Recuerdo que a la mañana siguiente me desperté y había soñado que sabía volar, y que llevaba a Leo muy lejos de su casa y le ayudaba a esconderse en un sitio donde no le encontrarían.
Levanté la colcha verde que me cubría hasta la nariz y el frío que sentí fue tal que volví a taparme 5 minutos más. Vi mis zapatillas de erizos y mi bata rosa de felpa al lado de la puerta, y parecían tan cómodos y calentitos que me decidí a saltar de la cama con tal de ponermelos. Abrí la puerta de mi habitación y bajé a la cocina a desayunar. De camino a la cocina encontré mis orejeras, y me las puse. Me miré de arriba a abajo: parecía un osito de peluche.
Cuando entré a la cocina, vi a mi madre haciendo tortitas. Hoy llevaba un gorro de lana en lugar de un pañuelo, y el jersey de renos que tanto me gustaba. Cuando me vio me dio un beso en la frente y me acercó mi tazón de leche y las galletas.
-Annya ¿puedo preguntarte por qué llevas las orejeras puestas?
Me encogí de brazos y le dije
-Es que son blanditas
Mi madre se rió, como hacía siempre que decía algo incoherente. Cogí mi desayuno y me dirigí al comedor a ver a televisión. Mi papá se había ido a comprar el árbol de Navidad, así que tenía la televisión para mi sola. Encendí y lo primero que vi fueron las noticias. Empecé a buscar el mando entre los cojines del sofá, y entonces escuché algo que podía interesarme. Y mi mamá también.
“Mujer fallece a manos de su marido, bajo los efectos del alcohol, ayer a las 7 de la tarde en nuestra localidad. Ambos eran padres de un niño de 10 años, que hasta el momento, se halla desaparecido. Si alguien lo ve, rogamos llame a la policía para que puedan darle un hogar."
Y en la tele ponen una foto de un niño que me es muy similar. De unos ojos azul hielo que ya he visto antes
-¡Es Leo mamá!
Mi madre me miró, y me dio un abrazo. Noté que intentaba protegerme, como si hubiera algo que no estuviera bien y quisiera arreglarlo. Pensé en Leo y en que ya no tenía una mamá que le diera abrazos ni arreglara lo que se rompía. Y en que estaría solo y puede que no tuviera suficiente dinero.
Pero no solo pensé en él ese día. También pensé en Leo el día de Navidad y pedí un deseo para que él también recibiera regalos. Pensé en él cada día que pasó desde el día de las botas de agua rosas, y cuando cumplí 7 años y soplé las velas pedí que Leo viniera también a celebrar mi cumpleaños contigo.
Varios meses después, cuando volvía a acercarse el invierno y una de esas mañanas en las que papá no estaba y se había dejado las noticias puestas, escuché algo que me hizo estremecer
“Tras varios meses de búsqueda por nuestra zona y varios pueblos cercanos y si haber obtenido el menor resultado, damos por finalizada la búsqueda del joven Leo, cuya madre falleció el pasado diciembre y cuyo padre reside ahora en prisión."
Cuando lo vi, llamé a mi madre corriendo
-¿Qué pasa Annya?
-¡No pueden dejar de buscar mamá! ¡Yo sé que está vivo, le vi con mis propios ojos y sé que nada malo le ha pasado!
Mi madre se acercó a mi y me abrazó cariñosamente. Acarició mi pelo hasta que me calmé y después me dijo
-Yo, igual que tú, deseo con todo mi corazón que a ese niño no le haya pasado nada...pero se fue solo Annya, y ese invierno fue muy duro...no digo que se haya ido al cielo pero..
Me tapé los oídos con ambas manos y me fui corriendo a mi habitación gritando "Leo está vivo, lo sé porque si no lo estuviera...¡lo sabría!"
Los siguientes meses hasta que llegó el invierno apenas hablé con nadie. Ni mis padres. Ni mis amigos. Mis profesores del colegio empezaron a pensar que quizás necesitaba ayuda profesional. Yo no sabía que era eso, pero sí sabía que solo necesitaba saber que Leo estaba vivo.
Llegó el invierno y mis amigas ya ni siquiera me invitaban a sus cumpleaños. Empezaron a mirarme de medio lado, a susurrar cuando estaba cerca y a tirarme bolitas de papel cuando salía a la pizarra. Ya nunca salía a la calle a jugar. Me quedaba en mi casa, mirando la nieve y como cuajaba. Escondí mis botas de agua rosas en el armario porque me ponía triste si las miraba.
Mi mamá y mi papá estaban muy preocupados por mi. Hablaban en la cocina cuando me iba a la cama porque pensaban que no les oía. Y la conversación era siempre la misma
-¿Por qué está tan preocupada por ese niño al que a penas conoce? - le preguntaba mi padre a mi madre
Ella siempre se reía bajito, y le respondía
-Por la misma razón por la que tú me metías piedras en la mochila cuando íbamos al colegio
Yo no entendía eso que decía mi madre. Aunque tampoco entendía porque me importaba tanto Leo. Ni necesitaba entenderlo.
Recuerdo que un día, el que más frío hacía, alguien comenzó a tirar piedras a mi ventana. Eran las 17:00 de la tarde y yo estaba, como siempre, leyendo un libro en el sofá de al lado del ventanal de mi habitación. Dudé sobre si debía acercarme a mirar o no; y como los golpes no cesaban y me impedían seguir leyendo, me asomé. Y allí estaba: el niño desaparecido de los ojos de hielo.
Me saludó, moviendo la mano efusivamente, como si hiciera a penas unos días que nos vimos por última vez.
Bajé corriendo las escaleras de la casa y cuando estaba a punto de abrir la puerta para salir a la calle me acordé de una cosa. Subí a mi habitación otra vez a toda prisa, abrí el armario y saqué mis botas de agua rosas.
Cuando llegué a donde estaba Leo, me quedé muy quieta sin saber que hacer. Allí estaba: la razón de mis pesadillas y de mis sueños
-Sabía que no te había pasado nada -le dije, mientras le abrazaba
Mi pequeña figura tan solo podía, en realidad, abrazar una pequeña parte de él. Me dio un beso en la cabeza y me dijo
-Recuerda que nada malo podía pasarme siempre que llevara tu beso en mi mejilla -señaló su mejilla, donde tenía algunos rasguños- debería ir a ver a mi mamá, debe de estar muy preocupada
-Espera -le dije- es mejor...que no vayas...al menos todavía
Leo me miró, con cara de no entender nada. Entendía que no entendiera; habían pasado muchas cosas desde que se fue.