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Me emancipé a mis dieciséis años después de que mi padre murió y mi madrastra se atrevió a poner en mí una mano para golpearme. Insultos, daños, explotación infantil, heridas. No lo soportaba y más estando solo en este mundo sin la única persona que realmente me importaba y me apoyaba en cada una de mis decisiones sin ni siquiera dudarlo.

No fue de forma legal, sólo huí de casa, huí de Ilsan para irme a la capital sin realmente tener esperanza de mi futuro, creyendo que moriría entre la soledad, una distorsionada idea aferrada a que podría disfrutar mi juventud como alguien normal. Qué ingenuo.

Fue difícil, porque cuando llegué a Seoul no tenía dinero; todo lo que mi padre dejó a mi nombre mi madrastra me lo arrebató y se lo dió a su hijos, yo sólo tenía pequeños ahorros por aparte, los cuales fueron suficientes para comprar mi boleto para llegar aquí. No tenía comida, ni un hogar en el cual refugiarme.

No tengo recuerdos con exactitud de cómo pude lograr salir de ese tormento pero aún mantengo guardado en mi cabeza que después de esconderme en un callejón opté por dormir y al abrir mis ojos aparecí en un refugio para niños y jóvenes sin hogar. Jamás comprendí cómo llegué ahí.

—Papá, se ve mal...
—Ya veremos qué hacer por él.
—¿Ahora?
—...
—¿Ahora?
—Sí.

Crecí. Los años pasaron volando y gracias a una familia que donaba dinero, sin razón alguna, a mi nombre pude continuar mis estudios; culminé la secundaria y al entrar a la universidad empecé a trabajar como mesero en un bar. Reuní dinero suficiente, incluyendo el que mensualmente depositaban para mí, y así ser estable al momento de abandonar el refugio.
A pesar de que sólo me mantuve dos años viviendo ahí no me familiaricé con los demás. Era diferente porque comprendía que mi mente estaba transtornada desde que el maltrato físico contra mi persona por mi madrastra empezó a traumarme. Desconfiaba de diestra y siniestra, pero actúe como alguien amigable, incluso, servía como confidente para esos jóvenes que los abandonaron y su vida nunca a conocido lo que se llama vivir conforme.  Y así, decidí estudiar psicología. Aunque yo no estaba realmente capacitado para la carrera, sé que podía mantenerme al margen por las personas que aún estaban a tiempo de poder superar etapas similares o incluso peores que las mías.

Estaba motivado por tantas cosas, pero cuando estaba por terminar mi tercer año de mi carrera todo lo que construí se derrumbó.
Sin motivo alguno, me habían despedido de mi único trabajo y yo no tenía dinero suficiente debido a la cantidad de proyectos que debía entregar y, obviamente, tenían un costo a pesar de que la mayoría eran grupales; ni olvidar el dinero de la renta del pequeño apartamento que alquilé cuando me hice independiente, el pago de la universidad...
Tantas cosas hicieron que mi cabeza no pudiera más, hasta el límite de que pensamientos no aptos para un futuro psicólogo aparecieran y hundieran todos mis cinco sentidos, dejándome sin opciones.

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