Valió la pena.

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No sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos.

Una vez le escuché decir, entre murmullos de los llantos ajenos, mientras miraba la enorme caja de madera que se alzaba frente a sus ojos. Aquellas orbes ambarinas brillaban con la inundación de lágrimas que se aproximó hasta el borde de sus párpados pero que él contuvo con una fuerza que seguramente venía reuniendo; la razón de su silencio durante todo el camino que nos había llevado llegar hasta ahí.

En ese momento no comprendí con claridad a lo que se refería, ¿No deberíamos tener en claro que tenemos algo porque se supone que siempre nos está acompañando? Me había preguntado la razón de sus palabras muchísimas veces sin lograr comprender su significado con totalidad, y, esa ingenuidad fue la que me llevó a la dolorosa ruina.

Pues recién aquí, ahora, con los dedos entumecidos por el glaciar frío, puedo sentir el peso de aquellas palabras sobre la delgadez escuálida de mis hombros, empujando mi espalda y haciendo rechinar mi columna en una dolorosa curva. 

Puedo sentir mis labios temblar víctimas de un suave suspiro que brota desde la base de mi pecho con una calidez que creía extinta, y, con ese pequeño soplo de aire que prueba por fin que sigo vivo, comienzo a sentir que los brotes de recuerdos comienzan a florecer como si hubiese iniciado una súbita primavera mental.

¿Cuántas veces no se me había escapado el aire de esa manera, sin que pudiese controlarlo, cuando simplemente le miraba? Recuerdo sentir como todo mi ser se volvía endeble gelatina al momento de notar cómo él me devolvía la mirada. Me estremezco, independiente de todos los años que han pasado, sólo con recordar el suave caramelo cálido y recién hecho que bailaba, líquido y brillante, dentro de sus cristalinas orbes.

Sus ojos parecían guardar un paraíso que nadie podía tocar siquiera con las puntas de los dedos, albergando el mismo universo lleno de estrellas derritiéndose.

Puedo decir que el amor es doloroso. Seguramente es la afirmación más segura y verdadera que tendrán de mí en estos momentos, donde los recuerdos son tan vivos que podría estirar la mano y tocarlos si tan sólo me fuese posible. Abrazarlos, aferrarme a ellos con la banal esperanza de que jamás vuelvan a esfumarse, desvanecerse entre mis dedos con la fría crueldad que nadie podría nunca comprender.

No me puedo considerar un conocedor experto de las ciencias en el campo amoroso, eso también está claro. Y, sin embargo, nadie puede refutar mis afirmaciones si no han pasado por la experiencia tan desastrosa que es enamorarse de un enorme torbellino humano que arrastra todo a su paso con una gracia tan atronadora que es imposible resistirse incluso si se tiene la fuerza para ello. 

Y yo puedo saberlo más que bien. Mi primer, único y eterno amor fue de esos que llaman un desastre natural de proporciones mayúsculas; pero les aseguro que él podría haber destrozado mi casa, mis huesos e incluso mi alma mientras y yo le dejaría, le extendería todo sobre una bandeja de plata porque juraba con todo lo que tenía que él jamás me haría daño de la manera en que lo hizo.

Lo peor de todo, es que incluso ahora, conociendo las desgarradoras consecuencias, lo haría.

Una y otra vez.

Es ridículo si lo piensas de una u otra forma. Él podía hacer lo que quería conmigo, pero nunca jamás se enteró de aquello. Mis sentimientos fueron uno de los más grandes secretos que acarreamos a lo largo de aquella extensa amistad que recuerdo con los detalles más lujosos que podría darle a alguien, y quizás si no hubiese sido tan denso de mente podría haber notado los rastros de todo lo que sentía dejando marcas en cada una de mis acciones; pero vamos a ver, que parecía que cuando prepararon la masa de su bizcocho le pusieron demasiada harina.

Suspiros (Two-shot; KilluGon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora