La pesadilla

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Dolor. Dolor era lo único que sentía en ese momento, mientras una robusta mano se cernía sobre mi cuello y me arañaba con sus uñas la garganta.

Intentaba moverme, pero con cada movimiento, aquella enorme criatura ejercía más fuerza sobre mí.

La vista se me nubló a causa de las lágrimas que corrían libres por mis mejillas provocadas por el terror y la sensación de angustia que se apoderaba cada vez más de mi cuerpo.

A pesar de aquello, no dejé de forcejear en ningún momento, sentía la necesidad de ver a aquel ser, que, poco a poco, me estaba dejando sin oxígeno.

La sensación de pavor no desparecía, y aquella criatura, no parecía dispuesta a dejarme libre por más que yo impusiera resistencia.

Como si el miedo y la asfixia no fueran suficientes, aquel monstruo clavó sus uñas en mi garganta, provocando que la sangre brotara rápidamente, el dolor fue tan intenso que no pude evitar soltar ese grito desgarrador que salió desde los más profundo de mi ser.

No solo sentía un abominable dolor, era como si aquella bestia estuviera desgarrando mi alma.

Notaba mis párpados pesados, me estaba muriendo, lo sabía, lo sentía...

Ya sin consuelo y sin marcha atrás, analicé la pequeña habitación en la que nos encontrábamos en busca de algo que me sirviera de ayuda, algo que me sirviera para liberarme con las pocas fuerzas que me quedaban...y fue en ese instante, cuando alcé la mirada y le vi, vi aquellos ojos rojos, sin vida, como si hubieran sido tallados en un gélido hielo, mirándome fijamente desde el reflejo de aquel espejo roto. La enorme criatura comenzó a temblar y gruñir, pero yo ya no sentía nada, sabía que era mi final justo cuando aquella bestia abrió la boca dejando ver tres hileras de dientes afilados apunto de ser clavados en mi carne...



Y de pronto me desperté sobresaltada, todo estaba bien, solo había sido una pesadilla, la misma que se repetía cada noche desde mi décimo octavo cumpleaños.

Mi respiración estaba agitada y me notaba pegajosa a causa del sudor que corría por mi frente, a mi derecha un estruendoso sonido me hizo hacer una mueca. Me incorporé en la cama y apagué aquel despertador, que, por primera vez, agradecí que me hubiera despertado.

Me quedé ahí sentada en silencio unos minutos, pensando en aquella pesadilla, que me provocaba escalofríos cada vez que me acordaba de esos intensos ojos. Sin duda había sido la peor pesadilla hasta ahora.

Siempre era igual, siempre la misma historia, la misma sensación. Era como un bucle que no parecía querer irse.

En fin, tenía clase, así que me levante con el ánimo por los suelos y me fui directa a darme una ducha.

Cuando acabé ,me vestí rápidamente y bajé directa las escaleras con la mochila colgada al hombro para poder desayunar.

Una vez la cocina me senté en el taburete y recargue mi cabeza en mi mano bostezando.

—Buenos días Crystal ¿Has dormido bien?—Me preguntó mi abuela mientras dejaba un plato con tortitas delante de mí.

Negué con la cabeza gacha y agarré un tenedor para ponerme a comer.

—Últimamente...ya sabes, las pesadillas son constantes y no me dejan dormir—Hice una mueca y comencé a comer con la cabeza gacha, era un tema delicado para mí, por lo que evitaba hablar de ello, por más que ella insistiera.

Mi abuela me observó con pena y abrazó mis hombros antes de dejar un beso sobre mi cabeza, era agradable sentir que alguien se preocupaba por mi bienestar a pesar de todo, siempre pensé que era una carga para ella, al fin y al cabo no tuvo la culpa de lo que pasó.

—Oh mi niña—Me miró con ternura—Hoy mismo me acercaré a la farmacia y te compraré unas pastillas para que puedas dormir mejor ¿De acuerdo?

No pude evitar soltar una carcajada.

—De acuerdo abu—Terminé de desayunar con algo más de ánimo, hablar con ella siempre era reconfortante.

—¡Me voy a clase abu!—Me acerqué a ella para despedirme con efusivo abrazo y ajusté la correa de la mochila antes de salir por la puerta, dejando escapar un sonoro suspiro una vez fuera, no quería preocuparla más de lo que ya estaba, es por ello que no le contaba muchas cosas sobre mi estadía en el horario lectivo, en pocas palabras, un infierno.

No caminé mucho ya que el centro en sí no estaba a muchas cuadras de mi casa, y cuando llegué, lo primero que observé, fue a un grupo de chicos lanzándose una pelota entre ellos, y ,justo a su izquierda ,un pequeño grupo de animadoras les observan deseosas de que les hagan caso.
No muy alejados de allí se encontraba otro grupo, esta vez algo más discretos, todos sentados alrededor de una mesa llena de libros. Los chavales estaban siendo molestados por un payaso y su séquito de idiotas sin personalidad. Imbéciles...¿no tienen nada mejor que hacer que joder a los demás?

Sin duda cada loco con su tema.

Empujé la puerta de la escuela con una clara mueca de fastidio. Odiaba este sitio, pero era lo único que podíamos permitirnos mi abuela y yo.
Nada más entrar mi vista se centró en el suelo para evitar hacer contacto visual con la multitud de adolescentes que se encontraban en el pasillo, así que sin mirar mucho a la gente me dirigí hacia mi taquilla, donde dejé los libros que me sobraban, y con la mochila aún al hombro caminé a paso rápido hacia mi clase hasta que un fuerte impacto hizo que me desplomara y golpeara la cabeza contra el suelo.
Me incorporé levemente mientras retiraba un poco de la sangre que escurría por mi labio con la manga de mi camisa. Giré mi cabeza confundida hacia la persona que me había empujado, pero esta solo reía junto a sus amigos mientras me observaban con un ápice de burla.

—¿Qué pasa maldita bruja?¿Te ha comido la lengua el gato?—

—Déjame en paz— susurré apenas sin voz—

—Y dime ¿Porqué debería de hacer eso? Al fin y al cabo solo eres una maldita rarita— me observó de pies a cabeza con una mueca de asco en su cara—solo mírate, eres igual que tu asquerosa abuela.

Las lágrimas comenzaron a acumularse en mis ojos causándome un escozor importante ante mi esfuerzo de evitar soltarlas, no podía hacerlo, no dejaría que ellos me vieran llorar, debía ser fuerte, así que con la poca dignidad que me quedaba me levanté rápidamente aun con el golpe en la cabeza que no dejaba de sangrar, y me fui de allí corriendo hacia la enfermería, e ignorando los insultos que me gritaban.

Una vez allí cerré la puerta suspirando, y deslizándome en ella, al igual que las lágrimas que ya habían comenzado a salir. Me quedé en esa posición unos minutos, mientras en la habitación lo único que se escuchaban eran mis llantos que poco a poco fueron desapareciendo.

La enfermería era el único lugar que siempre estaba vacío, este instituto no podía permitirse contratar un enfermero. Por eso mismo se había convertido desde hacía unos años en mi refugio, una sala a la que nadie entraba nunca, en la que podría estar tranquila junto a mis pensamientos sin pensar en que alguien podría interrumpirlos.

Me aparté de la puerta y avancé hasta la pequeña pila que había allí, apoyé mis brazos en esta, y me observé detalladamente. Mis ojos, de un color cerúleo, semejantes a dos zafiros, fríos como el hielo ,de mirada imponente, que podrían congelar cualquier instante, y sobretodo, poderosos, tanto que parecía que brillaban con luz propia en la noche más oscura. O eso era lo que decía mi abuela. También mencionaba mi piel pálida, según ella, yo me había convertido en la viva imagen de mi madre, y eso, en cierto modo, me reconfortaba, el saber que algo de ella siempre estará conmigo.

Sonreí levemente frente al espejo y me enjuagué la cara, para quitarme los restos de la sangre que tenia en la frente y el labio.

Cuando alcé la mirada con la cara aun mojada me asusté ante lo que vi.

Las heridas que aún sangraban y marcaban mi piel comenzaron a cerrarse, mientras poco a poco iban absorbiendo el agua, parecía magia, tanto que, instantes después mi piel se encontraba libre de cicatrices. Abrí los ojos muy asombrada y volví a repetir la acción, me eché de golpe todo el agua que pude y me miré en el espejo. No era posible, esto no podía estar pasando, pero sin lugar a dudas esto no era un sueño, ¿pero...cómo?

Lo que no sabía era que a partir de aquí, mi vida cambiaría para siempre.

CrystalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora