Allí estaba otra vez, sintiéndome sola, sintiéndome como una mierda. Llorando en la esquina más alejada y oscura de mi cuarto esperando a que las sombras me llevarán con ellas. No sentía nada, tan solo el suave recorrido de las lágrimas por mi cara cayendo lentamente sobre mis manos. Solo quería morirme, cerrar los ojos y no volver a abrirlos más. Estaba escuchando una canción, nuestra canción, lo cual me llenaba aún más de dolor. Me levanté temblando, tenía frío. Me dirigí al baño y me miré al espejo. Me fijé más que nunca en todos mis defectos, sintiéndome la persona más horrible del mundo. Nadie me quería, ni siquiera yo misma. Abrí bruscamente el armario que había delante de mí y cogí lo más afilado que encontré. Sitúe con los dedos las venas. Las lágrimas caían cada vez más rápidas sobre mi brazo y mi respiración acelerada empezó a entrecortarse. Coloqué la pequeña punta afilada sobre mi muñeca, donde tenía dos finas pulseras de hilo y las corté de una. Ahora mi antebrazo estaba totalmente descubierto, tan tentador que parecía la mejor opción. Quise hacerlo, necesitaba dejar de existir. No pude. Una voz me paró, me devolvió a la realidad donde el móvil no dejaba de vibrar y donde alguien golpeaba la puerta fuertemente. Esos gritos que me pedían que abriese entre llantos provenían de él. Fui escuchando de nuevo poco a poco, reconociendo sus sollozos en la garganta. Buscando sus ojos marrones e intentando sentir esa voz dentro de mí abrí la puerta. Vi su sufrimiento, su poca respiración agobiada. Parecía poseída, mirándole fijamente sin poder apartar mis ojos de él. Me observaba. De repente me abrazó, haciéndome reaccionar de que era él de verdad. Esos brazos sujetándome con fuerza me hacían feliz. Estaba allí porque le importaba. Cada vez que sus ojos coincidían con los míos nos reíamos pero esa vez hubo un silencio. Pero no uno incómodo sino agradable. Por un instante sentí como si pudiera saber la velocidad de sus latidos, cada emoción que salía de su corazón. Repetiría ese momento una y otra vez. Fue de los únicos momentos donde me sentí viva. Me sentí humana, y no un monstruo que tenía que ocultarse de la cruel sociedad. Me sentía bien después de mucho tiempo. Y todo eso era gracias a esa persona que tenía abrazándome, gracias a él.