Todos somos iguales. Todos somos semillas que buscan florecer, somos máquinas en busca de mejoras, somos soñadores compulsivos.
Somos esclavos, estamos aquí para seguir órdenes. Todos somos iguales.
Unos con más, unos con menos. Pero a fin de cuentas iguales.
Pero... Aún después de todo, me gustaría sentirme igual que el resto. Aceptado, conforme... ¿Feliz? Sí, algo hay de eso.
Y es que ¿Cómo distinguir a los demás si ni siquiera puedo distinguirme? Si ni siquiera puedo ver mi rostro en un espejo, si... Si ni siquiera puedo ver.
¿Cómo levantarse después de ser pisoteado por el resto?
Después de ser magullado por niños crueles y sin empatía.
¿Cómo?
Eso preguntaba cada día desde que me di cuenta que el mundo no es igual de oscuro para todos. Para unos es gris, para otros blanco... Pero ¿Cómo saber qué color es el tuyo sí ni siquiera los conoces? Si los has olvidado como las madres olvidan a sus cachorros después de la segunda camada.
¿Triste? No, no. Mi vida no es triste.
Tristeza es sentirse ahogado por el mundo a tu alrededor. Para sentir tristeza tienes que ser distinguido por alguien en el mundo.
Pero no es así siempre. No para mí.
Después de la secundaria, decidí que mi vida seguiría un rumbo cómodo y plano. Sin molestar a nadie... Sin ser molestado.
Ser miembro de una familia tan prestigiosa como lo son los Hwang tenía sus ventajas. Jamás iba a requerir de un trabajo, mis padres se encargarían de proveerme todo lo necesario para mí comodidad y para sobrellevar mi condición.
Ah, aún sin poder ver nada, siento que la cabeza me da vueltas. Me siento vacío y sin motivación alguna.
Sin una persona que realmente me escuche y no sólo conteste monosílabos cada que termino una oración por simple compromiso.
¿Algún día llegará alguien?
Me preguntaba una y otra vez forzando a mi mente a formular alguna respuesta con la cual me sintiera cómodo.
Ah... Qué más da.
Después de que mi hermana menor, YeJi comenzó a asistir a la universidad fue apartándose aún más de mí. Admito que la ausencia de mi hermana -cuyos rasgos aún no he olvidado- me dolía. Como les duele a los niños caer y raspar sus rodillas. Como les duele a los ancianos no poder tragar manzana crujiente y como le duele a ella que no vea nada más que oscuridad.
Después de casi diez años del accidente, YeJi sigue sintiendo esa culpa. Es tan palpable. Es tan notorio cuando ella viene y habla conmigo sobre sus salidas al cine, con amigos e incluso con ese compañero de trabajo que tanto le ha costado integrar a su grupo de amigos. Es tan notorio cuando su voz se quebranta a media oración.
Es tan notorio cuando intenta ocultar sus lágrimas de culpa.YeJi es mi mejor amiga. En quien puedo confiar, la que siempre va a estar allí para verme llorar, consolarme y después maldecir la situación.
Ella va a estar allí.
Mi familia se distinguía por ser perfecta. Tres hijos, los dos mayores hombres y la menor la princesa (como ellos le llamaban). Los planes de mi padre y de la empresa familiar no fueron manipulados después de mi accidente, pues, era evidente que JiSung era el elegido para dirigir el emporio Hwang. No yo.
Nunca fui yo.
El cumpleaños de JiSung cada año era un evento importante entre la alta sociedad. Año tras año le era organizada una -no tan- pequeña reunión en la mansión Hwang. Comenzaba en punto de las cinco de la tarde y terminaba a las cinco de la mañana del día siguiente.