II.

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 1955.

Nunca seré capaz de olvidar la sensación que trajo consigo el escuchar la voz de mi tía, tan cautelosa y urgente por ocultar la expectativa que en realidad sentía desde la habitación contigua. La manera en que trataba de no exaltarse, evitando así atraer la atención de sus hijas, pero ahora que lo pienso, en realidad a quien quería mantener fuera de esa conversación era a mí. Supongo que no estaba del todo segura de cual sería mi reacción. No pude evitar sentirme atraído ante aquel misterio, debía ser algo importante, ya que desde el momento en que el teléfono timbró, cerró de golpe su copia de 'Lo que el viento se llevó' -y créame cuando le digo que no había poder humano quien pudiera separarla de aquel libro una vez que se sentaba a leer- y corrió a toda prisa para alcanzar a responder. Al igual que ella, me levanté de la mesa, asomándome a través del marco de la puerta para encontrarla enredando nerviosamente el cable del teléfono entre sus dedos, pero cuando se dio cuenta de mi presencia, cerró la puerta en un portazo, dejándome con mi imaginación y esperando lo peor.

Acostumbrarme a Savannah había resultado ridículamente sencillo, y es algo que nunca imaginé decir cuando era niño. En el momento en que pise el estado, creí que jamás podría adaptarme al sofocante calor que me impedía dormir, al té con más azúcar de la que podría imaginar, a la manera en que sus habitantes parecían comerse la última sílaba de las palabras, a su exagerada formalidad a referirse a las personas mayores, a su eterna obsesión con la guerra civil, su firme creencia de que ellos tenían la razón en dicho conflicto, tampoco a los domingos donde asistir a la iglesia era una obligación y dios perdonara tu alma sí es que no asistías, la gente comenzaría a rezar por la salvación de tu alma. Pero, mi tía se había encargado de hacerme la tarea más sencilla: nunca se olvidaba de hacerme sentir parte de su familia. En cada uno de mis cumpleaños, me preparaba una de sus más famosas tartas y pasaríamos el día entero en la playa. De vez en cuando, me llevaría al cementerio Bonaventure, aunque ahí no se encontrara mi madre, creía que sería más fácil sentirme conectado en un lugar tan pacífico como aquel. Jamás permitió que me perdiera una feria, y tampoco dejó de comprarme la típica comida de carnaval para comer hasta que mi barriga doliera. Aunque, también formar parte de la familia, implicaba que me regañara cada vez que llegaba con una mala nota a casa, o con las rodillas peladas después de haber pasado la tarde entera jugando ni los gritos que obtenía por pelearme con mis primas.

Nunca entendí de donde sacaba la fuerza mi tía Corliss para seguir adelante con su vida con tanta naturalidad, siendo ella una de las personas que vivió una perdida directa por la guerra. Su esposo, y su hermano, quien no lograba recuperarse del todo.

No siempre estaba bien. Había ocasiones donde nos regañaba por las cosas más simples, cuando su voz podría compararse con un vaso de cristal quebrándose. Mañanas cuando al momento de despedirse de mí antes de irme a la escuela, sus ojos estaban llenos de lágrimas. Domingos donde podría pasar horas enteras tan sólo observando a través de la ventana, sosteniendo un cigarro que desprendía las cenizas suficientes para encender en llamas la cocina. Nunca tuve el valor suficiente para acercarme a ella y preguntarle lo que realmente cruzaba por su mente. Es algo de lo que siempre estaré arrepentido. De no haber sido un poco más valiente.

En teoría, los primeros años viviendo aquí, no me resultaron fáciles. En especial por la ausencia de mi padre, eso fue a lo que nunca logré acostumbrarme.

Después de haber pasado quince años lejos de que alguna vez fue mi hogar, adaptándome a costumbres que no eran propias de mi lugar de procedencia, teniendo otras personas por familia, entenderá por qué sentí como un balde de agua fría sobre mí el escuchar que mi padre había preguntado por mí.


Me tocó suavemente el hombro, podría describir su tacto como la manera en que uno trata de tocar un objeto de porcelana, siendo cuidado. Y, de todos modos, pude sentir la manera en que temblaba. Todavía no estaba seguro del motivo. Cuando me voltee hacia ella, me sonrió, acomodó suavemente el cuello de mi camisa.

«Anamnesis» Ryden.Where stories live. Discover now