Cassandra

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Tomaba un café con mi maestra cuando dejó de estar en la conversación. Sabía que había dejado de escucharme porque siempre miraba a los ojos a las personas cuando hablaban, pero ese día parecía estar mirando algo detrás de mi cabeza.

-¿Se encuentra bien?- le pregunté cortando el tema abruptamente.

-Oh sí, querida, ¿que te hace pensar que no lo estoy?- respondió despues de darle una calada a su cigarrillo. Unos años antes habría dicho que es un hábito detestable, pero tras unos años en esa escuela había empezado a hacerlo yo misma.

-No lo sé, es solo que parece estar en otro lugar- jamás pensé poder hablar de esa manera con alguno de mis maestros, parecía inapropiado, pero con Cassandra era diferente. Desde el primer día me tomó un afecto especial, a mí nunca me molestó este aparente pedestal en que me encontraba, me encantaba hablar con ella. Suspiró profundamente, parecía haberse juntado toda la nostalgia en su cuerpo y de repente se veía frágil.

-Solo me estoy haciendo mayor, la tarde me recuerda cosas que creí haber olvidado hace mucho tiempo- El tono en su voz, jamás lo había oído. no era tristeza solamente, era algo más. Parecía feliz, pero al mismo tiempo las palabras no querían salir de su boca. Ya ni siquiera sabía que decir así que solo le dí un sorbo a mi café y miré hacia otro lado. Eran casi las seis de la tarde y el cielo había adquirido ese color que los gringos llaman "dusk". Por supuesto que eso lo había aprendido de Cassandra, ¿De quién si no?, y era de las mejores cosas que había aprendido. Nombrarlo en español solo me causaba fastidio. Estuvimos un rato en silencio, veía el sol ocultarse tras los árboles mientras fumaba un cigarrillo y me reí.

-¿Que pasó?- Me preguntó Cassandra

-Es que todo es tan irónico- dije entre risas que eran el inicio de un llanto que nunca ocurrió -Hace cuatro años me aterraba hablar con usted, me causaba ataques de tos que alguien fumara cerca de mí, veía el "dusk" sin siquiera entender la importancia del color- Cassandra me sonrió y miró el cielo.

-Somos seres cambiantes Andrea, hace cuarenta años imaginaba mi vida de una manera completamente diferente, pero hice cosas que me trajeron hasta aquí. Es lo que les llevo diciendo desde el incio del curso: piensa en mí como si fuera Aquiles. Mis padres tomaron decisiones, yo tomé decisiones que al final resultaron no ser las mejores. Sin embargo, nunca me he arrepentido de nada de lo que hice, tal vez cometí errores, pero con todo, mi vida ha sido buena- Una vez más no sabía qué decir, jamás me había hablado de su vida, lo único que sabía es que su nombre era Cassandra Florez y que había estudiado mil cosas. Para mí, eso era lo único que importaba, Cassandra era la mujer más increíble que había conocido.

-¿Qué clase de cosas? si puedo preguntar- dije mirando a cualquier cosa menos a ella.

-Oh, querida, no me alcanzaría la vida para contártelo todo- Debo confesar que me sentí algo decepcionada con esa evasiva, estaba esperando una larga historia de fraude escolar o de vandalismo juvenil, pero en su lugar me quedaba con aún más misterio. ¿Qué tantas cosas podría haber hecho una dulce mujer de casi setenta años que dictaba clases en una universidad conservadora? miré al suelo y balancee mis pies como siempre lo hacía cuando no sabía qué más hacer.

-Sin embargo, todavía nos quedan unas cuantas semanas antes del fin de las clases. Tal vez no pueda contarte todo, pero podrás llevarte algunas cosas antes de irte- Me dijo. Me sentí como un niño pequeño al que le acaban de decir que irá a Disneyland, prácticamente me caí del asiento. Jamás fui buena disimulando, pero esta vez había rebasado mis propias expectativas.

-¿Es en serio?

-¿Alguna vez he dicho algo que no lo sea, Andrea?- dijo con pequeñas risas. Se estaba haciendo tarde, el color del cielo había cambiado del hermoso naranja del crepúsculo y se había vuelto completamente negro. Recogí mis cosas y apague mi cigarrillo.

-Gracias, aún no se qué va a contarme, pero se que será impresionante- Bajé las escaleras que quedaban al descubierto y caminé hasta la entrada de la escuela. Las clases de Cassandra siempre eran iluminadoras, por decir lo menos, pero pasar las tardes con ella era lo mejor que me había pasado desde que empecé mi carrera. El aire olía a incienso y a comida grasosa mientras me dirigía a la estación del autobús. Esa noche dormí como nunca, me imaginé todos los escenarios posibles y por primera vez en la vida me alegré de que fuera lunes, tendría cuatro días de historias antes de tener que pasar el fin de semana sin saber nada de ella. ¿Estaba demasiado emocionada? por supuesto que sí, pero incluso ahí no tenía idea de lo increíble que sería su historia.

Femme FataleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora