Miami. Año 2000
- ¡Buenos días!
- Buenos días James, ¿como ha dormido hoy?
- De maravilla Meghan.
Meghan era la enferma que conocía a James desde hacía más tiempo. Había llegado a la residencia hacía ya cinco años cuando llegó él, además todo el resto fueron cambiando a lo largo de esos 3 años que ya llevaba viviendo ahí. Llevaba una vida tranquila a la que le costó adaptarse unos cuantos meses, pero que ahora no tenía nada que envidiarle a su anterior vida. Aunque es cierto que no tenía la misma libertad que antes, poco a poco había ido acostumbrándose y como no precisaba de ningún cuidado especial en cuanto a su salud, disfrutaba de una mayor libertad para salir a dar sus amados paseos por la playa siempre y cuando el tiempo acompañara. A veces incluso Meghan le acompañaba en esta costumbre que, bajo su punto de vista, resultaba completamente relajante tras una jornada de trabajo. En cierto modo, le había cogido mucho cariño ya que también él era de los que más tiempo llevaban allí dentro, compartían experiencia e historias, pero sobre todo compartían una amistad que no entendía de edades, quizá lo que la mantenía más viva era la admiración mutua. Ella disfrutaba de cada palabra de las viejas historias de James, y el admiraba su forma de ver la vida, su trabajo y todo lo que le rodeaba; siempre optimista, pero sobre todo con una gran sonrisa que le acompañaba durante todo el día.
James llevaba alli una vida llena de tranquilidad y descanso, rodeado de gente con la que entablaba conversaciones que duraban incluso días. Para él el resto de la gente que allí vivía era ya como su familia. No había tenido hijos ni tampoco mujer, hubo un punto de su vida en el que un sentimiento de soledad le atacaba por momentos y ya no vivía como antes. Muchos de sus amigos de toda la vida ya no estaban y sintió la necesidad de conocer a otros nuevos que le acompañaran en lo que le quedaba por vivir; gente nueva con la que compartir historias vividas que le enseñaron mucho y de la que aprender otro tanto.
El momento en el que veían una película era de sus favoritos en el día a día, pero lo mejor de los días era la llegada de la noche, cuando el sol se escondía y daba paso a la más oscura de las noches, no sin antes dejar un amanecer que él admiraba. Para él la vida merecía la pena por pequeños momentos como ese. Se repetía todos los días la misma escena; él, con un libro, mirando a través de la ventana. No era la de su casa de toda la vida, pero le traía grandes recuerdos, el amanecer en sí, algo tan simple como eso, algunos días le hacía feliz y otros le hacía llorar recordando grandes momentos vividos en su juventud, algunos muy especiales, pero sobretodo, lo que era más especial, era la chica a la que recordaba. La misma que siempre quiso volver a ver, y de la que nunca supo nada más.
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CUANDO EL SOL SE ESCONDE
RomanceJames lleva una vida tranquila, en un lugar donde todos los días son iguales. Pero quizá la llegada de Grace no sea una más, si no la más especial de todas.