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Hacerte la idea de entrar a la Universidad por primera vez, no es fácil, pero hacerte la idea de entrar a la Universidad por segunda vez, ya es detestable.

No todo es color de rosa como muchos piensan, empezando por el hecho de que la gente no es más madura que en la etapa del instituto. Simplemente hay algunos que se estancan en su adolescencia empeñándose en no crecer más, como si las necesidades propias y de la vida como tal, te las tengan que dar por siempre tus papás. Un claro ejemplo de esto es mi hermano Dan; un joven hilarante, impulsivo, terco y obvio, completamente dependiente a sus tutores... PERO, no estamos aquí para hablar de mi hermano, sino, de lo realmente detestable que es volver a entrar a la Universidad, porque admitámoslo ¿no? aunque amo mi carrera, aunque tengo potencial en ello, creo que todos llegamos a un punto en el cual queremos procrastinar o derechamente tirar todo por la borda. O sea, vuelves a levantarte temprano, ves el mismo paisaje todos los días en el recorrido de ida y vuelta, nuevamente debes soportar a una tropa de imbéciles, y por supuesto, en caso de vivir con más gente (MI CASO ESPECÍFICO), soportar gritos a diario porque tu hermano no hace más que perder el tiempo en la Universidad (cosa que, realmente no me importaría si NO ESTUDIARA la misma carrera que yo, y en el mismo año que yo). Básicamente, si a Dan lo pudiésemos considerar una piedra inútil, pero bonita, porque lamentablemente sacó los dotes familiares de la belleza, lo haría, porque no es más que un estorbo que utiliza el metro cuadrado que podría utilizar otra persona más interesada en las malditas clases teóricas.

UJUHMMM ¡Ah! en fin, como ya dije, no estamos aquí para hablar del flojo Dan.

Digamos que fuera de lo mencionado, mi vida no era tan complicada; tenía muchísimos amigos, disfrutaba de mi carrera Artística en la Universidad, tenía una relación bastante buena con mis papás, y evidentemente, lo más importante, podría considerarse que era una persona feliz. Después de todo, más allá de la monotonía existente en cualquier tipo de realidad, ni única queja no dejaba de ser la DESAGRADABLE existencia de Dan.

Y ya.. lo sé, debo dejar de mencionarlo.

En fin, así que ahí iba yo, caminando a paso lento y relajado en dirección a la Universidad. Era una mañana muy ¿linda?, había sol, una brisa cálida, agradable, y gracias a dios, mi única compañía era el viejo perro de nuestra vecina Marta. Por suerte (y digo por suerte por lo que ocurrirá después), no soy una persona que disfrute de estar horas y horas arreglándose eligiendo ropa o maquillándome para destacar, por ende, en cuanto a ropa se refiere, aquel día constaba de unas Vans viejas, jeans cómodos y una camiseta blanca con estampado de Bob Esponja. Y quizás es algo predecible viniendo de mí, la señorita "simpleza" como dice mamá, pero me agradaba pensar que la ropa o en otros casos, el maquillaje, no formaban a la persona, sino más bien, la personalidad que trae consigo. Y en mi caso, mi personalidad demostraba que mi ropa o maquillaje, no me hacía quién soy.

Sonó lindo, ¿Verdad que sí?

Cuando llevaba al menos unos 15 minutos caminando, por fin, veía a la gran estructura de la Universidad. Y sinceramente, me hubiese encantado poder decir: "¡Carajo, que emoción!" Pero sería una gran mentira para ustedes, porque no estaba para nada emocionada. Simplemente, a lo lejos, observaba como el tumulto de gente se ahogaba entre sí, desesperados probablemente por la vaga ilusión del momento. Amigos reencontrándose, muchas caras nuevas conociéndose, chicos y chicas de primer año... aunque bueno, con ellos hay que hacer una pequeña excepción. El primer año es EL MÁS emocionante, es como despegarte de tu adolescencia y pasar a un mundo irónicamente, lleno de responsabilidad pero también, libertad.

¿Porqué habría de arruinarles la diversión? De eso se encargará el tiempo.

Estando ya tan solo metros de la entrada, mi atención se escapó curiosa topándose con un chico que jamás recordaba haber visto en el campus. Suponía qué tal vez, algún chico nuevo o de primer año, aunque, con el semblante intimidante que llevaba, me hacía dudar de sí realmente estaba feliz de comenzar su año. Al bajar la mirada, note como en su mano derecha sostenía un helado rosa que por descarte, aseguraría que era de fresa.

Creo que te odio. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora