LSD EN EL ESPACIO

76 5 0
                                    

1993

Sánchez yacía parado en el campo, impaciente. El hombre tenía un viejo reloj de bolsillo en una mano y un collar con una piedrecilla verde en la otra. No paraba de morderse los labios mientras veía intermitentemente el inmenso cielo nocturno lleno de estrellas, al que sólo le quitaba la vista de encima para mirar el reloj. Aquella imagen del hombre ojeroso, alto y con el traje medio desarreglado parecía sacada de una película.

–¿Qué tanto observas? –le preguntó una voz a sus espaldas. Sánchez apartó la vista del cielo apenas un instante para ver de quién se trataba: Sasaki, uno de sus compañeros. El chico fumaba un cigarrillo recargado en la pared.

–¿No deberías haberte ido ya? Cerramos hace más de dos horas. –le puntuó el ansioso hombre, mientras daba golpecitos a su reloj, como si quisiera adelantar el tiempo.

–Lo mismo te pregunto a ti. –contestó Sasaki. Hubo unos segundos de silencio, el joven asiático expulsó una nube de humo por la boca y posteriormente una risa ahogada. –Me quedé terminando una nota, eso es todo, no hay por qué ser tan rudo, Sánchez. –agregó, para romper un poco el hielo. Aquella noche se sentía extrañamente tensa. –Ahora, ya te respondí yo, pero tú a mí no; ¿Qué tanto observas?

De nuevo hubo silencio, el periodista de mediana edad prefería no contestar, pero por más que lo intentaba, eso de ser un patán descortés nunca se le daba.

–No estoy observando. Estoy esperando.

1985

–Dos minutos para el despegue. –anunció Levine, aguantándose una sonrisa que según él lo haría ver infantil frente a su compañero. Ambos presionaban botones y acomodaban palancas que se encontraban sobre el gran tablero.

–Debo hacer pis, ¿me cubres? –preguntó Maxis, quien era el copiloto.

–¿Es en serio? –lo cuestionó Levine, volteando a verlo desde su asiento.

–Cuando hay que ir hay que ir. –comentó el otro, quien ya se había puesto de pie sin esperar la respuesta de su compañero, a quien le soltó una sonrisa forzada. –Estoy nervioso, amigo. –agregó, antes de caminar hacia la parte trasera de la nave.

–¡No tienes por qué estarlo! –gritó el piloto desde el frente, para que su compañero lo escuchase. Miró a través del gran vidrio que recubría la punta de la nave, aún sin poder creerlo. Su corazón palpitaba con rapidez. Levine ocultaba los nervios que a él también lo carcomían. Después volvió a hablar, pero esta vez más para sí mismo que para Maxi. –Vamos a casa.

1986

–''Mucho gusto, soy Abel... Sánchez''. No, mejor sólo el nombre... No, me gusta más mi apellido, mejor sólo ese. ''Mucho gusto, soy Sánchez''. No. ''Hola, soy Sánchez.'' Sí, más fresco. ''¿Cómo te llamas tú?''. –murmuraba el periodista desde el banco de la mesa, a unos metros de la barra. Llevaba un par de minutos haciéndolo, hasta que otro sujeto arrastró una silla y se sentó frente a él.

–Jamás te presentes con tu apellido, ¿quieres que sea tu esposa o tu compañera de trabajo? La única vez que mi mujer me llamó por mi apellido casi me corre de la casa. –empezó a decirle el recién llegado, como si no acabaran de conocerse ese mismo instante. El hombre se veía de unos treinta y cinco, tenía una barba tupida y larga que Sánchez asociaba a motociclistas o vagabundos, aunque el extraño no parecía ninguno, sino más bien un alcohólico que no sabía escoger su ropa. – Por cierto, la chica se llama Giselle, las francesas encantan a cualquiera, ¿eh?

El periodista frunció el ceño entrecerrando sus ojos rodeados por profundas ojeras, se paró, dejó un billete en la mesa y tomó su abrigo, dispuesto a salir del bar, sin embargo, el desconocido se puso frente a él. Con trabajo si había quince personas haciendo murmullo en aquél sitio, pero fue suficiente para que nadie se percatara de aquella extraña escena.

LSD EN EL ESPACIOWhere stories live. Discover now