Una madrugada, de las tantas que pasé en la clínica, me desperté y no podía conciliar el sueño, entonces, pasé mis manos por encima de la mesa de noche y en medio de blísteres y cremas, encontré mis gafas. Después, recorrí la pared en busca del interruptor y empecé a leer. Al poco tiempo, me di cuenta que mi compañero de habitación estaba despierto. Decidí tomar un poco de agua e intenté dormir mientras me imaginaba como el protagonista de cada relato que había leído. Alrededor de las 7am los pitos de las máquinas que tenía conectadas al cuerpo me despertaron y en lo más profundo de mi ser percibí un vacío. La soledad me estaba carcomiendo.
Días después de mi llegada, entraron dos pacientes más a la UCI. Iván que tenía 30 años y otro que no recuerdo el nombre. El segundo de ellos me saludó y de inmediato empezamos a conversar de las enfermedades que nos tenían en aquel lugar. Sin embargo, Iván no podía ser partícipe de la conversación ya que le habían realizado una operación por cáncer de garganta y tenía que limitarse a ver y escuchar lo que pasaba a su alrededor.
"Yo era profesor de español en una escuelita, mi esposa murió hace 5 años. Tuvimos tres hijos Roberto, Marcos y Fidel. Por ellos me fui a vivir al ancianato, porque no quería ser una carga. Incluso, no saben que estoy acá y tampoco les voy a decir para no preocuparlos", les dije a mis compañeros. Sentí ronquidos y pronto me di cuenta que los había vencido el cansancio y quizás, ni siquiera, me habían puesto cuidado. Llamé a la enfermera y eso los despertó. Sinceramente, precisaba de alguien que me diera agua y otra persona para que me escuchara. "Por cierto, antes de ser profe, fui marinero, tripulaba por el Atlántico", les mencioné. Inmediatamente las miradas de los que había en la habitación se posaron sobre mi cubículo, como aclamando que revelara el resto de la historia. Tapé el libro con la cobija y dibujé en sus mentes mis días de náufrago y la ayuda misteriosa que me guió hasta una isla.
Al siguiente día, les conté sobre mi viaje al Amazonas y las cuevas donde viví casi dos meses. No creían lo que escuchaban hasta que les mostré una postal que tenía guardada. También, les hablé de mis intentos de ser brujo y de las decenas de animales que murieron en mis manos. Cada día que pasaba se asombraban más y más con mi vida y yo, había encontrado, al fin, un poco de atención.
Pasaron varias semanas en las que, al mediodía, los dejaba perplejos por las aventuras que había vivido en el mar, en la selva y en las aulas de clase. Los demás pacientes escuchaban con atención y anhelo cada relato de mi vida. Pero, una noche, cuando regresé del baño, encontré una nota en la que alguien revelaba el descubrimiento de mis mentiras. Claramente, el creador del mensaje se había enterado que, todo lo que les contaba sobre mi vida, en realidad, eran historias del libro que estaba leyendo.
Mientras comíamos la merienda de la tarde le escribí una nota a Iván. Le pedí que guardara mi secreto. Cuando éste leyó el mensaje, miro a los demás pacientes y pujo varias veces, como pidiendo ayuda. El alboroto fue tan grande que llegaron las enfermeras y él les mostró el papel que yo le había pasado. Las ideas eran confusas y para evitar alteraciones en la habitación, rompieron la hoja y nos pidieron guardar reposo.
La verdad, yo no creía que ese joven me fuera a delatar. No estaba haciendo más que contar historias y no pensaba dejar de hacerlo. Sin embargo, al siguiente día, Iván despertó y entre balbuceos nos saludó y me desafió con la mirada. Con el libro entre mis manos, empecé a narrar la primera vez que me casé y mi esposa murió por culpa del anillo de compromiso. Iván no lo soportó e intentó mover sus labios. Esta vez, los otros pacientes, José y Rafael, me preguntaron por la actuación de aquel chico y no tuve más remedio que referirme a su sueño y decir que, seguramente, debido a mis historias Iván no podía dormir.
El silencio de la habitación se prolongó por muchos días. Mis voces no retumbaron más entre las paredes y todos dormían plácidamente mientras escuchaban el ruido del televisor. De la nada, mi aburrimiento fue interrumpido por el médico de la tarde, quien nos chequeó a todos y se detuvo en el cubículo de Iván. "Me alegra verte mejor. Ahora vas a tener que ser paciente y seguir todas las recomendaciones que te hemos dado. Hoy te vas para tu casa", le dijo el doctor a Iván, quien se levantó y festejó por el triunfo.
Mientras yo leí un poco, Iván se bañó, se cambió de ropa y su hermana organizó sus cosas en una maleta. Dos horas más tarde, tomaron sus pertenencias, se despidieron y sus siluetas desaparecieron para siempre del dormitorio. Cuando vi el cubículo B vacío, mi mente empezó a darle señales a mi boca y mis cuerdas vocales emitieron unas cuantas palabras. Mis compañeros de habitación voltearon a verme. Con una sonrisa que adornaba mi cara, volví a narrar mis aventuras. Entonces, no volvieron a faltar las historias, al mediodía, en la habitación 353 de la clínica a la que mis hijos nunca llegaron.
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Habitación 353
Short StoryVicente tiene 70 años, debido a una caída, está en un hospital. El anciano decide contar sus historias de vida a los compañeros de habitación pero no resulta interesante para ellos, entonces, empieza a inventar relatos. Un chico se da cuenta que to...