Obsesión

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OBSESIÓN
Un fan fiction de "The King of Fighters"
por Ami Mercury


El sol comenzaba a asomar por detrás de los edificios. Eran casi las cinco de la mañana y soplaba un viento frío que se agarraba a los huesos igual que una molesta lluvia de otoño empapa la ropa. Apenas había movimiento en la calle. Solo los más madrugadores circulaban por calzadas vacías con sus coches pequeños y baratos. Gente que no podía permitirse un vehículo mejor ni un trabajo que les dejara dormir hasta más tarde. Parecía mentira que, en apenas unas horas, la ciudad se convertiría en el caos diario de motores, pitadas, prisas y estrés.

Iori caminaba solo por la calle, cansado y con gesto de frustración. Llevaba al hombro una bolsa de deportes poco llena y vestía con una gabardina negra y unos jeans ajustados. Volvía por fin a casa después de dos semanas de torneo, uno de tantos a los que acudía sin ganas y con un único objetivo: matar al descendiente de los Kusanagi, su eterno rival y también su ser más odiado. Y siempre volvía a casa sin cumplirlo. La razón era algo que Iori desconocía, y es que, en cada lucha que mantenían, acababan perdonándose la vida venciera quien venciera para, así, poder darse el placer de luchar de nuevo.

Pero esta vez fue completamente distinto. Esta vez el joven Kyo no se había presentado. ¿Dónde estaba? ¿Por qué no había acudido? Iori tenía la cabeza llena de preguntas desde que se enteró de la noticia.

«Perro Kusanagi», pensó. «¿Crees que puedes reírte de mí? Esto no lo voy a olvidar con facilidad».

Así como estaba, inmerso en sus pensamientos, llegó al fin a su apartamento.

Se trataba de una vivienda pequeña y mal iluminada situada cerca del centro de Tokio. Por supuesto, podía aspirar a mucho más gracias al dinero de su familia, pero él prefería la vida sencilla que tenía: vivir con pocas posesiones, sin que nadie le molestara y sin gastar más tiempo del necesario en tareas tediosas como limpiar u ordenar.

Abrió la puerta, tan fina que cualquiera podría tirarla abajo de una patada, arrojó al suelo la bolsa de deportes, se deshizo de las botas y se fue directo a su habitación. La encontró exactamente igual que cuando se fue: la cama deshecha, un montón de ropa limpia en una silla y otro montón de ropa sucia en el suelo, el escritorio desordenado y su guitarra, con la funda cubierta de polvo, en un rincón.

Se quedó un instante apoyado en el marco de la puerta mientras observaba a su alrededor con desgana. Con la nariz arrugada, pensó en la falta que hacía una buena limpieza y airear la estancia y, minutos más tarde, decidió desechar la idea e ir directo a la cama. Fue abandonando prendas de ropa por el suelo hasta llegar a su objetivo y, una vez allí, se tumbó boca arriba con solo la ropa interior.

Cerró los ojos un instante. No podía dejar de darle vueltas a todo el asunto de Kusanagi y a su desplante al no haberse presentado al torneo. Estaba inscrito, como de costumbre, pero llegado el momento no hubo ni rastro de él. La rabia hacía hervir la sangre en sus venas.

****

No supo cuánto tiempo había pasado inmerso en sus pensamientos cuando el sonido de la ventana, al abrirse, le sobresaltó. Cuando abrió los ojos se dio cuenta de que ya había anochecido y que una ligera brisa levantaba las cortinas de su cuarto. Una sombra se coló al interior, rápida y silenciosa, hasta el rincón más oscuro de la estancia, en el que se agazapó un momento. Iori intentó moverse sin éxito. De inmediato supo que le habían administrado algún tipo de droga.

—Cobarde —murmuró para sí, antes de hablarle directamente a la sombra—. Ve y dile a tu señor que venga él mismo a matarme, en lugar de enviar a un sicario.

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