― Ambos somos parecidos, tal vez aún no lo notes.
― No lo somos, jamás ataría a alguien por obligación a mi lado.
― Obviamente nunca has amado a alguien.
― Está claro que tú tampoco...
Chase Anderson había visto hombres apuestos en su vida, de hecho...
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«Volvamos a amarnos solo una vez más».
Era la súplica constante que Chase le hacía a Lautaro y que, orgullosamente, él me contaba cuando uno de sus encuentros ocurría, porque sí, éramos amigos, y nunca habíamos tenido secretos sobre nuestras relaciones.
Tan maravilloso ese amor que desbordaba pasión y desenfreno donde sea que estuvieran, que me hacía odiarme a mí mismo a veces por el simple hecho de ser incapaz de provocar algo así en otro ser humano, esperando por un maldito hombre que tenía tanto miedo a avanzar, pero que hacía todo lo posible para que yo tampoco lo hiciera.
Quería que me tomara de la mano, me salvara, me mostrara que todo eso podía ser realidad en mi vida junto a él.
Mis amigos se buscaban, se adoraban, perforaban sus capas una a una y entraban en lo profundo de su ser, descubriéndose a cada paso que daban.
Después de dos años, el lazo de matrimonio los unió más. Un lazo superador de la eternidad, de todo lo malo que podía ocurrirles. Yo seguí esperando, y, después de un tiempo, Lau me encargó sus negocios en Ciudad del Cabo, lo cual acepté de inmediato tan solo para cruzarme con mi pesadilla ambulante a diario.
Cada cuerpo tiene su memoria. Sin embargo, Lau no recordaba hombre o mujer que hubiera pasado por él antes de Chase, y estoy casi seguro de que al irlandés le sucedía lo mismo. Visitaban todas las semanas la tumba de Kyle y Marcos, y agradecían la posibilidad de ser felices, como ellos lo habían sido.
Chase, hasta el día de hoy, no se acostumbra al frio extremo. Lautaro se divierte al verlo tiritar mientras se acercan al mar y hacen sus caminatas por la orilla.
Adoran hacer el amor en la pequeña cabaña en parte porque está llena de promesas que ahora son suyas.
Ese amor que no alcanza memoria ni tiempo, que es la fuerza que mueve a la tierra y por la cual estamos aquí.
El deseo que jamás se satisface en sus entrañas, que los hace tocarse irremediablemente, sin temores, con la seguridad que el verdadero sentimiento otorga.
Me levanto de la cama y me contemplo en el espejo. Mi mirada está más oscura de lo normal y los rizos que caen en mi cara, en permanente desorden. Estoy decidido. He esperado lo suficiente. Voy a encontrarlo y haré de él algo inolvidable...