Estaba regando las plantas mientras miraba a su chata. No hacía mucho calor, pero a las 7 de la tarde, como todos los días, una alarma en su interior, lo hacía levantarse del sillón para abandonar durante lo que durara la publicidad de esa serie que repetían tres veces a la semana y caminar hasta su jardín. Mientras rociaba agua en los plantines de albaca, escuchó el rugido del Chevrolet del vecino que llegaba a casa. Deteniéndose 10 segunos más de lo habitual, recordó cuántas veces él mismo, habría llegado a esa hora a su casa, esperando a que su Berta le abriera la reja y entrara apurada, maldiciendo porque se le hervía la pava y ya no servía ese agua para el mate.
A lo lejos se oye el comercial de autos, sabe que le quedan dos minutos para volver a su sillón y seguir mirando ese capítulo que ya había visto... ¿cuántas? ¿veinte veces?. La rutina continuaba con el jasmín, sin darse cuenta cierra sus ojos y ese olor lo transporta a San Luis y a sus vacaciones con Berta. Cuántas ganas tenía de poner en marcha la chata, gritarle a su mujer que ponga la pava,que agarre cualquier cosa del armario porque se iban a hacerle unos kilómetros a su bestia plateada. Pero se estaba extralimitando, solo tenía un minuto para seguir con la enredadera, enrollar la manguera y volver a lo suyo. Soñar es gratis, se dijo, mientras volvía a marcar el hueco pronunciado y todavía caliente, de su sillón.-¿Dulce o amargo?- le grita Berta desde la cocina.
- Como siempre - responde.
A su derecha, se escucha el tic-tac de ese feo reloj que su hijo le trajo de uno de esos destinos exóticos a los que solía viajar. Él era joven, trabajaba todos los días y volvía a casa pensando a donde iba a viajar con su familia, el próximo verano. No podía negar que le agradaba ver las fotos de sus vacaciones, pero finjir una sonrisa durante las dos horas en donde la mujer de su hijo narraba cada anècdota de sus aventuras, era un esfuerzo inhumano.
Quedan cinco minutos para que termine su programa favorito y un relámpago amenasador se asoma desde la ventana. Le da un trago al mate lentamente, haciendo oídos sordos al clima, Berta siempre cebaba con el agua demasiado caliente. En la pantalla, el hombre en su corcel está a punto de apresar a los rufianes, cuando un súbito apagón, seguido por el violento sonido del agua entrando por la ventana, hacen que se tenga que levantar del sillón mientras le grita a Berta, que prenda una de esas velas que cada noche encendía para un santo diferente.
Con toda la velocidad que sus 68 abriles le permiten, procedió a blindar toda su casa de la lluvia, pensando cuánto duraría aquel corte de luz.-Vení che, sentate - le dice Berta, mientras le alcanza otro mate. - Charlemos un rato- agrega.
¿De qué?, se pregunta. ¿A caso cuarenta años de despertarse a su lado cada día, no eran suficiente?. ¿Para qué, empezar a charlar y amargarse aún más, cúando ella le empezara a contar las noticias trágicas del día? Que el dolar, que la inflación, que la inseguridad... ¿Cuándo fue la última vez que se habían reído juntos? Se acordaba de aquel mayo cuando la vio bajarse del 146. Él era peon en la carpintería del barrio y estaba yendo a comprarle cigarrillos a su jefe, cuando la vio. Estuvo días lavándose la cara, preguntándose si había sido real. Pero no dejaba de pasar por esa esquina, a ver si la volvía a encontrar. ¿Cómo pudo no haberle dicho nada ese día? ¿Qué clase de fuerza lo paralizó, haciendo que se le vuele el paquete de cigarrillos abierto, porque le había sacado uno al jefe? Sin embargo, pese a toda ecuación, la volvió a ver. Y ese día, no se hechó atrás. La miró, ella le sonrió y no necesitó más.
Él trata de mirarla por la luz que reflejan las velas. ¿Cuándo fué que esas arrugas empezaron a ensombrecer su rostro? ¿En qué momento, sus ojos dejaron de irradiar ese brillo cuando lo miraba?. Quizás, fueron las noches en que ella se daba vuelta, cansada de sacarle charla, mientras él se debatía entre lo poco que había traído hoy a casa y el capítulo de su serie favorita, que tuvo que cambiar porque Berta quería ver otra cosa. Quizás, fue ese día, cuando ella dejó de abrirle la reja cada vez que él llegaba a casa. Quizás, fue cuando él, quejándose por sus ronquidos, se fue a dormir a la otra habitación. Quizás, fue cuando ella, nunca le pidió que vuelva a su cama.
Pero habían tenido sus momentos. Todavía se acordaba de la mezcla de orgullo y temor que sus ojos despedían, al ver a su hijo por primera vez, y del roce de sus manos enlazadas, disfrutando de su creación. Quizás todo empezó, cuando el vacío de la habitación contigua, les recordaba que apartir de ahora, iban a estar siempre los dos, solos. ¿Qué estaban haciendo con sus vidas?
El mate se estaba enfriando, mientras su mente luchaba entre volver a su sillón o ir a la mesa cerca de Berta.
¿Qué clase de monstruo había arrasado con todas sus esperanzas de un "felices para siempre" y los había convertido en máquinas rutinarias? ¿Cuándo dejó de latirle el corazón más fuerte, cuando ella lo acariciaba? Ojalá los años sólo fueran canas, arrugas y nietos. El tiempo era una ola gigante, dispuesta a destruir todo a su paso, dejando solo los restos de lo que algún día fue. ¿Qué hicimos con nuestro sueño de la casita en San Luis y vivir jubilados en las montañas? ¿En qué convertimos a la palabra "nosotros", Berta?