El estruendo de las sirenas se acercaban, una docena de ellas corrían a una velocidad máxima hasta rodear las puertas de una joyería con la más exquisita colección de diamantes que se habían expuesto hasta hace unas horas.
El grito de las damas saliendo del recinto al lado de sus acompañantes era lo más común en estos casos, al igual que un sin fin de curiosos se empezaron a aglomerar detrás de las patrullas y de ellas empezaron a bajar los policías de uniformes azules con el ceño fruncido y el arma en su mano lista para ser disparada contra cualquier sospechoso.
De todos ellos sólo uno llamaba mi atención, y que por supuesto no podía faltar a un evento como éste.Él a diferencia de los demás policías traía dos estrellas en las solapas de la camisa de su último reconocimiento, su reciente ascenso. Aquello le daba más aires de grandeza pero él no abusaba de ello. Y me encantaba. Él simple y llanamente me gusta.
Ingreso al salón corriendo y sacó el arma de su cintura, corrió escaleras arriba después de indicar que debían hacer los demás con simples señas y esa mirada que hoy se veía más feroz, más molestó que nunca.
Como otras veces reviso el arma mientras estaba caminando por el pasillo lleno de exhibiciones de las joyas más preciosas, detrás de él lo seguía su amigo un poco más alto de igual de cabellera negra. Con el arma en la mano derecha y apoyada en la izquierda, en una pose que lo hacía ver malditamente ardiente llegó hasta la parte central del segundo piso. Se acercó hasta la vitrina vacía que mostraba una nota que él lo tomo sin antes de ponerse un guante negro de piel.
Él quería pistas, yo no tenía problemas con dárselas pero tampoco le iba a dejar mis huellas. Aquello era demasiado fácil. El juego debía ser más complicado. A la altura de ambos.
Su acompañante frunció el ceño luego de ver la nota, mí nota con una impecable ortografía y caligrafía. Él la guardó en una bolsa plástica y la depositó en el bolsillo de su pantalón negro. Él más grande se quedó en el segundo piso buscando más pistas que no encontraría mientras que el pelinegro corrió escaleras arriba al tercer pisó.
No pude evitar soltar una carcajada y preguntarme porque no era más práctico, subir en el ascensor le evitaba el sudor que tenía en su frente ceñida.
Agitado llegó al tercer pisó apuntando a todas las puertas, su espalda rígida me avisó que estaba tenso. Sonreí con picardía mientras giraba en la silla giratoria para poder observarlo mejor. Este ángulo me daba una buena vista de su parte trasera, una muy buena vista con esos pantalones tan aprietos.
«Joder», gemí.
Incómodo me removi en el asiento. Los jeans me apretaban. Mala elección de conjunto.
Yo no era un pervertido, pero con el oficial Lee siempre suele ser así, el rumbo de mis pensamientos solían ir desde lo más tierno hasta lo más oscuro, en cuestión de segundos. Justo como ahora, exactamente igual que las otras veces.
Pasó su lengua por sus labios rosas secos mientras tomaba el plomo de la puerta con el izquierdo y apuntaba con el derecho, tan concentrado que dudo se haya dado de cuenta que no paraba de realizar ese tic que tanto me volvía loco. El rojo volvió a sus labios y mordió su labio inferior entonces abrió la puerta y no encontró nada, revisó detrás de los sillones, se acercó a las cortinas de los grandes ventanales, se agachó por debajo de la mesa todo sin dejar de apuntar a todas partes con el arma. Sus nudillos se tornaron más blancos conforme salía de la habitación para revisar otra vez el pasillo. El esperaba una emboscada o alguna trampa, pero yo no era un cobarde. Esto era uno a uno.
Siguió abriendo las demás puertas, revisando como hizo con la primera, y no encontró nada. Al igual que las otras habitaciones y llegó a la final de todas las puertas, la puerta blanca.