Marca

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Nakamoto Yuta estaba en mis pensamientos, como siempre.

Nos conocimos muy jóvenes y crecimos al compás, pero los caminos que tomaríamos ya estaban marcados desde que fuimos concebidos. Por más que lo quisiera a mi lado de innumerables maneras, a pesar de que lograba ver el mismo sentimiento en su mirada. Esa proveniente de unos ojos almendrados y tan profundos; irremediablemente se volvieron mi única salvación de este mundo que únicamente me dejó una marca de por vida.

Macaron mi alma, mi piel.

No debimos nacer para así no sufrir la pena de un mundo en la que no podemos vivir juntos.





Al cumplir la mayoría de edad, Nakamoto destacó pronto, porque así era él: siempre dando lo mejor de sí, poniendo ante todo y todos su trabajo; lo habían criado y adiestrado con una convicción impenetrable. Eso fue el impulso para formarlo rectamente. Un arma poderosa, astuto y fuerte, preciso y sigiloso, un guerrero a sangre fría, certero pero con la gracia de quien pinta una obra de arte en las iglesias, tan indignas de existir pero al mismo tiempo, tan bellas. Esa era la esencia del japonés, la ahora mano derecha y protector del jefe de los yakuzas de la familia Nakamoto.

Gobernantes totales de Osaka, manejando la economía desde las sombras, atemorizando el gobierno por su autoridad. Para monopolizar la zona, tuvieron que destruir a todos sus enemigos, y a cualquiera que se interpusiera sin dejar prisioneros ni rastros, y la mayoría del logro fue gracias a Yuta.

Nada le importaba más que su pacto de honor con su clan.

Ni siquiera yo...





Mi padre y el gran jefe de los Nakamoto eran amigos, casi hermanos por elección, con un tratado más allá de los papeleos y negocios, entre ambos, habían firmado un juramento de sangre.

Los Lee tan temidos como amados. No destacábamos tanto como los Nakamoto, pero el reinado de mi familia era más que suficiente como para hacerse con la mayoría del país: manejando las redes tecnológicas por debajo de la mirada del gobierno, proveyendo armas al ejército y al extranjero, usando nuevas técnicas de mecánica y nanotecnología implementando conocimientos de los mejores científicos. Genios con un poder peligroso entre sus manos.

Fuerza bruta y cerebro para dominar el mundo, de eso se trataba el pacto entre los Nakamoto y los Lee.

Envuelto en el caótico ritmo, estaba yo. Soportando responsabilidad que jamás pedí, además de un padre indiferente y casi desalmado; desde que vio que prefería escribir poesía a montar una revolver, perdió la fe en su único hijo varón, todo lo contrario a mi hermana mayor, digna heredera del legado familiar.

No tenía futuro alguno, no tenía lugar. Fuera de la familia sería demasiado peligroso: mucha gente anhelaba matarme o secuestrarme para pedir una cuantiosa tasa de dinero, y dentro, no era lo suficiente deshumanizado como para pertenecer aquí.

Consumido por una monótona y dramática forma de vivir, solo me mantenía aquí porque era la única manera de ver a Yuta.





Me di cuenta de que valía proseguir cuando ese niño japonés de yukata azul me lanzó una pequeña pelota de papel que él mismo había armado e inflado con soplidos, rellenando sus mejillas y quedando rojo por todo el rostro, mientras reía y corría. A pesar de las varias caídas, no hacía más que incrementar su pintoresca sonrisa, animándome a unirme a él.

Aferrarme a ese recuerdo había sido de mucha ayuda, sin embargo, el punto de inflexión entre él y yo arribó cuando el japonés asesinó por primera vez durante una misión: los ojos de lince se tornaron en los de un felino al acecho, asediado y listo para atacar. Debía admitir que temí al ver ese giro contrastante, pero solo porque sabía que era el preludio para que al fin, nuestros caminos se separaran.

Tebori// NCT~ YuTaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora