Cuando esa mano, de dedos gruesos y largos, agarró mi culo con la total normalidad del mundo los vellos de mi piel se erizaron, y me sentí sucia, frágil y asqueada, pero sobre todo, me sentí violada. Esa era la peor sensación que había experimentado mi cuerpo en los dieciséis años que he vivido. Mis sentimientos eran una mezcla de odio e impotencia, junto al dolor que se aferraba a mí porque alguien había tocado algo que me pertenecía, y lo había tocado sin mi permiso. Pues lo único que me pertenece a mí, en toda su totalidad, soy yo misma y no le pertenezco ni le perteneceré nunca a nadie.
Me repugna oír frases como ‹‹eres mía››, ‹‹de mi propiedad y de nadie más››, ‹‹solo mía›› y podría seguir, pero solo conseguiría que me pusiese peor, pues me dolía la cabeza al imaginar a las chicas y a los chicos de mi edad, menores o mayores, en resumen, de cualquier edad, verbalizando y textualizando esas palabras tan asquerosas y repugnantes. Nadie debería decir eso, solo una persona se lo puede decir a sí misma, porque cada persona es la propietaria de su propio cuerpo. Cada persona tiene que darle el acceso a otra, para tocarla y adentrarse en ella.
Había determinados actos de la sociedad que me daban asco y siempre que podía, los intentaba cambiar, pero el mundo no se puede cambiar en un día, y menos la mentalidad de determinadas personas, sobre todo de esas que tienen la cabeza más cerrada que una puerta con miles de cerrojos.
En ese momento que su mano agarró mi culo podría haberme girado y así pegarle una buena torta, pero no, no lo hice. Y ahora, mirándolo desde esta perspectiva me arrepiento. Aunque no sé porque no lo hice, tal vez fue por respeto, no, eso no, pues él había abusado de mí, había tocado algo que me pertenecía. Creo que no lo hice por miedo, pues estaba sola y las luces de las farolas parpadeaban continuamente, estaban en sus últimos minutos de vida, estaban al borde de la muerte, al igual que lo podía estar yo si el individuo que agarró mi culo sin mi permiso fuese un asesino.
El miedo se había apoderado de mi cuerpo cuando el individuo agarró mi culo, tal era el miedo que no fui capaz de girarme a ver quien era. Realmente, no estaba actuando como yo lo haría en una situación normal, bueno no estaba actuando como yo imaginé que actuaría si en algún momento de mi vida me viese atrapada en esa situación. Pues yo siempre había sido la chica que ayudaba a todas y cada una de las chicas que sufrían algún acto machista mientras yo estaba presente. Era la que daba la cara por todas y la que más de una cabeza de algún chico machista ha conseguido bajar, porque sufrían vergüenza de ellos mismos cuando les echaba las cosas en cara o simplemente por miedo, pues siempre he sido una chica con un carácter bastante fuerte, una mente muy abierta y un par de ovarios, que nunca vienen mal.
De verdad que había recreado numerosas situaciones en mi cabeza sobre como actuaría, pero creo sinceramente que nunca sabrás lo que harás en determinadas situaciones, hasta que las tienes delante de tus narices. En ese instante si que no supe cómo reaccionar. El individuo se acercó hacia mí rodeando con su brazo musculado mi cuello, del que colgaba un collar con una piedra verde, el amuleto que me regaló una de las personas más importantes de mi vida, la persona que tenía permiso para tocarme donde y cuando quisiera.
— ¡Ayuda! —grité mientras intentaba quitar el brazo que rodeaba mi cuello.
— Cállate la maldita boca o sufrirás más. —dijo una voz grave, la cual me era bastante familiar, pero el miedo me impedía pensar, pero esta vez no me impidió que intentase pegarle un puñetazo en la mandíbula. Él no consiguió esquivarlo, por lo que gracias al impacto del golpe retiró su brazo de mi cuello y comencé a huir de él, pues estaba recuperándose del golpe, o eso pensaba, pues no había parado a mirar quien era la persona que estaba abusando de mí.
Seguí corriendo por la cuesta por la que bajaba habitualmente para ir al centro de la ciudad, donde tantas veces he ido sola y nunca me ha pasado nada. Hasta hoy, hoy era el día, no sé si el día en el que moriría, pero si en el que me tocaron sin mi permiso por primera vez y el día en el que mis preciados tacones me jugaron una mala pasada. El caminar y andar con tacones se me daba divinamente, pero hoy todo parecía ir mal. Tropecé, porque apoyé el pie mal y me caí. Dándole el tiempo perfecto a ese individuo para que pudiese atraparme. En ese momento, mi cuerpo yacía tumbado de lado en el suelo y ahí supe que se acercaba el fin. Pues, él se fue acercando lentamente, mientras que yo intentaba levantarme, pero mis intentos fueron inútiles. Él se agachó poniéndose de rodillas mientras me sujetaba con una mano y con la otra acariciaba mis pechos. Pensaba violarme, y para colmo en mitad de la calle.
— ¡Suéltame, ya! No tienes derecho a tocarme, estúpido. Voy a denunciarte en cuanto consiga ponerme en pie y salir corriendo de aquí. —dije jadeando mientras intentaba moverme para escaparme de él, pero su fuerza era superior a la mía. Lo peor era que no le podía ver la cara quería saber quien era ese capullo. —Si tan machito eres, muéstrame tu rostro.
De repente unos pasos se escuchaban bastante cerca del lugar en el que ese individuo estaba intentando bajar mis pantalones a la vez que yo me resistía.
— Lidia, ¿qué pasa ahí? —dijo una voz que podría reconocer entre millones de voces. Su voz era única, al igual que ella. Los pasos de Lidia y Valeria se escuchaban cada vez más cerca, hasta que el individuo giró su cabeza y vio que no estábamos solos. — ¡Mario! ¿Qué haces? ¿Quién es esa persona?
No me lo podía creer, pues observé al tal Mario sacando algo de uno de sus bolsillos, un cuchillo, la vida de mi novia y su mejor amiga estaba en peligro, pues si hubiese querido matarme a mí ya lo habría hecho. Pero, comprendí que no, cuando noté el cuchillo penetrando rápidamente mi piel. Él huyo y yo me quedé agonizando mientras mi novia y su mejor amiga observaban la escena. Observaban mis últimos segundos de vida, en los que no pude hablar. Lo último que escuché fue la voz de Valeria y un llanto desconsolado por parte de Lidia.
— ¿Cómo has sido capaz de hacerle esto a tu propia hermana? —dijo en un hilo de voz mientras contenía las lágrimas, pues no le gustaba mostrarse débil.
Eso fue lo último que escuché antes de cerrar los ojos para quedarme inmersa en un sueño eterno.
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¿Cómo te atreves? | Relato corto
Historia CortaLucy es una chica que tiene una vida normal, tiene pareja y unas amigas fantásticas. Su vida cambiará en pocos minutos, en esos que bajaba la cuesta para encontrarse con sus amigas y después ir al centro de la ciudad.