A don Amalio Fortunato, simplemente conocido como el señor Fortunato, lo conocí en el caluroso verano de 2015, intrigado por las leyendas urbanas que pululaban a su alrededor. Aquellos días coincidieron justo con el cierre del ciclo lectivo, pero también con la enfermedad de mi abuela que se vio agravada hasta el peligro de muerte. Antes de comenzar con la presente historia, me veo obligado a contarles que mi abuela era mucho más que una abuela para mí: era la persona con la que había vivido toda mi vida, precisamente desde que mis padres fallecieron en un accidente automovilístico cuando yo tenía apenas cinco años.
—Octavio, te lo vuelvo a decir y esta vez lo juro por la memoria de tu madre: nadie en toda Barcelona conoce el secreto del señor Fortunato, y ese nadie me incluye.
Mi abuela me había hablado una infinidad de veces acerca de este misterio desconocido que ni siquiera ella pudo revelar siendo su amiga de tantos años. El señor Fortunato era anciano como mi abuela pero millonario como él solo. Nosotros teníamos que conformarnos a la humildad de una casita situada en un barrio humilde y con costumbres humildes. Pero mi abuela me enseñó a ser feliz -todo lo que se podía- dentro de la simpleza; y muchas veces, verla sonreír significaba todo para mí. No obstante, hacía mucho que no la veía mostrar sus amarillentos dientes, casi desde que le tocó empezar a luchar como una pobre cristiana contra su cáncer de pulmón.
Desde que regresó del médico con la triste noticia, en el marco de una tarde soleada donde parecía que nada malo podía ocurrir, mi abuela se había deprimido al punto de no salir de la casa ni aunque un tornado estuviera levantando los cimientos. Yo tuve que empezar a ocuparme de los mandados, trámites y otros quehaceres del hogar, aunque en ese entonces era lo que menos me preocupaba, sólo quería volver a verla bien. Mis vanos intentos por animarla se hacían cada vez más complicados. La veía apagarse lentamente y no estaba dispuesto a aceptar el hecho de volver a quedarme solo en el mundo.
Esos últimos días de junio, yo no tenía -ni quería- nada que hacer. Extrañaba las clases de teatro a las que recurría tres veces por semana con inexplicable pasión, creo que más para olvidarme de los problemas que por el amor al arte. Actuando arriba de las tablas, soy lo que ellos llaman "de madera", pero al menos me entretengo y puedo explorar la parte escondida de mi alma. El fin de clases también me haría extrañar demasiado a mi compañero, mejor amigo y único confidente, Marcos Gelabert, de vacaciones con su familia en Portugal y con quien prometimos escribirnos con regularidad para no perder el contacto.
Mis salidas más frecuentes eran al videoclub o a la biblioteca, donde alquilaba películas y libros que pudieran alzar la autoestima de mi abuela. Tuve que fumarme contra mi propia voluntad unos bodrios del cine francés en blanco y negro cuyos protagonistas eran elegantes pero el mensaje de la película casi indescifrable para alguien de mi edad. Y supe que de verdad estaba grave cuando ni siquiera la alegró ver su cinta favorita de los Hermanos Marx. Aprendí a hacer café sin quemarlo, regular la temperatura del agua sin sacarme ampollas y le puse bastante entusiasmo al uso del lavarropas; pero seguía sin poder sacarle una sonrisa a mi abuelita, algo que me tenía angustiado las veinticuatro horas del día.
Un nudo en la garganta que se asemejaba a haberme tragado un globo me empujó a salir de ese lugar y respirar aire fresco. Paseé mi cuerpo por unas calles empedradas de la ciudad que jamás había transitado y por un momento creí sentirme libre de mis sentimientos, pero luego caí en la cuenta de que mi mente seguía presa de sus amarguras. Mientras la tarde languidecía sobre mi cabeza y unos pájaros enloquecían con las campanadas de la iglesia, me adentré en la oscuridad de un parque sin temor a lo que pudiera ocurrirme. Empecé a preguntarme por qué la depresión nos quita el miedo y la respuesta fue obvia. Esa noche volví a casa en forma de despojo humano, para encontrarme con otro despojo humano como lo era mi abuela. Le prometí que buscaría un trabajo urgente para ayudar a cubrir la operación y ella me lo agradeció con palabras pero no con gestos de su petrificado rostro.

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El secreto del señor Fortunato
Mystery / ThrillerDurante las calurosas y aburridas vacaciones de verano en Barcelona, un joven sale a buscar trabajo para cubrir los gastos de operación de su abuela enferma, y consigue un puesto de sirviente dentro de la mansión del señor Fortunato, en torno a qui...