Hokage consentido

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Una vez que el azul celestino que embellecía lo alto de los cielos sobre la aldea de Konoha se tornó en un tenue tono anaranjado, anunciando así que la culminación del día se hacía cada vez más próximo, fue cuando Shinachiku Uzumaki, quien luego de haberle dado su respectivo fin a las misiones que le fueron encomendadas junto a su equipo, decidió encauzar su rumbo de regreso a su hogar y sosegado, el joven chuunin caminaba de regreso a su hogar en compañía de su hermana menor, Kazumi Uzumaki, quien yacía corriendo enérgica a varios pasos por delante de él.

–¡No te adelantes tanto, Kazumi! –Pidió el joven ninja a viva voz, esperando que la pelirroja niña le obedeciera y bajase el ritmo de su andar.

–¡Eres demasiado lento hermanito!, ¡Si quieres alcanzarme deberías caminar más rápido! –Contestó Kazumi, volteando a ver al rubio sin dejar de avanzar para luego retornar su vista al frente, soltando unas cuantas risitas divertidas en el proceso.

–De verdad que no tienes remedio... –Comentó para si mismo, esbozando una leve sonrisa en la comisura de sus labios y ocultando además ambas manos en los bolsillos de su pantalón.

Desde que Kazumi fue admitida en la academia, Shina tuvo la tendencia de ir por ella a recogerla cada día sin cometer falta alguna, no era ninguna molestia para él hacerlo y caminar con ella todas las tardes de regreso se volvió parte de su rutina, nunca había fallado en ello y ahora con sus dieciséis años cumplidos podía asegurar con certeza que su hermana seguía siendo igual de hiperactiva que cuando eran más pequeños, época en la que tuvo su edad o incluso menos y aunque había heredado el color esmeralda de los ojos de su madre. Mantenía el pensamiento de que no compartían algún parecido en lo absoluto, su madre era una mujer serena en cuanto a temas de personalidad, sin tener en cuenta las veces en que se molestaba por lo menos, por lo que la incontrolable entusiasmo que Kazumi demostraba en su día a día debió heredarla de su padre, del actual Hokage de la aldea e incluso tomaría el atrevimiento de decir que ella y su padre eran como dos gotas de agua, dejando a un lado los aspectos físicos, claro.

Cuando cruzaron la puerta de su hogar y viéndose en el interior de este tras los minutos empleados en el trayecto, Kazumi anunció. –¡Ya estamos de vuelta!

Shinachiku ni se molestó en agregar nada, por su parte su hermana ya se le había adelantado e informado su llegada, por lo que no vio la necesidad de hacerlo y riendo por la juguetona actitud de Kazumi, despojó a sus pies de sus zapatos y se adentró hacia los interiores de la edificación, con un destino fijado hacia la sala principal y al llegar allí encontró a su madre, Sakura, sentada cómodamente sobre el sofá que daba la espalda en su dirección.

–¿Así que saliste temprano de tu trabajo hoy?, no es muy habitual ver eso de tu parte. –Bromeó él, recargando su peso en el marco de la puerta.

Una mueca se curvó en la boca del joven una vez que su madre giró ligeramente su torso para verlo y lo chitó para que bajase la voz, posando su dedo anular sobre sus propios labios.
Tras observar el rostro confuso de su hijo, Sakura le dedicó un leve gesto con la mano para alentarlo a que se acercara hasta donde ella permanecía sentada y una vez que llegó hasta sus espaldas, Shinachiku fue capaz de comprender la situación que yacía sobre la mesa, tan solo fue necesario inclinar un poco su vista para descubrir el cuerpo de su padre recostado a lo largo del acolchado mueble y descansando además su cabeza cómodamente sobre el regazo de su madre, tomando una siesta de la cual no parecía tener intenciones de despertar.

–¿Lleva mucho tiempo en ese estado?

–No realmente, no pasó demasiado desde que llegó pero cayó rendido en cuanto se sentó aquí. –Dejando escapar una corta risita, Sakura agregó. –Deberías haber visto la cara que traía.

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