más pequeñas de la vida en donde se encuentra lo mágico de la existencia. "Que raro son los seres humanos"- se dijo esta vez. Lo cierto es que él también era ser humano aunque bastante diferente al resto del mundo, quizá porque en parte estaba loco. En parte, pero de esas partes que, para desgracia más quizá de muchos que de él mismo, se asemejan mucho al todo.

Fue allí que se puso a recordar cuánto había vivido en su quizá corta vida. Su locura, como todas las locuras, tenía un origen y una razón. Pues así es, aunque parezca contradictorio, la locura tiene razón.

Anduvo un tiempo trabajando en un lugar en donde se matan vacas y se vende la carne. Aunque Tom sabía que decir matar vacas y vender la carne significaba también vender hasta la última pezuña del animal y no regalárselo ni al último mendigo a punto de morir. A estos lugares también a veces se los llaman frigoríficos.

Fue allí en donde comenzó a tener los primeros problemas en la cabeza. Por supuesto él ni sabía esto, de lo contrario, hubiera generado una revuelta tal, que todos lo habrían seguido.

Ahora bien, de aquí datan sus primeros síntomas de enfermedad. Empero, hay que aclarar que esto no se dio por una especie de ósmosis; él era así desde que brilló en este mundo y esto lo defendía él con cada acto de cada segundo de su maravillosa existencia. Como todos tenían cuidadosamente adornados sus cuerpos con cabezas, Tom también lo tuvo. Sólo para eso servía la cabeza allí y así terminó siendo, aunque a Tom aún se le escapaban remotamente esas locuras que son muy parecidas a la genialidad, cuanto menos a la imaginación y la creatividad.

¡Qué contradictorio se veía ese ideal de sapiens encarnado en Tom!

En cierta ocasión, una de sus compañeras dijo que amaba ese trabajo y que allí se sentía realizada. Tom sólo escuchó y calló. No había nada que hacer por ella.

Él entró a ese lugar para acomodar papeles y carpetas; el lujo que tenía sobre el cuello le servía perfectamente para eso. También no fue muy difícil entrar allí, a pesar de que había varios postulantes, porque al gerente le cayó muy bien. Cuando se presentó a la canónica, ortodoxa y tradicional entrevista, éste le preguntó su apellido mientras se disponía a escribir en una enorme hoja blanca que tenía unas líneas vacías:

-Tito. Respondió Tom.

El gerente creyó que este le hablaba de un apodo pero ante la seriedad de la pronunciación, cayó en la cuenta de que realmente era su apellido. Pensó que podría ser un apellido extranjero, de esos raros que abundan en nuestro país, probablemente alemán; quizá tenía en frente a un descendiente ario oculto bajo una figura desencajada, pero de raza superior al fin de cuentas.

-Nombre. Preguntó esta vez el entrevistador.

-Tom. Respondió el posible ario. La "m" se quedó flotando en el aire pues Tom lo dijo casi cantando balada y su corto nombre llegó a parecer una sinfonía de Beethoven. "Definitivamente este es ario, de pura sangre", se dijo el entrevistador.

Así Tom quedó contratado y comenzó a trabajar desde el día siguiente.

No obstante, pronto se aburrió. Siempre se hacía lo mismo y él creyó que estaba destinado a algo más; no creía en el destino ni en nada de esas cosas que tienen nombres raros y que todo el mundo pierde su tiempo pensando en él, pero esta vez creyó en el destino; en ese que él mismo forjaría. Definitivamente su locura era más grande que él porque no pensó que otros también intervienen en su destino, sino para ayudarlo, al menos para estropearlo.

Allí vivió poco tiempo pero escuchó y vio de todo. Esto terminó de enloquecerlo por completo.

De repente comenzó a hablar en una lengua ininteligible, lo más probable que se tratara de una lengua superior, quizá aria de verdad -aunque esta raza nunca haya existido, ni su lengua, ni su cultura-. Estaba loco y por eso dijo "qué raro es el mundo"; luego usó por primera y última vez su cabeza y dijo "pero cuántas cosas se pueden hacer por él".

Y así la locura se apoderó de su frágil cuerpo y le arrebató el último suspiro; porque si hay algo eternamente más fatalista que la locura, es la malquerida muerte. Finalmente ella ganó, aunque en realidad -como la paradójica vida de Tom Tito- hubo perdido, pues no es sino en la cabeza en donde se anida todo el mundo del ser humano y es en ella también donde construye su morada efímera la eterna locura, la que hace que cada loco diga "que raro es el mundo, pero cuántas cosas se pueden hacer por él" y a esta bienamada hija de la locura, no hay muerte que muerte pueda dar.

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⏰ Last updated: Mar 13, 2019 ⏰

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