El chico que pudo volar.

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Vengo a hablar del amor.

Ese sentimiento.

Chico conoce a chica y juntos viven felices y comen perdices. El típico influjo del amor que hace dar tu vida por otras personas y que hace a los susodichos flotar sobre las estrellas en un estado de perpetua felicidad. Historias con finales felices, en las que los implicados viajan hacia la luz rosada del horizonte, para cambiar el mundo con su amor.

No. 

Eso está muy lejos de la realidad. 

–Despierta.–

Todo lo que el amor es, está muy lejos de la idealización que nos invita a buscarlo con todas nuestras fuerzas.

El amor no es un campo de margaritas, no es la fuerza homogénea que abraza a todo aquel que lo experimenta.  

Déjame que te diga, que la gente enamorada, no siempre es capaz de sonreír. No todo son flores y chocolate.

Los finales felices no existen.

–Madura.–

El amor juega contigo. Te engulle, te machaca y finalmente te escupe. Y lo que queda en tu lugar es una masa de ilusión, sueños rotos y corazones hechos añicos.

El amor es una llama. Arde con fuerza y te apasiona, te hace sentir la calidez de el primer tacto del cuerpo que amas junto al tuyo. 

Y a veces quema. 

Y se debilita con el tiempo. 

Incluso se apaga. 

El amor es jaula.

Que no te engañen, no es un campo de margaritas. 

De hecho, es como poco, un campo de rosas, y si tienes suerte puedes llegar a tocar algunos pétalos entre el dolor de tantas espinas que te atraviesan el cuerpo sin cesar.

–Despierta.–

Hace mucho tiempo pensé que contigo había descubierto esa historia de princesas con las que crecí, e iluso de mí, con tantos pájaros en la cabeza, creí que solo faltaría una mirada para que tu sintieras lo mismo.

Me sonreíste. 

 Y ya no pude pararlo.

Cada día que pasaba me iba emborrachando más de ese sentimiento que me hacías sentir y que me mantenía adicto a ti. Con la mente nublada, coaccionada por un corazón demasiado inmerso en sus sueños como para ver la realidad.

Me mantenías en el permanente estado de euforia que experimentan los drogadictos una y otra vez cuando la sustancia que meten en sus cuerpos les hace sentir en el punto más alto de sus vidas.

Me echaste a volar. Con una sola mirada tuya mis alas se desplegaban.

Entonces te desvelé mi secreto. Me abrí en canal, me desnudé.

Sabía que era un error.

Y en el fondo creía, ciegamente, que todo saldría bien.

Siento decirte, que ante todo el amor es cruel.

Y justo entonces, allí, empequeñecido con tu presencia, pude notar como me precipitaba hacia la oscuridad, como mis alas se resquebrajaban en el aire.

Tras la subida, está la bajada.

–Madura. Abandona.–

Gritan mis monstruos.

Pero me es imposible.

Como voy a abandonar el dolor de amarte, si es lo único que alguna vez me hizo sentir el dolor de estar vivo.

Memorias de ninguna parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora