1945.
Podría haber jurado que todo el ruido a mi alrededor haría que mi cerebro explotará en cuestión de segundos. No importaba con cuanta tanta fuerza tratara de concentrarme, todo era en vano. El bullicio siempre terminaba por matar las pocas ganas que me impulsaban a continuar. Parecía un momento que estaba condenado a repetirse sin importa que tratara de hacer por impedirlo, y tal como esa escena tan familiar, siempre llegaba al mismo pensamiento: no entendía cómo no me había volado los sesos aún. Quizá era un pensamiento exagerado, quizá.
Pero, en el momento en que tenía que vivirlo, no me parecía así. Permítame explicarle, parecía estar atrapado en una caja, en una caja que se encontraba cerrada con llave, y aunque, por un breve instante lograba salir de esta, me encontraba con la terrible decepción dentro de una celda, que tenía cerraduras de sobra, y esa celda se encontraba en un edificio, que no contaba con puertas ni ventanas. Había escuchado infinidad de veces lo terrible que era sentirse atrapado, y cuando era niño siempre que entraba a un lugar desconocido, lo primero que hacía era observar a mi alrededor, en busca de las posibles salidas. Y aquí recae lo irónico de la situación. Nunca me esperé que mi verdadera prisión sería mi propia piel y mente.
Trataría de explicarme mejor a mí mismo, pero sigo siendo un fiel creyente de que no importa cuantas palabras nuevas memorice ni que tan bueno llegue a ser al momento de mezclarlas, podrá compararse con la ansiedad que me provocaba estar detrás del mostrador, con mi zapato golpeando violetamente al suelo por mi pierna que no dejaba de moverse, ni con la fuerza con la que agarraba el lápiz y se clavaba sobre la hoja de papel que mostraba sobre ella, lo que la mayoría de mis compañeros describían una simple ecuación, tampoco el estrés que me provocaba el no ser capaz de entender ni lo más básico de esta, y no saber sí debía culparme a mí o al hecho de que detrás de mí, se encontraban mis primas menores, gritando como si no hubiese un mañana por una discusión que se podría haber resuelto de la manera más simple, ni si era por el volumen de la radio que mi tía se rehusaba a bajar sin importarle que tan importante fuera para mi resolver la tarea, ni aunque supiera lo inquieto que me resultaba la estática que desprendía la voz del interlocutor.
Cada día que pasaba, podría jurar que el ruido se hacía más fuerte. Incluso al anochecer, donde me encontraba sobre la cama, con los ojos cerrados, esforzándome por dormir, sentía que el ruido era tan intenso que se colaba dentro de mi piel, y se clavaba en mi como pequeñas agujas hasta dejarme sin respiración. El calor de Georgia era un factor que tampoco me ayudaba. Solía despertarme más de un par de veces durante la noche, con pequeñas gotas de sudor recorriendo mi cuello que lograban volver mi cabello todavía más rizado. Y siempre, después de haber dormido con tal incomodidad, tenía que enfrentarme a una rutina mañanera donde tenía que escuchar la exaltación del desayuno, donde mis primas parecían tomar cualquier oportunidad posible para discutir, mientras mi tía, sin intenciones de callarles, subía el volumen tan alto como fuese posible para ser capaz de escuchar la radio en busca de noticias que lograran traerle consigo un poco de alegría a su día. Y sería una mentira decir, que dentro de la escuela mi vida era mejor. Siempre fui una persona promedio. Mis notas nunca destacaron, no tenía un talento oculto, y los alumnos al igual que los profesores, parecían tener problema recordando mi nombre. Ese parece ser un problema frecuente cuando no cuentas con ninguna cualidad que te destaque del resto. Pasas por desapercibido, hasta el punto en que pareces no existir. Los extractos de la gran depresión se mantenían presentes por donde fuera que mirases. En aquel entonces, en mi joven edad, no lograba comprender del todo la magnitud de esta. Sólo sabía que mi vida, al igual que la del resto, había sufrido cambios. Pero esos eran tan sólo pensamientos de un chiquillo que todavía no había experimentado la desesperación de la desolación. Como me gustaría poder volver a sentirme así, ignorante.
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«Anamnesis» Ryden.
RomanceDespués de quince años fuera de su tierra natal, Ryan vuelve a casa, encontrándose a sí mismo en una encrucijada al entablar amistad con un chico que estaba destinado a cambiar el curso natural de las cosas.