Esta historia empieza cómo cualquier otra. Era un miércoles corriente normal. El reloj digital que había encima de mi mesita marcaba las 7:30. Me empecé a vestir. Como no sabía que ponerme solo pensé en la comodidad. Iba a ser un día largo, como todos los días. Iría al instituto, estaría seis horas encerrado en esa cárcel, simplemente haciendo deberes y exámenes y por último, regresaría a casa para estar solo todo el día. Mi madre estaba trabajando en su bar, y valoro muchísimo el esfuerzo que tiene cuando viene muy cansada y entra a mi cuarto para darme un abrazo y preguntar cómo ha ido el día. En cambio mi padre, trabaja en una ferretería. Viene para ducharse, comer y dormir. Y la verdad es que no lo entiendo. El trabajo de mi madre es mucho más duro que el de mi padre. Ella sirve y cocina todo el día. Mi padre está sentado hasta que alguien entre a la tienda. Pero al menos no me puedo quejar. Hay muchos niños en el mundo que lo pasan peor que yo.
Tras este paréntesis me puse el chándal y ya estaba preparado para ir al instituto. Cogí los auriculares y los enchufé al móvil, y las llaves. Cuando mis pies tocaron la calle le di al play de mi playlist. Después de cinco minutos me encontré con mi mejor amiga. La persona más inocente, amable y cariñosa que he conocido nunca. Es puro amor. Pero hay cosas que no se olvidan. Se adentran dentro de ti, igual que la tinta de un tatuaje en la piel. Antes de Iris tenía otra mejor amiga. Ella era muy diferente al resto de personas, por eso la quería tanto. Nos conocíamos desde muy pequeños. Nunca nos habíamos separado. Éramos uña y carne. Pero un terrible accidente causó su muerte. Estuve varios meses en un estado muy denigrante. Tuve depresión y tuve que ir al psicólogo. Y sinceramente, no es para la gente que está loca, como se suele decir. Allí van las personas que necesitan ayuda. Como yo. Incluso cuando me daba ataques de ansiedad me rajaba. Pero un día me pasé de la raya e hinqué el cuchillo más profundo de lo normal. A partir de ese momento el recuerdo que se me viene a la cabeza es en el hospital. A día de hoy sigo yendo al psicólogo, aunque ya estoy mejor. Cuando pasen dos años tendré dieciocho años y entonces me haré un tatuaje ocultando las cicatrices, para que cada vez que lo mire recuerde que fui fuerte y sigo aquí.
Llegamos al instituto y guardé los auriculares.
― ¿Qué clase tienes ahora Adam?― me preguntó Iris.
―Yo ahora tengo literatura―le respondí.
― ¡Te acompaño!
Las tres primeras horas se me pasaron muy muy largas. Parecían que no se acabarían nunca. Tuve literatura, latín e historia. Las asignaturas más pesadas. Quedé con Iris en el mismo punto en el que quedamos siempre en el recreo. Pero antes de ir fui al servicio. Me metí en una cabina. Y cuando estaba a punto de salir escuché sollozar a alguien en la cabina de al lado. No paraba, entonces decidí intervenir.
― ¿Hola? ¿Estás bien?―pregunté llamando a la puerta.
―Ssi... si... gracias―me respondió.
― ¿Qué te pasa?―le pregunté metiéndome otra vez en mi cabina.
De repente escuchamos que entraban más chicos al baño.
El chico de al lado me pasó una nota por debajo de la pared de la cabina, en la que ponía: "Problemas familiares, me pasa continuamente, no es nada".
Yo le respondí por detrás: "Tranquilo, te entiendo. Yo he tenido muchísimos problemas. Si te sigue ocurriendo te puedo ayudar, si quieres".
Rato después él me pasó otra hojita por debajo en la que ponía: "Gracias. Te lo agradezco. Por cierto, me llamo... bueno, (prefiero no decir mi nombre) El chico de las flores. Es que me encantan las flores. Pero no voy a poder venir aquí todos los días, así que mejor te doy mi número de teléfono y hablamos. ¿Te parece bien? Sé que esto está siendo demasiado rápido pero estos paletos no tardaran mucho en molestarnos y podremos estar aquí mucho rato.
Yo acepté y me dio su número de teléfono. Él salió de su cabina y después me tocó a mí. Me dirigí sin pensarlo hacía dónde estaba Iris, pero no estaba. Tal vez se fue porque tardé demasiado rato en el cuarto de baño. Fui a buscarla, y entonces el timbre del receso sonó. Así que me dirigí hacia mi clase. En esa hora me tocaba inglés, unas de mis asignaturas favoritas y una con la que más disfruto. Cuantos más idiomas hables mejor será tu comunicación con otras personas.
La hora se me pasó volando, y aprovechando los cinco minutos que nos dejan entre clase y clase busqué a Iris para comentarle lo que me había sucedido. Tras un largo rato buscándola apareció por el pasillo.
―Aquí viene el desaparecido―se mofó de mí.
―Estaba en el servicio y he conocido a un chico.
― ¡Ah! ¿De verdad? Y, ¿cómo se llama?
―Pues no lo sé la verdad―le respondí frotándome el pelo.
― ¡Que guay Adam! Conoces a alguien, pero no sabes su nombre. ¡Es extraordinario!―se mofó de nuevo.
― ¡Vaya! La señora hoy está muy graciosa, ¿no?
Los dos nos reímos. Me dijo que ella también había conocido a alguien, pero había hecho más avances que yo. El chico se llamaba Tommy. Me contó que se había empezado a enamorar de él. Y que era un cielo. Yo la verdad es que eso de los enamorados no lo entiendo. Será porque nunca he tenido novio, o tal vez, porque hace poco salí del armario y no se acercan a mí porque acabo de salir y ellos no. No lo sé.
La verdad es que las tres últimas horas se me pasaron muy rápido. Pero esa tarde no iba a ser tan rápida. Tenía que estudiar historia para el examen que tenía la semana que viene. Solo me cansaba de pensarlo.
Estaba caminando tranquilo por la calle dirigiéndome a mi casa cuando de repente alguien me tocó en el hombro. Yo asustado me giré bruscamente y era...
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El chico de las flores
Mystery / ThrillerA veces las personas nos cegamos demasiado. Y en este caso Adam se cegó de las flores que su chico le enviaba. Pero ten mucho cuidado. Porque las apariencias engañan, y nunca sabrás si detrás del ángel más cauteloso se esconde el demonio más pervers...