Capítulo Primero

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CAPÍTULO PRIMERO

Cuando el primer pájaro negro se acercó a la mesa en donde leía, no le prestó mucha atención. Un pájaro cualquiera, en un parque cualquiera, en una mañana cualquiera. Incluso, el que llevase un ratón muerto y con los intestinos colgando de su largo pico no le llamó la atención. Algo tenían que comer aquellos animales.

Había faltado al trabajo aquel día. Había alegado una enfermedad estomacal y se había ido a un parque a leer durante horas. Releía "Alicia en el país de las maravillas" y disfrutaba cada párrafo con verdadera pasión.

Escuchó los pasitos detrás de él y se percató que había otros tres pájaros negros detrás, todos con un animal muerto y desgarrado entre sus picos. Intentó concentrarse de nuevo en Carroll, pero una tortolita con el pecho desgarrado cayó sobre la mesa en la que leía y le hizo dar un brinco.

La tortolita había caído de un árbol cercano a la mesa y había sido soltada por otro pájaro negro, posado en una de las ramas del árbol. Inmediatamente, todos los pájaros comenzaron a depositar sus animales muertos sobre la mesa, mientras él miraba con cierto temor la escena. Se percató, sin embargo, que lo que sentía era una especie de temor, pero no asco, pese a toda la sangre y los animales muertos que iban siendo depositados en la mesa por todos los pájaros negros que estaban ahí o bien iban llegando en números cada vez más alarmantes.

Él decidió que era el momento de partir, antes de que comenzara a llamar la atención de las pocas personas del parque, cosa que, en realidad, no iba a ser difícil, siendo que la cantidad de pájaros negros iba llegando a la centena.

Repentinamente, todos los pájaros volvieron la cabeza, al unísono, como si hubiesen estado ensayado y lo volvieron a ver, a él, como si supiese algo o como si estuviesen esperando algo. Todos, al unísono, graznaron con enorme bullicio y fue cuando decidió salir corriendo de aquel lugar. Él esperaba que los pájaros volaran tras él, pero ninguno de ellos se movió de aquel lugar, lo cual lo hizo sentir levemente aliviado y comenzó a aminorar la velocidad y pasó de correr a caminar rápido, para finalmente sentarse en una banca porque el cansancio de la carrera inicial lo había dejado extrañamente agotado.

"Debí haber ido a trabajar", pensó, "este tipo de cosas no me pasan en la oficina".

- No deberías despreciar una ofrenda - dijo alguien junto a él que le hizo dar un brinco. Los pensamientos en los que había estado sumido no le permitieron ver que alguien se había llegado a sentar junto a él.

- ¡Perdón, es que no lo había visto! - fue lo único que acertó a decir.

- Va a ser difícil que te perdonen por el desplante - le dijo y se percató de que era un anciano, la persona más anciana que había visto en su vida, con tantas arrugas que no podía reconocerse en él facciones que no estuviesen plisadas.

- Me tomaron por sorpresa, no me lo esperaba.

- En fin, tampoco es que sean vitales en tu misión.

Él se lo que quedó viendo, no lo había visto nunca, pero algo en aquel anciano le resultaba tremendamente familiar.

- ¿Nos conocemos? - le preguntó al anciano.

- No, pero luego, resulta que yo conozco a todo el mundo y no puedo evitarlo.

- Me llamo Roberto - dijo él y le extendió la mano.

- No, ese no es tu nombre, pero conviene que así te parezca, aunque no por mucho más... Bueno, me voy, hay demasiadas cosas que tengo pendientes por hacer, y aunque parece que no hay nada ahí - dijo el anciano, mientras daba golpecitos en la cabeza de Roberto - debo tener fe... o eso se supone.

La Redención del OlvidadoWhere stories live. Discover now