Ha llegado a casa, yo leespero en el sofá, sentada con la espalda erguida. La cabeza alta.Nunca me ha pedido que mire al suelo. Jamás. Cuando entra en elsalón, sonrío. Estoy a salvo. El sonido de sus botas acercándose amí llena la habitación. Antes de hacer cualquier otra cosa, me besaen la cabeza, me acaricia le mejilla. Hola, pequeña.Ser su pequeña equivale a sentirse gigantesca. Le observo quitarsela chaqueta, dejar las llaves y la cartera en la mesita, ir a lanevera a por un vaso de agua, coger un trozo de su tableta dechocolate negro y metérsela en la boca. Adora el silencio, y yo loadoro con él. No le digo nada hasta que vuelve, se recuesta y meinvita a tumbarme entre sus piernas. Ha llegado el paquetecon lo que pedimos. No le veo lacara pero sé que está sonriendo. Con una mano me acaricia el pelo,la otra la tiene en mi cintura. Sabe que tan solo necesita levantarmeel jersey para tenerme suplicante. Un gesto, un ligero movimiento, ylas estrellas se desploman del cielo, la luna se parte por la mitad yse rompe contra el suelo de esta casa para recostarme en sus restos.¿Qué quieres cenar?, mepregunta. Está sosteniendo la luna con un pequeño hilo de coser. Séque va a dejarla caer en cualquier momento, y va a suspender lanoche, y no habrá noche ni día, antes o después. Sushi.Me giro hacia él, mi jersey hasubido conmigo, pero ha apartado la mano. Carne cruda.
Sonríe.Se incorpora, y yo con él, pero me coge y comienza a desnudarme.Primero los calcetines. Los pantalones. Despacio. Va con cuidado, supiel no me toca directamente. Me ordena que me levante y que termineyo. Me quedo en bragas y me detengo. Quiero que lo haga él, así quele miro, expectante, pero se aleja del sofá, coge el móvil y pidesushi a domicilio. Recogerás tú el pedido,medice. Un hormigueo crece en mi entrepierna, a la par que mifrustración. Lo conozco, y sé que no va a tocarme hasta dentro deun buen rato, pero voy a tener que estar a su lado, medio desnuda,haciendo un esfuerzo titánico para no suplicarle que me toque. Legusta el autocontrol, verme contenida en lugar de implorándoleatención de cualquier manera como una gata en celo. Vuelve al sofáy yo me coloco de rodillas ante él hasta que suena el timbre. Hanpasado unos veinte minutos. La luna sigue en el cielo, pero no durarámucho, la veo tambalearse. Él controla el tiempo, yo me dejo llevar.Camino hacia la puerta, húmeda y excitada. Los ojos del repartidorse abren con desmesura, carraspea y evita mirarme mientras me da elpedido. Le tiendo la propina con toda la naturalidad de la que puedodisponer en ese momento; el muchacho está rojo de vergüenza, y séque él en el sofá lo está pasando en grande. Cierro la puerta yespero sus órdenes. Con unas pocas zancadas llega hasta mí, me pegaa la pared e introduce la mano en mis bragas. La cena estálista. Más que lista. La lunaya ha caído, no estamos en este mundo. Sus ojos son las únicasestrellas que contemplo, su sonrisa me arrolla, me transforma. Todoél engendró la mujer poderosa que llevo dentro. Me arqueo hacia sucuerpo y su miembro candente me roza. Me necesita desesperadamente.Tan suya soy yo como él es para mí. En cuestión de segundos, sedesabrocha la bragueta, me aparta la ropa interior y se introduce enuna larga y potente embestida que saca de mí un jadeo profundo. Elcielo se está agrietando para engullirlo todo, los cimientos decuanto conozco se desmoronan. El placer es el único ruido que seescucha. Me besa, con fiereza, con necesidad, con todo cuanto tiene.Se desprende de mí y se arrodilla. Me venera, como a una santa. Mebaja las bragas hasta el suelo, separa mis piernas, se hunde y yo meabandono.
Cuandoterminamos, me coge en volandas y me lleva al cuarto de baño. Él nose ha desvestido en ningún momento, pero lo hace para meterseconmigo en la bañera. ¿Estás bien, pequeña?La ciudad se construye de nuevo con la vuelta a la calma, las ruinascomienzan a levantarse otra vez. Nunca hay una destrucción masiva.Tengo hambre de carne cruda. Lacomida está en el suelo del vestíbulo, yo misma me he quedado en elsuelo del vestíbulo junto a ella. Estoy en el agua físicamente, miyo interno se recupera y se desliza poco a poco hasta nosotros.Vuelvo a la respiración pausada, él me sostiene. Floto ingrávida,mi peso es el de una pluma. El orgasmo me ha liberado de lasimpurezas. No te has cohibido en ningún momento, quizádentro de poco podamos experimentar cosas nuevas. Esas"cosas" son todos sus juguetes, su experiencia completa sobre míy sobre mí cuerpo. Y el paquete que recogí esta mañana. Mi collar.Nada me apetece tanto como estrenar mi collar. Nunca me ha obligado air más allá de lo que podía soportar, hemos recorrido el caminodespacio, hemos sembrado flores en la lindes durante el viaje,admirado el paisaje, caminado de la mano sin que uno arrastrara alotro. Queda un eco de la que fui en mi piel. Está agradecida por loscuidados y la paciencia. Ya no miro al suelo, ya no desde que él nome deja, no me lo permite, y desde entonces solo puedo mirar alfrente. Y qué vistas. Puede que la próxima vez, digo.Giro la cabeza un instante, le doy un beso en la boca. Sabe a mí.
Salimosjuntos de la ducha, él coge una toalla y me envuelve con ella, meseca rápido, primero la cabeza y tras ella todo el cuerpo. Hace lomismo con el suyo. No te vistas todavía. Acompáñame. Metiende la mano y lo sigo hasta el dormitorio. Me siento en la cama,erguida de nuevo, como en el sofá. Lo observo vestirse. Es un hombrepráctico con la ropa, colores sobrios, planos. Contemplo susmúsculos contraerse y estirarse mientras se pone una camisa blanca ysus vaqueros. Las piernas largas, la espalda ancha, el pelo revuelto.Cuando termina me ordena que lo siga otra vez, y llegamos al salónde nuevo. Ya sabes que tienes que hacer. Medesligo de su mano y voy a por el paquete. Cuando vuelvo estásentado en el butacón, me ordena que me agache delante de él con laofrenda. Los nervios me recorren cada centímetro de piel desnuda,los brazos que sostienen la caja están tensos, temblando. Tranquila,pequeña. Meacaricia las manos, el pelo mojado, el rostro. Es un momentoimportante, como una pedida de matrimonio. Más vinculante, incluso.Coge el contenido de la caja y la echa a un lado. Veo el collar ensus manos. Fino, delicado, bailando en sus dedos. Sus ojos ámbar meacogen con calidez. Me invita a tocar el collar. Poso en él misdedos, como si se tratara de un objeto sagrado. Él pone sus manossobre las mías, y lo dirige a mi cuello. Ambos lo colocamos y locerramos. Esto eslo que quieres, por lo que no me corresponde solo a mí ponértelo,¿entiendes? Elcuero frío se adapta poco a poco a mí como una segunda piel. Lopalpo, y encuentro la anilla justo en el centro, lo que va a unirme aél en muchas de nuestras sesiones. Le miro, la satisfacción que veoen su rostro me proporciona tanto placer que no puedo esperar a quela use. Quieta,dice.Él sabe lo que quiero, lo percibe, en mi cuerpo inquieto, nervioso,en mi boca entreabierta. Pero no dice nada, no me ordena nada. Metiene en vela, impaciente, desnuda y de rodillas ante él.
Enalgún momento, cuando fui a por el paquete, él recogió la bolsa decomida del vestíbulo. Saca de detrás de sí la bandeja, con lospalillos agarra un nigiride salmón. Abrela boca. Lomoja en soja y su sabor salado cubre mi lengua. Repite el procesovarias veces, uno para mí y otro para él, hasta que no quedaninguno. Cuando terminamos de cenar yo sigo de rodillas. Él siguesentado delante de mí. Me coge de la anilla de repente y todo micuerpo se ve sacudido hacia a delante, ha abierto las piernas y yoestoy en medio de ellas. Su entrepierna se encuentra a unos pocoscentímetros de mi cara. Suficientepor hoy, ¿no crees? Suvoz gruesa me inunda los oídos. Me alza la barbilla con el dedoíndice. Mírame.Meda un beso casto, esta noche no piensa tocar la luna otra vez. La hadejado en su sitio hasta nuevo aviso. Me dice que me levante, que eshora de ir a la cama, pero que voy a dormir así, desnuda y con elcollar puesto, para que mañana al despertarme sepa que algo hacambiado. Qué banal me parece todo desde este pedestal. Descansa,pequeña. Medice antes de apagar la luz. Duermo hecha un ovillo a su lado. Buenasnoches, señor.