el trabajo de un dios

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París, Francia.
Son las tres de la madrugada. Quedan cuatro horas para la salida del sol y ya empieza a haber movimiento. Las tenues luces de las farolas son lo único que me permite ver hacia donde me dirijo: un pequeño edificio de tres plantas.
Me paro delante de él y espero. El gélido viento golpea ferozmente mi
escuálido cuerpo, quiero cubrirme, pero aun no puedo. Simplemente espero.
Cinco minutos después acaba mi espera, porque ya los tengo delante.
Gaela, madre soltera de dos preciosos niños: Michael, el mayor con siete años
y Giovanni, el menor que tiene tan solo cuatro.
La madre sostiene al mayor de la mano mientras lleva al otro en un carrito de
bebes. Se dirigen al coche.
Cinco minutos más tarde ya están en el coche conduciendo hasta su último
destino, y yo aquí, en el mismo sitio, esperando otra vez. Pero… esta vez, la
espera no dura mucho, ya que unos segundos después de que el vehículo
abandonase el parking, un camión de bomberos pasó enfrente de mí. La sirena
partía el hermoso silencio de la madrugada, despertando seguramente a todo
aquel que descansara cerca.
Los cinco bomberos de su interior se preparan mentalmente para todo. Cada
uno con sus preocupaciones, sus historias… Pero a mí solo me interesa uno.
Subí al camión y me coloque delante de uno de los bomberos.
Danielle, un hombre de unos treinta años de edad con cinco años de
experiencia. Por su expresión sé que está asustado, y eso solo empeora las
cosas, ya que no quiero hacerlo.
Miro por la ventanilla intentando expulsar la sensación de agobio, pero solo se
agudiza al ver a Rayan. Un extranjero que va en bicicleta todas las semanas a
la misma hora. No tenía nada que ver conmigo hasta que decidió cruzar ese
maldito paso de cebra.
El camión de bomberos sigue conduciendo hasta la cafetería de la esquina, un
local que estaba muy de moda en esta ciudad.
Bajo del camión y entro en la cafetería. Sigo agobiado. Odio mi trabajo.
Miro hacia la derecha y veo a Gaela, Michael y Giovanni en una mesa. Están
tomando te tranquilamente. Cinco mesas más a la izquierda, esta Rayan
tomando un café mientras ojea el teléfono. Los bomberos que me han traído
indirectamente, se sientan en una mesa y piden rosquillas con café de vainilla.
Miro el reloj de mi túnica. Ojala pudiera retrasarlo, Pero no quiero alargar mi
sufrimiento.

- Lo siento – digo sin que nadie pueda oírme. Acto seguido. Una explosión en la cocina hace bolar por los aires toda la
cafetería, matando en el acto al bombero asustado que tanto me había llamado
la atención.
Al mirar hacia la calle me encuentro con tres cuerpos estirados en el suelo.
Gaela, Michael y Giovanni, los tres calcinados debido a que su mesa estaba
demasiado cerca de la cocina.

- Aghh…-oigo el agónico sonido de Rayan desde dentro del destrozado
local.
Esta bajo una mesa, varios cubiertos se han clavado en su carne, uno de ellos
en su cuello. No le queda mucho. Me acerco a él y pongo un reloj delante de
sus ojos.

- Lo siento, pero se te ha acabado el tiempo – digo y automáticamente el
reloj se para y se convierte en polvo dorado.
Me recoloco la túnica y con dos dedos le cierro los ojos que se le han quedado
abiertos.
Me levanto dispuesto a abandonar el lugar a dirigirme hacia mi próximo
encargo. Aún afectado por la dureza de los acontecimientos. Pero es lo que
hay.
Algunos diréis que soy lo peor, Que soy horrible, que no tengo piedad… Pero
¿podríais hacer mi trabajo? No lo creo. Bueno, antes de irme me presento… yo
soy la Parca y esta es mi historia.

El trabajo de un dios( relato corto)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora