U n o

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      El ventilador seguía dando vueltas en el techo de este pequeño y cálido almacén, dando más y más piruetas, generando círculos abstractos en el aire. Suspiré y el bolígrafo que sostenía en la mano continuaba dando golpes sordos en el pequeño cuaderno que estaba en el mostrador. Unas palabras ilegibles en tinta azul estaban tranzadas sobre él, a faltas de inspiración. Remangué mi suéter gris hasta mis codos, para poder escribir con comodidad. Era otoño y las hojas caían en San Francisco, haciendo que el frío estuviera presente físicamente por aquellas olas de viento que arrollaba las calles. Pero la papelería de mis tíos era un verdadero horno, y no creo que pueda hacer nada con la calor que hace aquí adentro. Unas hojas se posaban sobre el escalón de la puerta de entrada a la tienda, haciéndome pensar que cuando mi tío volviera del trabajo me obligara a limpiarlas. Pero ahora mismo estaba sentado sobre un taburete de madera detrás del mostrador, mis tíos no estaban y eso había provocado que me quedara solo una vez más. Como siempre.

    Aquí sentado podría pensar en muchas cosas, ya que no tenía a nadie de que hablar. Casi siempre pensaba en mi pobre y gris forma de vivir, como estaba solo y no tenía a nadie a mi lado. Pero yo creo que ya estoy acostumbrado a eso, toda mi vida he tenido que vivir cargando con ello. Viendo como la gente es feliz, sonríe y hacen sus vidas con otras personas, mientras yo observo desde el fondo de la historia en modo espectador, en mi propio asiento. Siempre me gusta creer  que vivimos por alguna razón, pensar en por qué somos como somos, por qué actuamos como tal y tal vez porque nuestras vidas son como lo son ahora, ya que cada una tiene un destino y final diferente. Pero al final de todo, nadie será recordado y moriremos en el tiempo, junto a todas esas personas que ya cayeron en él. Pienso que todas las personas pasamos por batallas, algunas duras y otras no tanto, pero al final de toda esa guerra, a veces quedan algunas secuelas, ya sean físicas o mentales. Y yo estoy fatal por dentro. No estoy bien para nada.

     Mi historia fue totalmente diferente a otra cualquiera, al igual que todo lo que sucede en toda mi vida. Y ese diferente es todo lo malo. Desde pequeño había tenido pocos amigos donde vivía, ya que por el trabajo de mis padres estábamos constantemente moviéndonos de un sitio a otro por todo, haciendo que tuviera que dejar a todos mis amigos en el camino, al igual que todos mis recuerdos. Pero yo era feliz con mi familia y era lo único que quería en esta vida. Yo siempre he sido raro, en los recreos en vez de pasarlos jugando al fútbol como un niño normal lo haría, me escapaba al aula de música a curiosear en los instrumentos. Hasta que un día comencé a cantar allí y mi profesora me pilló allí adentro, porque realmente no debería de estar allí. Pero en vez de echarme, solo me ordenó que cogiera una guitarra y me sentara al lado de su escritorio. Y en un año y medio, ya sabía tocar la guitarra acústica y el piano. La señorita Mary me decía que era muy inteligente y podría conseguir todo lo que me propusiese en  esta vida. Yo creí en ella y confié en su palabra, haciendo que una fe creciera en mí. Ella creía en que era especial, cuando yo no creía ni en mí mismo. Luego, me mudé de nuevo, dejando atrás de nuevo todo lo que tenía. Este mismo año, a mi madre le diagnosticaron un asma terrible. Y meses después, el cáncer estalló en el pecho de mi hermana tan solo con cinco años. Yo en ese momento tenía siete y no sabía nada sobre esto, pero mi madre me decía que se iba a poner bien con las medicinas y en unas semanas empezaría a saltar y corretear por el jardín de nuevo. Pero yo sabía que eso era mentira, porque yo podía oírle todas las noches llorar en la cocina. A mi padre le hicieron empleado fijo en Liverpool, haciendo que nos quedáramos allí por muchísimos años. Judith y yo nunca nos peleábamos, no queríamos que mamá se pusiese enferma de nuevo. Mi hermana siempre llevaba gorritos, de muchos colores y de múltiples estampados, ya que el cáncer hizo que su pelo rubio oscuro se cayera. Sus ojos eran mieles, como los de papá y podría jurar que eran los más bonitos que nunca había visto. Ella era adorable, y la quería más que a mi propia vida. Me preocupaba más de ella que incluso de mí. Ella tenía una sonrisa preciosa, haciendo que iluminara mis días y era feliz, era feliz cuando ella reía.

Amnesia; h.sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora