|| Adagio ||

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"Deja que me vaya

No quiero ser tu héroe

No quiero ser una persona importante

Sólo quiero pelear como todos los demás..."

Family of the year | Hero

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Mi primer recuerdo... fue la oscuridad..."


Sirvientes, una hogar que más bien era una mansión rodeada del más frondoso bosque a 500 metros a la redonda, educación en casa de calidad, salones de baile, candelabros y velas; si, era eso que llaman "nacido en cuna de oro", la diferencia es que las personas que lo añoran no saben o tal vez lo ignoran... el oro no siente... no palpita, el oro sólo es oro; una clase de metal precioso que brilla y deslumbra a todo el que lo ve... él debía de ser como el oro.

Muchos creen que los matrimonios arreglados son tema de siglos atrás, incluso nulos en el mundo actual, sin embargo; Inna Morózov se había "enamorado "de un hombre coreano que conoció en una junta de manadas celebrada en Asia a la que había asistido con su padre; su nombre era Lee Ho Joon, un chico tres años menor que ella del cual se presumía tenía una maldición en los ojos que pasaba de generación en generación. Un solo párpado, hoyuelos en las mejillas y esa piel blanquecina contrastante con una cabellera tan negra como tierra fértil; tanto gustaba a la chica que por mero capricho le habló, hipnotizándolo con sus ojos azules y su fisiología albina. Esa noche se convirtió en una especie de meta para la joven rusa de 21 años, ansiaba el poder de esos ojos miel y así fue, lo consiguió tras pedírselo a su padre; la manera más fácil de describir a esa dama era simplificando la palabra consentida en todo su esplendor. Se casaron luego de tres escasos meses de haberse visto por primera y única vez, él era un Alpha y ella una Omega, ambos de sangre pura. Al contrario de lo que se podría pensar, él no accedió felizmente a la boda; fue obligado a casarse con la dama de hielo por su propio progenitor, subiendo de este modo su familia de rango. Lee no se podía quejar, la fémina era una belleza de pies a cabeza, se pensaría que se negaba por tener un cerebro vacío pero era todo lo contrario, ella era inteligente, elegante, sofisticada, glamorosa; adorada y deseada por todos, no era oro, era un diamante.

El tiempo pasó y dio a luz a un niño de tez blanca, cabello platinado y ojos azules; podría decir que se parecía a su padre pero no le conoció. Desde el momento en que nació se vio obligado a usar una mascareta de madera sin orificios para los ojos, no podía ver nada... no querían ocasionar problemas pues lo que ocurría bajo sus pupilas podía ser desastroso, desarrollando al máximo su percepción e intuición aunque esta ya era fuerte desde su nacimiento. Fue criado enteramente por un hombre que había sido exiliado de la manada, le ayudaba a comprender sus ojos, estando con él la mayor parte del tiempo además de con su madre. Según sabía, él se llamaba Ubiytsa, sí bien no era un nombre, así era llamado por las mucamas y sirvientes de la mansión, incluso por su madre la cual no se acercaba a más de dos metros del cabello azabache. A medida que fue creciendo, Haru, comprendía los roles dentro de aquella prisión congelada: no le era permitido interactuar con nadie que no fuera su madre, Ubiytsa o su institutriz y aunque lo intentara, la gente corría despavorida apenas y percibían su presencia. "¿Qué había de malo en querer tener amigos?" Esa era una pregunta que fue resuelta con severidad por el hombre encargado de él.

¿Crees que una persona como tú y como yo podemos tener amigos? Ellos no saben nada de nosotros y sólo se inventan ideas estúpidas de lo que podemos hacer... siquiera nos dejan salir de aquí. No te quieren cerca, entiéndelo de una buena vez, acéptalo y vive con eso.

¿Por qué? ¿Por qué estoy solo? ¿Por qué estamos solos? Duras preguntas para un pequeño de cuatro años que era guiado por Ubiytsa hacia la zona de enfrentamientos; traidores e intrusos eran acabados por sus manos. Día tras día presenciaba asesinatos bajo la hoja afilada de acero con la leyenda: "¿Viste como lo hice? Debes de aprender rápido a usarla". Su vida se basaba en ello, enfrentamiento corporal una vez se convertía en lobo y aprender visualmente el arte de la espada o esgrima, además de ello se sumaban las clases de su institutriz y las de violín por parte de su madre que supervisaba para él.

A la edad de seis años fue puesto a prueba, era su primer enfrentamiento oficial como lobo para ser miembro de la manada que lideraba su familia, además de la transformación también valdrían la prueba en espada y astucia, cosa que a esa edad era casi nula la posibilidad de poder ganar contra un lobo adulto. Como era de esperarse, fue vencido y con ello exiliado por un tiempo hasta que su presencia fuera nuevamente admitida dentro de la casa; fuera de estar triste, él fue realmente feliz lejos de ese lugar, se sustentaba con animales invernales y algunas raíces, el agua estaba congelada pero la nieve se derretía poco a poco en su boca. Tras tres meses fue aprendido por una jauría mandada por Inna, su madre, en busca de su nuevo poder y conocimiento, siete lobos adultos que le marcaron en más de una manera el cuerpo, mismo que quemaba por la extrema curación. Volvió a perder la prueba y algunos meses más fueron pasando sobre sus hombros hasta que Ubiytsa fue por él, se podría decir que lo regañó todo el camino, sin embargo, no fue así, sí Haru hubiera podido ver sus ojos él podría apostar que aquel hombre tenía una pizca de alivio al encontrarle vivo. En cuanto lo vio simplemente caminó esperando que le siguiera y así fue, el niño le siguió a pasos que se ahogaban con el exceso de nieve y una voz que suplicaba le esperara... no le esperó, pero ahí estaba su mano extendida un poco hacia atrás para ser tomada por el menor, el cual gustoso, abarcaba un par de dedos con su pequeña palma y reía... porque era feliz, porque no estaba solo en el mundo... porque ese hombre a pesar de ser un golpe de realismo constantemente, le dejaba tomar su mano, le guiaba... y él podía ser feliz simplemente con eso.

En cuanto se presentó frente a su madre nuevamente, recibió 7 azotes en la espalda, uno por cada mes que él la había abandonado por ser débil. Su entrenamiento se volvió más riguroso, sus codos y rodillas dolían con cada nuevo golpe, el hielo calaba al hueso y sus dedos se estropeaban poco a poco por las cuerdas del violín. Ocho años, fue ahí donde la conoció, su voz era dulce en cuanto curaba sus dedos que ahora goteaban el líquido rojizo por haberse equivocado en una nota, ella le preguntaba sí estaba bien y él asintió, ella lo intentó tocar y por instinto él se apartó, ella le alcanzó y por error tiró aquella máscara de madera que resonó al llegar al suelo. Tocó sus mejillas, tocó su nariz y sus labios hasta terminar en sus ojos, ella sonrió; atónito la observó y lo entendió...era ciega, como sí un velo se deslindara frente a sus pupilas. Nunca supo su nombre ni su edad, nunca le dirigió una palabra pero la escuchaba, no necesitaba verla para saber que era ella la que le hablaba al otro lado de la puerta y compartía la mitad de su galleta como sí de algo ilegal se tratara. Ella le hablaba de sonidos, de sensaciones, corazones inquietos de felicidad y atisbos de enojos entre palabras; siempre iba descalza y con el cabello suelto a la altura de sus rodillas, o al menos así la recordaba desde su primer y único recuerdo físico. Sonreía cuando ella reía, un nudo en la garganta se formaba cuando ella lloraba y entre lágrimas tarareaba una canción de cuna que pronto él aprendió para seguir junto a su voz. Ella era como la Luna, siempre llegaba de noche y se iba con el amanecer.

Ubiytsa le hizo una prueba ese mismo año, lo enfrentó él mismo y a solas, necesitaba ver sí tanto trabajo había resultado, no tenía tiempo que perder y cuando lo encontró listo sólo le recordó aquello que siempre le había marcado con cada palabra: "Nunca uses tus ojos". Lo llevó con Inna y ella aprobó un combate más del que salió victorioso.

WolfSongWhere stories live. Discover now