La noche anterior se me había olvidado poner el despertador a la hora. Estaba tan nerviosa por emprender mi nuevo camino empezando la carrera de Derecho que se me olvidó programarlo para las 7:00. Finalmente me desperté a las 8:45 y, aunque por suerte me hospedaba en el colegio mayor de la Universidad, aún tenía que vestirme y comer por lo menos una galleta para que mis tripas no dieran el espectáculo en mitad de clase.
Como la casa de mis padres quedaba muy lejos de la Universidad (como a 2 horas suponiendo que tuviera coche, que no era el caso), solo me quedaba alquilar un piso o intentar entrar en el colegio mayor. Para la primera opción era difícil porque venía de una familia muy humilde. Mi madre no trabajaba y mi padre tenía la ferretería del pueblo en el que vivíamos. Mi intención era buscar un trabajo y vivir en un piso compartido, pero aun así, a no ser que me prostituyera, era muy difícil en Madrid.
Al final ni una cosa ni la otra; encontré trabajo por las tardes en un supermercado pequeño y me quedaba en un colegio mayor. ¿La ventaja? El dinero que ganaba me daba para que mis padres no me pagaran la cuota de comida del colegio y todavía podía permitirme algún que otro caprichito.
El desayuno que preparaban allí era de 7:00 a 8:00, por lo que abortamos misión de aprovechar al máximo el buffet que, según había oído, ponían el primer día de clase. Rebusqué entre los cajones y bolsos que tenía tirados por ahí a ver si había algo de comer mientras buscaba algo decente que ponerme. Al final opté por unos vaqueros sencillos (pero ajustados), unas sandalias para aprovechar el buen tiempo que todavía nos dejaba septiembre y una camiseta ajustada de las típicas básicas y con un poco de escote. Entretanto, también conseguí encontrar un paquete de galletas de chocolate y avena. He de reconocer que con las prisas me costó no equivocarme y no comerme los pantalones en lugar de las galletas. Todavía no tenía compañera de habitación y, aunque al principio lo creí una suerte, en ese momento me habría ayudado a no levantarme tarde.
En cuanto estuve lista, salí escopetada y me puse a correr por los pasillos que, por suerte, ya estaban vacíos. Aun así casi me como a algún alumno que, como yo, iba rezagado pero que no le importaba o aún estaba en el quinto sueño.
Mientras corría intenté mirar el horario que nos habían dado el día anterior en la presentación, pero aquello era un deporte de riesgo así que me paré a observarlo. Comprobé que la clase que me tocaba era la B30 y, siguiendo las indicaciones de los pasillos, seguí corriendo para encontrarla exactamente a las 9:05. <<Bueno, al final no he llegado tan tarde>> pensé mientras intentaba encontrar el aire.
Pero no podía imaginarme que estaba a punto de entrar en la clase de los horrores y que, quizás, mejor no a ver entrado nunca... ¿O si?
ESTÁS LEYENDO
La clase del deseo
Teen FictionMara es una chica que está cansada de que todos los tíos sean unos niñatos. Ha decidido que es momento de centrarse en sus estudios de derecho, pero... ¿quién le ha dicho que vaya a ser fácil? Lo que no sabe es que está a punto de empezar la aventur...