La ventana

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Apago la computadora y se puso las pantuflas. Subió las escaleras que daban a su habitación y al llegar, se recostó sobre la puerta y bajo la vista en silencio. En el piso de abajo todavía se escuchaba el rumor de la computadora apagándose, que después de un par de segundos ceso, lo que siguió al sonido no fue más que un silencio profundo e inalterable.

Unos minutos más tarde, comenzó a oír las primeras señales del "evento", transcurriendo tal y como él lo había escuchado el día anterior. Primero fue el sonido de porcelana cayéndose en la sala, luego los golpes en la pared de la cocina, seguido del sonido de diversas cosas siendo desparramada por todos lados. Durante todo el tiempo que duro esto, Javier se mantuvo con la oreja pegada a la puerta, oyendo detenidamente en caso de que pudiese oír algo distinto, ya final, cuando todo se detuvo, abrió la puerta y lentamente bajo a la sala.

Se asomó por el borde de la escalera y observo temblando. Tal como ocurrió antes, en el suelo de la cocina estaba lleno de cosas, mayormente comida, arroz y latas de conserva, desparramados por todo el piso. En la sala contigua a su izquierda había varios platos y jarras de vino roto desparramados en todos lados. El vino recorría el suelo fluyendo desde el centro de un pequeño montón de porcelana rota en medio de la habitación, como un mini volcán de porquería.

Javier se alteró de inmediato al ver tal desorden, es cierto, no reconocía ninguna de las cosas que estaban rotas o desparramados por el suelo, pero el simple hecho de ver su casa así, en un total y repentino caos, y más cuando acababa de pasarse el día limpiándola, lo estremecía de ira y tristeza, de asco y desesperación, nada de lo que estaba ahí era suyo, entonces, ¿Quién se había atrevido a tirarlo? Sentía que iba a tener otro ataque de ansiedad, cuando decidió mirar un poco más arriba, al aire, a las extrañas y fabulosas cosas que flotaban sin dirección por la casa, cosas que para él, ahora eran mucho más que polvo o suciedad, eran algo más, algo mágico que se le estaba escapando.

Se recostó contra la pared, dio unas cuantas bocanadas de aire con lentitud, saco unas pastillas de su bolsillo y se las trago.

-Todo está bien- se dijo a sí mismo- todo va a limpiarse solo, igual que ayer.

Giro hacia a su derecha. Su vista comenzó a confundirlo, mezclando los colores de la pared con los de la tenue luz azul oscura brillando frente a él.

-Todo está perfecto- se dijo una vez más, intentando mantener sus ideas en el cuerpo.

Se volvió hacia la cocina y analizo el escenario. Era cierto, además de los pormenores ya vistos, había unos cuantos y pequeños cambios en comparación a lo de ayer, pero ninguno de ellos eran tan significativos como la tele y la ventana. Sucedía que ahora su televisor no estaba transmitiendo un video como antes, sino que ahora directamente no estaba y en su lugar había una ventana cuadrada sin postigo, traba o manivela que indicara que se pudiera abrir. Algo parecido sucedía en la cocina, donde en lugar de la estantería ordenada que le había regalado su madre, había otra ventana, rectangular y ancha, que daba una espectacular vista a la nada misma.

Javier se acercó a la nueva ventana de la cocina, esforzándose por no pisar demasiado el azúcar y las legumbres desparramadas, e intento ver a través de esta. Pero del otro lado del cristal no había más una densa niebla azul, desde la cual se podía oír, muy a lo lejos, un sonido humano. Intentando no mover los pies, se inclinó sobre sí mismo tratando de ver hacia la sala, y ahí fue cuando noto el reloj de arena. Este ahora no se veía roto, y tenía mucha más arena en la parte de arriba, lo cual le venía de maravilla, ya que no quería toparse con aquel perro de improviso otra vez, necesitaba saber que estaría seguro, al menor por unos segundos de ventaja si era esto lo que anunciaba su llegada. Dejo el reloj donde estaba y volvió a prestar atención a la ventana, algo ocurría.

Paginas arrancadasWhere stories live. Discover now