CAPITULO UNO

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Estaba metida en un taxi, con una gabardina negra que me llegaba hasta las rodillas y una sonrisa nerviosa poco propia en mi.

—¿Una cita?— me preguntó la señora que había estado soportando mis cambios de asiento continuos y los toques con el pie en el suelo del coche.

—Algo parecido— Claro que no. Esto no era ni de lejos una cita, claro que, tampoco iba a contarle mi vida en verso.

—Te comprendo— sonrió amablemente— mi hija últimamente esta igual con los chicos.

Sonreí al no saber que contestar y me hundí en mi móvil.

—Aquí me viene bien— dije unos minutos más tarde, a la puerta de un bar, necesitaba beber algo antes de ir allí.

Frenó el coche al lado de la calzada y bajé; le entregué el dinero y ella sonrió para después irse.

Entré al bar sin quitarme la gabardina, no me parecía correcta la vestimenta que llevaba para un lugar tan refinado.

Mademoiselle, buenas noches, ¿que desea tomar?— dijo un señor de mediana edad con acento francés.

—¿Tenéis algo que no sea champagne?— pregunté riendo ligeramente.

—¿Vodka?

—Perfecto— agradecí con una sonrisa. El se fue y pase las manos por toda mi cara agradeciendo no llevar maquillaje.

A los pocos minutos apareció el mismo señor con un vaso de vodka.

—Gracias— deje un billete de veinte en la mesa, me lo tome de un trago y salí de allí lo más rápido que pude.

Afortunadamente el club no quedaba muy lejos según Google Maps.

Estuve caminando unos diez minutos hasta dar con el, fuera había coches aparcados, la mayoría costosos. Como había previsto, un gran señor con el pelo rubio y vestido de negro se encontraba en la puerta.

Me acerqué lentamente contorneando las caderas mientras ponía una mirada madura en mis ojos claros.

—Buenas noches— sonreí coquetamente intentando que no se marcaran mis hoyuelos. Era mayor de edad, por supuesto, pero no me había traído el carnet y no quería irme a casa por que pensaran que no lo era.

—Señorita— se hizo a un lado dejando que pasara, no esperaba que esto fuera tan fácil, en las películas las chicas tenían que ligarse al tipo de la entrada para poder pasar.

Al abrir las puertas había un largo pasillo negro hasta dar con varias puertas donde siglas aparecían en ellas pintadas con colores neón.

Miré la puerta de la derecha "BDSM" y caminé decidida hasta ella.

La puerta se abrió con un sensor dejándome ver todo aquello, resultaba chocante y bastante sexy.

Había parejas de todo tipo, chicas de mi edad o un poco más con señores que ya rondaban los cincuenta. Otras mujeres más mayores con chicos a sus pies o acariciando su pelo.

Entré con pasos lentos a la sala y me quité la gabardina colgándola de un perchero que había al lado de la puerta.

—Hola preciosa— sonrió un señor de al menos sesenta años cuando giré sobre mi misma. Le ofrecí una sonrisa coqueta.

—Felix, deja a la chica, no sabe ni qué está haciendo aquí— se me congeló la sangré al oír una voz conocida. No podía ser que de todos los clubs que hay en Nueva York tenga la suerte de encontrarme a alguien.

El tal Felix rodó los ojos y se fue acercándose a una chica rubia a la que besó en menos de dos segundos. Ese hombre tenía buena labia.

Aún así mi mente no paraba de pensar en la persona que se encontraba detrás mía. No quería mirarle, ya sabía quién era perfectamente, pero no iba a aceptarlo, me negaba.

—Aria, se que eres tú, gírate de una vez— su voz sonó tan autoritaria que me giré de inmediato enfocando sus ojos en los míos—. ¿Que se supone que estás haciendo aquí?

No era una persona que se avergonzara con facilidad, pero esto estaba resultando bastante incómodo.

Agarró mi barbilla con fuerza levantando mi cabeza de golpe. Me miró frunciendo el ceño.

—¿Te ha comido la lengua el gato?— se burló–. No sabes en lo que te estás metiendo, muñeca.

Fruncí el ceño y separé su mano de mi barbilla con un manotazo mientras le fulminaba con la mirada.

—¿Que tiene de malo? Soy lo suficientemente mayorcita para que me anden diciendo en que me meto— arqueé una ceja hacia el. Soltó una carcajada.

—Eres la persona más orgullosa y mandona que he visto en toda mi vida— rodó los ojos—,¿de verdad piensas que serías capaz de seguir órdenes de alguien?— se mofó.

Mi boca se abrió con indignación dispuesta a discutir con el, pero le estaría dando la razón, siempre tengo que tener la última palabra, me tragué mi orgullo y mis palabras y le miré a los ojos.

—La gatita guarda las uñas— se burló y yo simplemente agaché la mirada apretando los dientes, lo que a él le sorprendió—. Aria, vete de aquí, este no es tu mundo, no sabes lo que haces.

—Si según tú no sé nada— contesté rápidamente—, ¿por que no me enseñas?— segundos después pensé en lo que había dicho y sellé los labios de golpe.

El arqueó una ceja y me miro esperando algún rastro de sarcasmo.

—No sabes lo que estás diciendo, vete a casa— fruncí el ceño. Sinceramente me dolió un poco su rechazo, pasé por su lado observando a un chico rubio no muy mayor y puse una sonrisa marcando mis hoyuelos dirigiéndome hacia el con una mirada coqueta.

Me paré frente a él y este me sonrió.

—Hola preciosa— saludó con una sonrisa de oreja a oreja—. Soy Nicholas

—Aria— susurré sentándome a su lado y cruzando las piernas de manera que la falda se subió por mis muslos.

—¿Cuantos años tienes nena?— la manera en la que lo dijo sonó tan sexy que no pude evitar sonrojarme.

—Veintidós— susurré mirando a sus ojos color chocolate.

—Me gusta— susurró en mi oído rozándome el lóbulo—, tienes la edad perfecta.

En eso siento como alguien tira fuertemente de mi brazo hasta dejarme detrás suya.

—Lo siento Nicholas, ya está cogida— soltó con sarcasmo Evan mientras me alejaba lejos del apuesto hombre de ojos marrones.

Cuando estuvimos más alejados solté su mano y le miré con furia.

—¿Pero a ti que rayos te pasa? ¿Primero me rechazas y luego "ya estoy cogida"?— solté con rabia haciendo comillas con los dedos.

El frunció el ceño y me acorraló contra la pared sujetándome la cadera y con su cara a pocos centímetros de la mía.

—Si de verdad quieres entrar en este mundo que lo haga alguien que sepa lo que está haciendo y no ese animal— espetó casi rozando nuestros labios—. Mañana te quiero a las nueve de la mañana en mi casa, espero que no tardes ni un minuto más.

Y dicho eso me soltó no sin antes meterme una tarjeta en la falda que usaba.

Solté el aire que estaba conteniendo y miré al rededor donde todos hacían sus cosas como si nada hubiera pasado.

Y cómo había dicho Evan, no sabia bien lo que estaba buscando.

Spank meDonde viven las historias. Descúbrelo ahora