La puerta.Un relato "Lovecraftiano"de Miquel Àngel Lopezosa.
«—¡Papá, papá! ¿Qué son estos extraños animales? Parecenpulpos gigantescos y feos... ¿Por qué bajan desde las estrellas?Henry corrió hacia el escritorio mostrándole unos bosquejosque había dibujados en una libreta. El profesor miró el cuaderno yrápidamente se lo quitó de las manos. El chiquillo le miró asustado.
—No has hecho nada malo, hijo, pero ya sabes que a papá no legusta que juegues con sus trabajos —le susurró acariciándole lasmejillas.
—Pero...
—Henry, no insistas —comentó mientras guardaba la libreta enun cajón del escritorio—. Todavía eres muy pequeño para entenderciertas cosas... —"Y hay cosas que es mejor no saber", pensóviendo la cándida mirada de su hijo. El niño se quedó plantado delante de su padre, mirando cómo mojaba la pluma en el tintero y seponía a escribir con exquisita caligrafía sobre el papel en blanco—.¿Aún estás aquí, Henry? —sonrió el profesor, al advertir que le miraba con ojos curiosos—. ¿Por qué no le haces a papá un bonitodibujo en este papel?
El profesor de arqueología Edward Foster le dio un folio y unestuche de colores y observó, pensativo, cómo se alejaba su pequeño con el ceño fruncido hacia su pupitre. Luego se recostó sobre elbutacón y recordó con nostalgia lo mucho que echaba de menos asu esposa. Todavía no había conseguido borrar de la memoria cómo se colaban por las rendijas de la habitación los desgarradoresgritos de su adorada Maggie mientras traía al mundo a Henry, suprimer y único hijo».
—¿Te encuentras bien, Edward? —le preguntó Alfred, queocupaba el asiento contiguo en el avión.El profesor miró a su asistente con ojos ausentes. Alfred, unhombre alto, de piel morena y totalmente calvo, le miraba por encima de las gafas con sus almendrados ojos avellana.
—¡Oh, sí! Creo que me he quedado dormido —respondió conun bostezo.
—¿Has tenido otro de tus sueños, verdad? —añadió Alfred, consu pausada voz.
Edward solía soñar con su abuelo y con su padre, Henry Foster,aunque no los había llegado a conocer debido a que murieron sepultados por un alud en las montañas del Himalaya cuando apenasera un bebé. Pero lo particular de aquellos sueños era que los vivíacon un extremado realismo, seguramente porque Alfred, que leacompañaba desde que tenía uso de razón, nunca había dejado decontarle historias sobre ellos. Alfred había sido asistente de su padre y, tras su trágica muerte, se convirtió en su cuidador y guía personal hasta que ocupó la cátedra de arqueología arquetípica enla universidad de Miskatonic, en Arkham, Massachusetts. Desdeentonces, se había encargado de transcribir sus trabajos, le acompañaba a todas las excavaciones arqueológicas y se había convertido en su consejero más sincero y leal.
—¿Queda mucho para llegar? —le preguntó Edward, al tiempoque miraba con curiosidad a través de la ventanilla.
—No lo sé... —respondió Alfred sin levantar la vista del textoque estaba leyendo—. ¿Por qué no lo miras en el monitor?El profesor miró a la pantalla y vio que estaban sobrevolandocielo europeo. Se dirigían a Inglaterra para participar en el Congreso Mundial de Arqueología que organizaba anualmente la Universidad de Oxford.
—¿Crees que esta vez...? —musitó Edward mientras sacabadel bolsillo de la chaqueta la tarjeta del congreso.
Alfred, que todavía mantenía un aspecto atlético y jovial pesea tener más de sesenta años, dejó de repasar las hojas manuscritasdel discurso que había preparado Edward para la ocasión y le contestó con un tajante:
—No le des más vueltas e intenta descansar.
A Edward no le gustaba asistir a las pomposas reuniones queorganizaba la comunidad arqueológica internacional y siempre querecibía alguna invitación rehusaba asistir aludiendo alguna excusabanal. Pero en aquella ocasión no había podido eludir su presenciadebido a que, en conmemoración del LXXV congreso, se le iba arendir homenaje a su tatarabuelo, Leonard Foster, como uno de los pioneros de la investigación arqueológica norteamericana.Al rato, su asistente guardó las hojas del discurso en el maletíny sacó su iPhone del bolsillo de la americana. Edward observó conel rabillo del ojo cómo tecleaba habilidosamente con ambos pulgares y, sin saber por qué, comentó:
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LA PUERTA. Un relato "Lovecraftiano". De Miquel Ángel Lopezosa
General FictionSINOPSIS. Edward Foster, catedrático de arqueología arquetípica de la Universidad de Miskatonic y único miembro viviente de una estirpe de reputados arqueólogos norteamericanos, viaja a Londres con su leal asistente Alfred para participar en el LXXV...