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Una pila de currículos recién impresos se acumulaba sobre el escritorio de mi habitación, mientras yo marcaba en un mapa de Barcelona los negocios a los que iría a ofrecerme para un trabajo de temporada. A esta altura no me encontraba en condiciones de elegir mi destino, por lo que incluso me ofrecí a limpiar el baño en un restaurante chino con más ratones que clientes. Al cabo de dos días ya me había presentado en al menos medio centenar de negocios de distintos rubros. Al tercero me quedé con mi abuela porque se sentía mal, y al cuarto llegó la tan ansiada primera llamada. Me arrojé sobre el teléfono para contestar, rogando que no sean los chinos del restaurante.


—Hola, ¿Octavio Lampón?


—Buenos días, él mismo—respondí aliviado al oír la tonada española.


—Mi nombre es Jorge, te llamo de la ferretería "Sur". Estuvimos revisando tu currículo y creo que podrías ser la persona indicada para trabajar con nosotros. ¿Cuándo podrías llegarte hasta acá para que te cuente mejor?


—Esta misma tarde podría ir, si le parece bien...


—Perfecto, te esperamos antes de las seis.


—Así será, saludos.


Se lo conté a mi abuela ni bien colgué el teléfono y ella esbozó una leve sonrisa de agradecimiento que para mí fue un bálsamo. Me vestí con mi mejor ropa, una remera color burdeos con el "cuello en v" y un vaquero de azul gastado, limpié mis zapatillas para dejarlas de un blanco reluciente y me puse perfume por expreso pedido de mi abuela. Ya preparado, me senté en la mesa a tamborilear mis dedos contra la madera mientras dejé pasar las horas. Cuando el viejo reloj de plástico de la cocina marcó las seis menos cuarto, emprendí viaje hacia la ferretería con los auriculares puestos para evitar que mi cabeza comience a preocuparse por la entrevista laboral. A mitad de camino me puse a reflexionar sobre mi vida, nunca imaginé que mi primer trabajo sería vender tornillos por necesidad, pero -como dije antes- no estaba en posición de imponer los términos y condiciones de nada.


Al entrar en la ferretería Sur, me atendió el mismo hombre que había recibido mi currículo el otro día, y como parecía el único trabajador de ese sucucho mal ventilado, bien supuse que era Jorge, el que me llamó por teléfono esta mañana. Le tendí la mano bien rígida por recomendación de mi abuela, para darle una primera impresión de seguridad y firmeza. El hombre de la ferretería, obeso de barba mal rasurada y una musculosa blanca al cuerpo, no me preguntó otra cosa más allá de «¿cuándo puedes comenzar?». Le respondí que al día siguiente y después de eso, entró en confianza y se largó a contarme una serie de chistes verdes de los que tuve que reirme por compromiso, aunque nada comparado a las carcajadas que profería de sus propios chistes. Pensé que esa era la peor clase de tipo, los que se ríen solos de sus propios chistes.

La oscuridad se hizo reina y señora del barrio cuando regresé a casa, y tras abrir la puerta me llevé un gran susto porque la abuela no contestaba a mi habitual saludo. Al doblar por el pasillo que conduce a la cocina, me la encontré leyendo el diario de la mañana y me volvió el alma al cuerpo. De todos modos había un aire de pánico en sus facciones, así que le pregunté y procedió a contarme sobre la muerte del hombre que sirvió toda su vida al señor Fortunato. Era el casero de aquella mansión, y quien había forjado una buena relación con mi abuela. Siempre me contaba de los veranos en la campiña francesa que compartieron ellos tres y mi difunto abuelo. La noticia pareció afectarla psicológicamente, pero al final acabó diciéndome para mi sorpresa:


—Donde algunos ven una pérdida yo veo una oportunidad laboral. ¿Quieres que te consiga trabajo en la casa del señor Fortunato?

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⏰ Última actualización: Apr 15, 2019 ⏰

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El secreto del señor FortunatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora