Entre Hermanos.

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1.- Robert


Edrid fue siempre su hermana favorita. Era ella quien le cuidaba cuando niño, ayudaba con las tareas, y acompañaba en las noches sin luna. De niña, siempre tenía una mirada alegre, era el centro de las fiestas, un farol al que todos querían mirar.


Robert... bueno, nunca fue tan popular.


Crecieron juntos como crecen los hermanos: apoyándose, peleando y riendo. Edrid siempre excelente y perfecta, nunca le llamaron la atención, en todo momento intachable un ejemplo a seguir por todos; Robert en cambio, era otro chico más en la escuela, uno del montón que aunque se esforzaba por sobresalir nunca pudo terminar de brillar. Su padre no paró de compararle con su hermana, de obligarle a imitarla, de castigarlo por ser normal.

Después de terminar la escuela, Robert comprendió que no encajaba en su familia. Se sentía ajeno y opuesto a la forma de vida de su hermana y su padre. Ellos querían mantener su forma habitual de vivir; pero al contrario que ellos, él se obligaba a cambiar, necesitaba hacer algo grande, algo que cambiara su destino.

Robert no pudo evitar partir cuando tuvo la oportunidad. Él estaba cambiando y seguiría haciéndolo hasta conseguir lo que soñaba. Fueron esos anhelos los que le impulsaron a dejar a su Padre y su hermana. Era lo mejor para todos. Así ya no sería un estorbo, y ellos dejarían de mirar cada una de sus ideas y proyectos con indiferencia y recelo.

Después de graduados, Edrid se convirtió en una elegante señora en un lugar lejano. Una persona desconocida. Para Robert, era mejor recordarla como en otros tiempos: alegre, sonriente y bailarina. Claro que ahora era una mujer de alta sociedad, era famosa, reconocida y envidiada. Todo había cambiado con su descubrimiento, aquél que le permitía crear de la nada, Oro.

Edrid era una Encantadora. Uno de esos pocos que nacen con una imaginación tan poderosa que pueden dar vida a los elementos. A decir verdad, nadie había sido capaz de crear algo de la nada, y menos algo valioso. Es por eso que la fama de su hermana creció tan de prisa.

Robert supo muy poco de ella luego de sus descubrimientos. Sólo que había reformado una propiedad de la familia en valles de las flores de Tacmakur, y que se había mudado hasta allá. También se enteraba de lo que decían los periódicos, donde con mucha frecuencia mencionaban sus maravillosas fiestas, y sus recientes avances en el campo del Encantamiento.

Por mucho, el único contacto que tuvieron fue a través de esporádicas cartas que Edrid le enviaba. Contando acerca de las fiestas que daría, o de sus frecuentes logros. A veces, incluía uno que otro recuerdo de su Mamá, donde narraba tiempos alegres, en donde nada había pasado, pero a Robert nunca le gustó recordar momentos que ya no existían.

Él nunca asistió a ninguna invitación. Nunca siquiera las respondió. Su mente estaba centrada en otros asuntos, en sueños imposibles, hubiese dicho su padre. Sueños que poco a poco se fueron haciendo realidad, pero nadie lo sabía.

Robert no hacía más que avanzar en sus proyecto y estudios, leer los periódicos, estar pendiente del correo, y de mantener a flote su negocio, era dueño de Los Invernaderos de la Ciudad de Marak, los más grandes en toda la región del Circulo Central. No había tiempo para niñerías, ni fiestas, ni descansos. Eran momentos difíciles, la tensión en el reino había alcanzado un punto cumbre cuando se anunció la muerte del Rey. Su sucesor, le había dado una oportunidad única de sobresalir. No podía perderla visitando a su hermanita.

Fue un jueves en la tarde cuando todo cambió... o quizá por fin, retomó su curso.

Robert no se sobresaltó al escuchar como aporreaban la puerta, era normal que a esa hora llegara el cartero. Caminó por el salón y abrió como siempre. Pero su sorpresa no fue poca. Sus ojos toparon con los de su hermana, que vestía harapos sucios y rasgados, tenía la mirada perdida, mientras balbuceaba cosas incoherentes.

Entre encantadores y MagosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora